La nueva ultraderecha amenaza la democracia
Bernardo Barranco V.
Conmoción y sorpresa causó el triunfo electoral del candidato libertario de extrema derecha, Javier Milei. Ganó las primarias denominadas PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) en Argentina el pasado domingo 13 de agosto con más 30 % de los votos.
Predominó el abstencionismo, así que, para Milei queda aún largo trecho para alcanzar la Presidencia. Sin duda, su irrupción electoral no es un accidente para Argentina ni para América Latina. Es una señal alarmante: la ultraderecha avanza en el mundo y nos está alcanzando en Latinoamérica.
Electoralmente, el eje político de Europa se va inclinando a la derecha y los partidos ultraconservadores no sólo tienen carta de ciudadanía, sino que ya cogobiernan en varios países.
El escenario europeo en la última década muestra cada vez más el ascenso notable de las diversas facciones de extrema derecha. Y exhibe cómo está cambiado el escenario político de distintos estados miembros de la Unión Europea.
La razón de este auge puede atribuirse en parte a la crisis migratoria iniciada en 2016, que encendió focos ultranacionalistas en más o menos todas partes, pero también la secuela de la pandemia del covid, la guerra en Ucrania y la onda larga de la crisis económica.
Para empezar, la transición de los regímenes comunistas a las democracias ha sido azarosa. En la mayoría de los casos, han sido un fracaso, ya sea en países de Asia Central, u otras más europeas, como Bielorrusia y la propia Rusia. No se pueden obviar, los gobiernos derechistas y autoritarios de Hungría, gobernada por una mayoría absoluta encabezada por Viktor Orbán desde hace 12 años, y Polonia, donde el partido Ley y Justicia (PiS) está en el poder desde hace dos mandatos. Ni mucho menos, dejar de lado, el ascenso político de Giorgia Meloni en Italia, los giros en Grecia y Portugal. Completa el cuadro siniestro de esta mutación política de ascensión de la ultraderecha, que ésta cogobierne en Finlandia y Suecia.
Si bien la nueva ultraderecha europea es muy diversa, tiene una base social marcada por los desencantos políticos y los temores sociales. Descansa sobre una vasta coalición de grupos sociales, cuyos intereses son a menudo incompatibles: jubilados, trabajadores, comerciantes, artesanos y empresarios. Cuando se les pregunta por las razones de su preferencia por la nueva ultraderecha, como en el caso de Alternativa por Alemania, los votantes tienden a no citar soluciones para la economía, sino para la inmigración.
Ya no es ninguna novedad la normalización de la extrema nueva derecha en los escenarios políticos. Viene creciendo, muchas veces por la decepción de los tradicionales partidos conservadores y de centroderecha. Desde el inicio del nuevo milenio se viene imponiendo una nueva ultraderecha, caracterizada por un fenómeno de desmarginalización. Repudiada en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, por su identificación con el fascismo y franquismo, pasa de ser una minoría excluida de las instituciones, o en todo caso relegada, a ser un actor político aclimatada en los territorios, presente en los parlamentos y legitimada por una alta porción de la población electoral.
La extrema derecha latinoamericana también es muy heterogénea. Apoyada por Europa, en especial por la dupla Vox-Yunke, aspira en grande, mirando también lo que está pasando en otras partes del mundo. Además, es apoyada por el conservadurismo norteamericano cuya órbita gira en torno a Donald Trump.
Así se vio en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), celebrada el 18 y 19 de noviembre en la Ciudad de México. Fue fundada en 1974 para combatir el comunismo y el progresismo político. Todos unidos en nombre de Dios, Patria y Familia. En dicho evento, participaron Eduardo Bolsonaro hijo de Jair Mesías Bolsonaro de Brasil. También asistió el argentino Javier Milei, José Antonio Kast, el católico de extrema derecha chileno; el presidente de Guatemala Alejandro Giammattei; Steve Bannon, asesor ideológico de Trump y líder intelectual de esta nueva derecha; el polaco Lech Walesa expresidente de Polonia; el líder de Vox, el español Santiago Abascal, sólo por nombrar algunos.
En Brasil, a pesar que Jair Mesías Bolsonaro perdió las elecciones presidenciales del 2022, el bolsonarismo es muy fuerte. Constituidos como la primera fuerza opositora en el Congreso Nacional de Brasil, son la expresión más evidente de un ascenso de la extrema derecha tan irresistible como amenazante. Las cosas no van mejor en Chile, donde la extrema derecha, fortalecida por el triunfo del “rechazo” al referéndum sobre la nueva Constitución, se agrupa en torno a José Antonio Kast, candidato derrotado por Boric en la segunda vuelta. Kast y los ultraconservadores están contra el aborto sin tregua, hostil a los migrantes, a las causas de los mapuches y decididos a reducir el papel de la mujer a la dimensión familiar y privada; resueltos a eliminar cualquier política a favor de las minorías sexuales y a abolir la educación superior gratuita.
La nueva ultraderecha se beneficia de la gran decepción de los partidos tradicionales, de las crisis institucionales y de la visión pesimista del futuro. Una tendencia recesiva de las economías, crisis financieras y los efectos de la pandemia conforman una densa atmósfera social de temor. Ahí emergen los partidos populistas de ultraderecha con propuestas simplistas ante problemas complejos. Contra las amenazas externas como la inmigración prometen soluciones radicales y un neopatriotismo conservador. Reivindican la familia tradicional, impugnan a las teorías de género, repudian las minorías indígenas y sexuales, así como rechazan el lenguaje inclusivo. En suma, las ultraderechas son favorecidas de la actual crisis cultural. Se dicen emergentes a la cultura del progresismo marxista.
En México no tarda en surgir la conformación de la ultraderecha moderna. Una mezcla de Vox-Yunke y Trompismo. El pivote de dicho operativo, ya lo hemos señalado aquí, se llama Eduardo Verástegui, un personaje tan extraño como el mismo Javier Milei.