Sombreros, Frida y Boom

Edgardo Bermejo Mora

Con este título enigmático, el profesor de la Universidad Iberoamericana, César Villanueva Rivas, acaba de publicar un libro que ha sido merecedor al “Premio Modesto Seara Vázquez” a la mejor novedad editorial de 2024 en el campo de los estudios internacionales, que otorga la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI).

Alumno distinguido del célebre profesor Seara Vázquez en la FCPyS de la UNAM, el doctor Villanueva ha desarrollado una carrera académica en la que se ha destacado como el mayor experto mexicano en los temas de la diplomacia cultural y la imagen de México en el exterior.

Dedico esta entrega a una publicación que tendría que ser lectura obligada de quienes habrán de encargarse de estos temas en los umbrales del nuevo sexenio.

1.

Toda empresa encaminada a hacer una evaluación de cómo se observa a México desde el exterior es, en sí misma, una herramienta relevante para la política exterior.

Nos interesa saber cómo nos observan en el mundo no por un simple chovinismo narcisista que ratifique el mayor Perogrullo de todos: “como México no hay dos”-, sino porque esas visiones sobre la actualidad de México y los mexicanos impactan directamente en la manera como logramos, entre muchas otras cosas: atraer inversiones y turismo, negociar acuerdos comerciales internacionales, ser calificados por las agencias que definen los flujos de crédito y miden la credibilidad financiera de los países, o tener una voz respetada y un peso específico en los diversos foros multilaterales que definen la agenda global en la más diversas temáticas.

Nos interesa, y mucho, no sólo saber cómo nos ven, sino qué hemos hecho nosotros mismos para que nos vean como nos ven. Pero, sobre todo, nos interesa saber qué podríamos hacer para que los otros -esto es, los otros Estados y sus sociedades, los organismos multilaterales y los medios globales de comunicación- nos vean como quisiéramos ser vistos.

Hay un elemento casi azaroso e indomable en ese laberinto de miradas, prejuicios, realidades históricas, y narrativas mediáticas que construyen la imagen exterior de un país. En ese sentido la nuestra no es una excepción: mucho de lo que se afirma, se piensa, se cree o se imagina sobre México en el resto del mundo se ha construido por agentes externos de la más diversa índole, hasta cierto punto ajenos a nuestra voluntad imagológica, pero en todos los casos derivados de lo que nosotros mismos hacemos, decimos y proyectamos.

Nada de lo que se pueda pensar o concluir sobre México en la actualidad prescinde de un vínculo con las múltiples maneras en la que construimos nuestra propia realidad nacional. No todo es culpa de Hollywood. Nadie le inventa a una imagen a un país a partir de cero. Es aquí donde las herramientas de la política exterior y de la diplomacia cultural entran en juego y adquieren el peso y la relevancia que nos hemos empeñado en desoír. Es aquí, también, donde un libro como el de César Villanueva resulta de enorme utilidad.

Nos interesa, pues, saber cómo nos observan en el mundo. Si a dicho interés se le acompaña de un modelo de análisis no menos complejo que novedoso, que estudia las tendencias de la palabra “México”, en las redes contemporáneas de comunicación, y que acude a un procesamiento masivo de datos a partir de una serie de variables orientadas a la construcción de una taxonomía alternativa de México y de lo mexicano, podemos entonces -con mucha mayor certeza y alejados de los lugares comunes y de la especulación- saber dónde estamos actualmente parados como imagen país frente al resto del mundo. Esto es justamente donde reside la relevancia y la pertinencia de este libro.

César Villanueva sostiene que las imágenes país son construcciones que provienen de múltiples representaciones simbólicas basadas en el intercambio intersubjetivo entre la identidad-Yo y la alteridad-Otro. En ese sentido, son pluri significantes e inestables, y en nuestro caso se cristalizan en tres imaginarios de alteridad en el exterior que el autor describe en términos simbólicos como: Sombreros (subdesarrollo lacerante, desigualdad, violencia, corrupción); Frida (exotismo, riqueza y diversidad cultural); y Boom (crecimiento económico y modernidad). De ahí el título del libro.

En otras palabras, a México se le ve desde la adversidad de sus tribulaciones y atrofias sociales, desde el carisma de su atractivo cultural, y desde la promesa de su potencial económico y geo estratégico. ¿Podemos con estas tres categorías -claramente identificables y verificables- reorientar, fortalecer e incidir en la manera en la que queremos ser vistos por el mundo?

