Longevidad contra la vida profesional

Juan Carlos Chávez

En los últimos siglos la esperanza en el promedio de vida humano ha aumentado significativamente gracias a los avances científicos, tecnológicos y culturales reflejados en mayor higiene, mejor control de infecciones vía antibióticos y menos guerras. Por ejemplo, en el siglo XVI, la esperanza de vida era de tan solo 35 años, aunque cabe destacar que este promedio es impactado considerablemente por la alta mortalidad infantil y juvenil (Livi-Bacci, 2012). En el siglo XXI el promedio de expectativa de vida es de 72 años y de 90 años en las llamadas zonas azules (Buettner, 2008).

Por otra parte, los índices de producción y riqueza también han incrementado de forma importante en las últimas décadas; el sistema capitalista ha generado una cantidad de recursos materiales e ideológicos inédita.

Sin embargo, a pesar de los avances, este ímpetu también ha originado evidentes problemas que resultan en graves patologías fisiológicas y psicológicas. La humanidad parece nunca haber estado tan triste y sola.

Por lo tanto, es momento de cuestionarnos el costo profundo del materialismo y hedonismo que han detonado la inercia productiva actual.

En síntesis, a nivel individual y colectivo, hemos puesto la acumulación de bienes por encima del bienestar biológico, lo cual impacta en una menor cantidad y calidad de vida. Nos hemos transportado a un extremo que amenaza el balance vital homeostático.

Entonces, aquello que implica éxito profesional hoy en día, ¿es compatible con la salud y longevidad? La respuesta sencilla es no, pero reconozcamos soluciones proactivas e inteligentes a continuación.

Desde un punto de vista neuropsicológico, una de las fuentes principales de las enfermedades modernas es lo que conocemos como estrés o, mejor dicho, miedo incesante. Para comprender este fenómeno es esencial vislumbrar que el miedo es un sentimiento negativo que —al igual que todas las experiencias sintientes desagradables— se detona frente a deseos conscientes e inconscientes perdidos o incumplidos. Es decir, el miedo siempre tiene un anhelo frustrado detrás e identificarlo es sumamente útil para mitigar sus efectos adversos. Por ejemplo, en el trabajo, me estreso porque quiero esforzarme menos y ganar más, y no puedo; quiero organizarme mejor para llegar puntual, y no lo hago; quiero leer y aprender para estar mejor capacitado que los demás, y no lo consigo; quiero gastar más, pero no tengo los recursos; etc. Ese “quiero” insaciable, parte crucial de los humanos y los seres vivientes en todas sus manifestaciones, en desbalance, crea frustraciones corrosivas. Una posible solución es ser conscientes de las fuerzas que nos hacen desear y priorizar desde una perspectiva amplia: ¿lo que quiero en este instante es compatible con lo que quiero a largo plazo a nivel individual y colectivo?

Responder a esta última pregunta nos dota con un arma potentísima que poseen la mayoría de las personas en las mencionadas zonas azules: un propósito. Cuando nos sentimos útiles de forma trascendente hacia nosotros mismos, nuestra familia, la sociedad y la vida entera, el ímpetu individual se llena de energía longeva.

Desafortunadamente, en el presente, nos hemos olvidado de la visión extendida y nos hemos enfocado en demasía en los placeres fugaces del aquí y ahora, resultando en una franca incompatibilidad sistemática.

Además, no menos importante, por este mismo egoísmo de instantáneo plazo, aquello con lo que se alimenta la humanidad contemporánea es altamente dañino para el cuerpo y la mente. Nuestra arquitectura biológica no está configurada para nutrirse con “alimentos” plenos de grasas saturadas, químicos artificiales, acidez y falta de fibra (como procesados, carnes y lácteos). En cambio, los alimentos de origen vegetal crudos vivos (como los brotes, frutas, verduras y semillas) son los que contienen el mayor número de macro y micro nutrientes necesarios para el funcionamiento correcto del organismo (DiGeronimo & Clement, 1998).

Por lo tanto, cuando la base nutricional se encuentre alineada con nuestra compatibilidad biológica, recobremos propósitos profundos a nivel personal, social, político y económico y procuremos un balance motivacional siendo conscientes de nuestros deseos y sesgos cognitivos, entonces atestiguaremos un impacto positivo en la salud y nuestra facultad creativa sin precedentes.

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