Camino al conflicto postelectoral
Francisco Báez Rodríguez
Llega la hora de la verdad, en la que los ciudadanos definen, a través de su voto, el futuro que desean para México y sus distintas localidades.
Llega con una crispación política creciente, en la que los distintos bandos cada vez utilizan menos argumentos y más descalificaciones e insultos que, casi por designio, las dirigencias partidistas y sus operadores se encargan de multiplicar.
El futuro preferido que expresan los ciudadanos a través del voto no siempre coincide con el que desean los partidos. Éstos, si tienen un talante democrático, tras verificar que los procesos se siguieron correctamente, aceptarán las derrotas que les toque asumir e impugnarán solamente aquellas en las que haya evidencias de ilegalidades. Si no tienen ese talante, impugnarán cada derrota de manera estridente, aún sin las pruebas necesarias.
En la medida en que nos acercamos a la recta final, y aun antes de la jornada electoral, empiezan a tomar fuerza las voces que denuncian un fraude anticipado, lo que alimenta todavía más la polarización y la crispación.
Lo primero que hay que decir es que toda denuncia de fraude atenta contra la participación ciudadana. Genera incertidumbre de la mala, junto con la falsa idea de la inutilidad del voto.
Lo segundo, que sí ha habido intervenciones indebidas del Presidente de la República durante el proceso electoral, que le han merecido amonestaciones del INE y del TEEPJF, pero que se las ha pasado por el arco del triunfo. Y que ha habido un uso faccioso de los programas sociales, evidenciado por la propia propaganda de Morena, que se los atribuye como obra propia y única.
Esto, que resta equidad a la elección, sin embargo, no hace que los votos se cuenten mal o que la expresión de los ciudadanos en las urnas no se verá reflejada en los conteos finales. Para eso están los ciudadanos que cuentan y resguardan, y el equipo profesional del INE, que va mucho más allá de una consejera presidenta más
interesada en el Pantone que en sus atribuciones relevantes. Pensar en mapachadas electorales de vieja o nueva usanza se antoja de verdad complicado: hay que dar rienda suelta a la imaginación y al sospechosismo.
Si esto es difícil desde la perspectiva de la oposición, todavía más absurdo es desde la del gobierno y su partido. Y lo más curioso es que, a pesar de la gran ventaja de Claudia Sheinbaum en casi todas las encuestas, tanto el presidente López Obrador como la propia candidata morenista han hablado recientemente de un fraude proveniente de la oposición. El primero incluso ha nombrado a los supuestos cómplices de los conservadores: el poder judicial y las autoridades electorales.
Así, tenemos por un lado a una oposición llena de suspicacias respecto a lo que pueden hacer el gobierno y su partido, y, por el otro, al oficialismo que -aunque ellos son los que detentan el poder- asegura que la oposición intentará fraude. Son las condiciones ideales para una confrontación postelectoral.
Entendamos que Morena tiene un mito fundacional, que es precisamente el del fraude en la elección presidencial de 2006. Sobre ese mito se han construido leyendas y casi se forma una nueva religión. Es algo que los más recalcitrantes no han soltado ni cuando ganaron por paliza.
Y en el discurso reiterado de ese partido está el concepto de que la democracia es obra única de sus militantes. No les importa el arduo proceso por el que México pasó de un sistema monopartidista a uno plural y competitivo. No, para ellos la democracia nació con la elección de López Obrador como presidente.
En esa lógica, la democracia renace cada vez que ellos ganan y muere cada vez que pierden. Y puede darse el caso en que, en una misma elección, con los mismos votantes y las mismas autoridades electorales, consideren como válidos todos sus triunfos y como fraude todas sus derrotas. Las mismas casillas tienen resultados democráticos y antidemocráticos al mismo tiempo.
Las elecciones del próximo domingo seguramente traerán victorias y derrotas para todas las partes involucradas. Serán el veredicto de un pueblo plural en lo político e ideológico. Sólo en una dictadura hay puras victorias.
Tras esos resultados, los demócratas discutirán e impugnarán lo verdaderamente discutible e impugnable. Quienes niegan la pluralidad se quejarán de prácticamente todo lo que les haya impedido ganar. En su nostalgia por la aplanadora priista,
terminarán por judicializar todo el proceso y poner en vilo a las instituciones.
¿Qué ganan con eso? Mantener la polarización de la que se alimentan e, igualmente importante, continuar con la campaña electoral permanente que caracteriza a los populismos.
Quisiera equivocarme, pero, como es muy difícil que los astros y los números de las diferentes elecciones se alineen, y con la escasez de demócratas que nos cargamos, creo que, aun si la elección presidencial sale sin problemas, va a haber gritos, sombrerazos, acusaciones y demandas durante varias semanas, por lo menos.