Un país emergente en lo económico; dependiente en términos de sus rezagos sociales y exótico en su ethos cultural. Éstas son las tres coordenadas de la investigación que traza el mapa de la identidad (las identidades) de México, vistas desde el exterior.

2.

El autor acude a las metodologías de las ciencias sociales en la era del big data para sostener sus afirmaciones, pero sabe que el dato en bruto y la estadística precisa no bastan. Que frente a la minería de datos hacen falta el pico y la pala de la palabra. En ese sentido, el libro pasa del dato duro al uso del lenguaje propio del ensayo como género literario, en este caso para componer una obra que se inscribe en la tradición del ensayo mexicano que se adentra en los laberintos y las jaulas de la identidad mexicana. De Octavio Paz a Claudio Lomnitz, pasando por Roger Bartra.

Reproduzco íntegra una muestra de la prosa de Cesar Villanueva -como científico social y como escritor- al referirse al impacto que tuvo en términos de nuestra imagen en el exterior la filmación en la ciudad de México de una película más de James Bond en 2015:

“Sostengo que es posible afirmar que en la cinta de Bond se puede conocer más de la Ciudad de México, e incluso del país y de sus tradiciones, de lo que concluimos a simple vista. Esto es, más allá de la falsa identidad capitalina, revestida de calaveras en un carnaval inexistente, y que paradójicamente adoptamos como propio […]”.

“Al simplificar o, más bien, recargarle las tintas, a lo simbólico, esta secuencia de James Bond desemboca a fin de cuentas en las tres lecturas imbricadas de México y de los mexicanos [que el libro plantea]: James Bond se enfrasca a balazos teniendo como marco una ciudad cuyos pobladores habitan menos una metrópolis que un limbo cadavérico, son los hijos –con más exactitud, los extras– de un subdesarrollo culturalmente atávico y no por ello menos sexy; el México capturado en la pantalla de la cinta es una nación atrapada en la doble trampa del país de renta media y la antesala de la potencia emergente”.

“Un país que le abre las puertas de su ciudad y de sus fiestas a una escena de intriga internacional, escrita por un guionista británico y concebida por un productor de Hollywood; un país sorprendente y colorido, de temperamento colonizado, exótico y pintoresco; y acaso con un guiño a la modernidad chilanga: la vieja Ciudad de los Palacios reaparece flamante en el nuevo paisaje urbano de torres y rascacielos de la Avenida Reforma y el poniente de la Ciudad, capturado al paso de un helicóptero a punto de explotar”.

“En Spectre la Ciudad de México se muestra como un espacio fascinante, alimento de los imaginarios exóticos en el banquete de la otredad: un espacio para el carnaval de vocación surrealista. La vieja Tenochtitlan resurge a cinco siglos de su destrucción entre fridas, puestos ambulantes y calaveras que danzan”.

“Es el México de las mujeres hermosas […] pero es también el México de la delincuencia organizada, de la policía ineficiente e indolente que se hace de la vista gorda cuando una partida de malosos y un espía de los servicios de inteligencia británicos se pelean frente al Palacio Nacional”.

“Si comparamos la secuencia inicial de Los cazadores del Arca Pérdida (Spielberg, 1981) y la de Spectre (Mendes, 2015), hay una línea de continuidad muy clara. En ambas, la inhóspita y salvaje otredad de lo exótico contrasta con la seguridad civilizada de la cultura mainstream y sus héroes. El exotismo hostil del país imaginario que sirve de set de filmación es el mismo en ambas cintas. Puede ser un mercado en el norte de África o las calles del centro histórico de la Ciudad de México, da igual, en el fondo es el mismo escenario exótico propicio para que el héroe Occidental (un arqueólogo saqueador del patrimonio en el primer caso, un espía capaz de robarle los secretos más íntimos a un Estado en el segundo) sea perseguido sin éxito. Indiana Jones, al igual que James Bond, se enfrentan a la violencia, la corrupción, la decadencia y los laberintos del subdesarrollo y la derrotan. Ambos huyen de la hostilidad extranjera y ambos se salen, al final de la secuencia, con la suya, para solaz de los espectadores del mundo”.

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