México-Estados Unidos y los tiempos de tensión

José Luis Castillejos Ambrocio
La relación entre México y Estados Unidos atraviesa una etapa de tensión moderada y pragmatismo diplomático durante la presidencia de Claudia Sheinbaum. A pesar del cambio de liderazgo, el vínculo bilateral continúa marcado por la interdependencia económica, la presión migratoria y las tensiones comerciales, sobre todo a raíz de las nuevas medidas proteccionistas impuestas desde Washington.
El gobierno estadounidense, bajo el mandato de Donald Trump, ha reactivado una política arancelaria agresiva, centrada esta vez en las importaciones de acero, aluminio y vehículos producidos en México.
La medida ha sido justificada por motivos de seguridad nacional y protección del empleo interno, pero para México representa una amenaza directa a su principal motor exportador. En 2024, el 83% de las exportaciones mexicanas tuvo como destino el mercado estadounidense.
Frente a esta situación, la presidenta Sheinbaum ha optado por una estrategia contenida. Lejos de responder con aranceles espejo, como en anteriores administraciones, el gobierno mexicano ha decidido apostar por la vía diplomática.
El secretario de economía, Marcelo Ebrard, por diversos medios busca contener la escalada norteamericana y alcanzar acuerdos antes de que las nuevas tarifas afecten de manera severa a las cadenas de suministro regionales.
La postura del gobierno mexicano se sustenta en la necesidad de proteger su modelo de economía abierta.
Una respuesta impulsiva podría afectar a industrias como la automotriz, la manufactura electrónica y la agroindustria. Estas actividades, ancladas al Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC), dependen de un flujo comercial sin trabas para mantener inversiones, empleos y estabilidad en zonas como la frontera norte o el Bajío industrial.
Además del tema comercial, el fenómeno migratorio sigue siendo un eje determinante en la relación bilateral. La presión para que México contenga los flujos migratorios provenientes de Centroamérica se ha intensificado.

El gobierno mexicano ha reforzado sus controles en el sur, sobre todo en la frontera de Suchiate y en el municipio de Tapachula, colaborando con las autoridades estadounidenses en operativos conjuntos y en la contención de caravanas.
Aunque la cooperación migratoria ha permitido a México esquivar represalias económicas, también ha generado tensiones con organismos defensores de derechos humanos y con sectores de la sociedad civil.
Otro punto delicado en la agenda compartida es la seguridad. México ha extraditado a 29 capos del narcotráfico hacia Estados Unidos como gesto de buena voluntad y para reforzar la cooperación judicial binacional. A pesar de ello, el flujo de armas desde el norte y el lavado de dinero en territorio estadounidense continúan siendo temas pendientes en la agenda común.
La administración Sheinbaum camina sobre una delgada línea entre el nacionalismo económico y la realpolitik. Su apuesta por el entendimiento diplomático busca evitar un choque frontal con la Casa Blanca en un momento de vulnerabilidad económica interna.
La economía mexicana ha visto reducirse sus proyecciones de crecimiento para 2025, lo que hace aún más riesgosa cualquier ruptura con su principal socio comercial.
El nuevo gobierno mexicano enfrenta un escenario de presiones crecientes por parte de Estados Unidos, pero responde con mesura y una diplomacia activa. La viabilidad del modelo exportador, la gobernabilidad interna y la estabilidad de las regiones dependen en gran medida de que esta estrategia logre preservar el equilibrio en una relación históricamente asimétrica, pero indispensable.