“El Chato” Castillo, el campeón mexicano que abandonó la gloria por la pista de baile

Alfonso Sotelo y Diana Soto

En las entrañas de Santa María la Ribera, un hombre de cabello cano, vestido con sombrero y zapatos de charol, muestra sus mejores pasos de baile a los pies del emblemático Kiosko Morisco. Es la tarde de un domingo soleado en el centro de la Ciudad de México y Teodoro Pérez Castillo, de 84 años, toma asiento bajo la sombra de un árbol para recordar aquellas glorias que lo llevaron a conocer los mejores salones de baile de la capital, conquistar un título semi-profesional de box y formar parte de las filas del Rastro de Ferrería. 

“Nací en un barrio de allá de Azcapotzalco, en Santa María Malinalco. Mis papás eran personas humildes, mi papá trabajaba en el rastro y mi madre, en el hogar. Tuve 11 hermanos, de los que solo quedamos tres”, relata tras descansar el sombrero en sus muslos. Recuerda que desde los 12 años encontró su pasión por el baile junto a  personas mayores que acudían con frecuencia a disfrutar de la música de exponentes como La Sonora Matancera. 

A partir de entonces, “El Chato”, como también lo conocen, visitaba con frecuencia los grandes salones de baile en la Ciudad de México del calibre de  “El Salón Los Ángeles”, “California Dancing Club” y “Salón México”, por mencionar algunos. 

“El Chato” también apoyó a su hermano Nacho Pérez en su incursión en el box 
Foto: Cortesía

Por al menos cinco años, el sudor, la música y las luces de los salones acompañarían a Teodoro mientras se entrenaba en gimnasios públicos de la ciudad para “no andar mal en la calle”. Sus festejos nocturnos solo quedarían atrás después de que un boxeador profesional se interesara en él y lo introdujera al mundo de los guantes.  

La faceta musical de “El Chato” no podría contarse sin mencionar el nombre de Lilia Reza Cornejo, con quien ha compartido la pista de baile al ritmo de danzón, cumbia, salsa y hasta merengue. Ella tiene 66 años y radica en el municipio de Naucalpan, en el Estado de México, desde donde se traslada para seguir brillando en las duelas de la capital. 

“Yo desde que empecé a bailar danzón me enamoré del género, significa ejercicio, desestrés y olvidarme de los problemas de la vida diaria. Mi familia me apoya en todo, principalmente mi mamá, quien me ve contenta, saludable y manteniéndome en forma”, comenta Lilia, quien tiene más de 8 años acudiendo a lugares como el Jardín Hidalgo, en Azcapotzalco, a compartir su pasión por la danza. 

Lilia Cornejo es una bailarina que utiliza el danzón como método para mantenerse saludable y escapar de los problemas de la vida 
Foto: Cynthia Benítez

Al son que le toquen, Lilia baila, sin embargo, confiesa que su preferida es un danzón conocido como “El Panadero”, de la autoría de Juan Luis Cabrera. “Se me estalla el corazón de alegría, eso es el danzón, mucha alegría para disfrutarlo, te pones hasta a temblar cuando empiezas a bailarlo”. 

La Sra. Lilia revela que “El Chato” es una pieza fundamental para los clubes de baile donde ha participado, ya que cuando llega a faltar, los compañeros lo extrañan, preguntan por él, siempre pone el ambiente con su carisma y personalidad. “Él nunca dice que no, siempre baila con todas, un hombre agradable, social y apasionado en todo lo que hace”, agrega. 

Los Guantes de Oro: siete ganados y tres perdidos

“Llegó Filli Nava, un boxeador profesional de aquella época y me pidió su hermano que le hiciera ‘guante’, ‘sombra”. Los peleadores de aquel entonces buscaban a deportistas jóvenes que se ejercitaran en las calles para practicar con ellos a cambio de un apoyo económico. “Ya me subí con él y no me gustó como me pegaba porque ya era profesional. Mi amigo me decía: ‘No te dejes’. Tuve que defenderme y lo tumbé”. 

Un tiempo después, el hermano de Nava lo buscaría para invitarlo a formar parte del boxeo mexicano. “¿Sabes qué?”, le preguntó. “Te voy a  invitar al gimnasio Jordan. Yo entreno ahí, mi hermano entrena ahí porque tienes buen pegue”. 

Desde el Jardín Hidalgo, en Azcapotzalco, Teodoro muestra con orgullo sus guantes de oro 
Foto: Cynthia Benítez

Dicho y hecho, “El Chato” se presentó en el gimnasio, sobre Arcos de Belem y cerca de Salto del Agua, para comenzar a practicar. Dentro del inmueble conoció a grandes figuras como Arturo “El Cuyo” Hernández, Luis “Kid Azteca” Villanueva, Rodolfo Chango Casanova y el emblemático entrenador Pepe Hernández, quien dedicó parte de su tiempo a inculcarle su sabiduría en la materia. 

Con tan solo 17 años, y pocos de practicar, Teodoro logró convertirse en campeón de los Guantes de Oro de 1955, un reconocimiento otorgado por la Comisión de Box y Lucha del entonces Distrito Federal. “Mi récord para los Guantes de Oro fueron siete ganados y tres perdidos para conquistar el campeonato”, detalló.

“El Chato” Castillo fue reconocido por la entonces Comisión de Box y Lucha del D.F
Foto: Cynthia Benítez

“El Chato”, del ring al monstruo de Ferrería 

Pese a tener un prometedor futuro en el boxeo, las condiciones económicas de “El Chato” lo orillaron a abandonar tanto el baile como el box y convertirse en un soldado más del Rastro y Frigorífico Ferrería, “la gran despensa del D.F”, según declaró el presidente Adolfo Ruiz Cortines, el mismo año que el joven boxeador conquistaba los Guantes de Oro. 

“Trabajé 24 años cargando reses en el Rastro. Yo desempeñaba mi trabajo como cualquier otro. Me dediqué exactamente a una cosa, pero dejé otras para dar bienestar a mi familia, a mi esposa y a mis hijos”, explica con nostalgia. 

Como estibador, Teodoro Castillo se dedicaba a cargar y acomodar reses de hasta 150 kilogramos en las carnicerías de la capital, con un equipo de otras dos personas y un conductor de camión. 

Pérez Castillo como estibador en el Rastro de Ferrería, la gran despensa de la capital
Foto: Cortesía

“El Chato” se sincera y comenta que el trabajo en el rastro no lo hacía cualquiera. Diariamente convivían con el dolor y actividades que ponían en riesgo su integridad como lesiones, cortaduras, caídas, fracturas y hasta asaltos, donde les robaban toda la mercancía. En el caso del ex boxeador, la cicatriz de su trabajo en Ferrería quedaría marcada en su cuello. 

“Me lastimé la cervical cargando media res en 1975”, cuenta. “Se rompió la tarima de una carnicería y me quedó colgando la cervical en el pescuezo. Me la extendieron, pero no me quedó bien. 

A inicios de los 90, el trabajo en el rastro comenzó a escasear cuando las matanzas dejaron de realizarse en un espacio alcanzado por la urbanización. Teodoro Castillo dejó de ser estibador y volvió a buscar sus verdaderas pasiones: el box y el baile. 

La credencial con la que se identificaba Teodoro como integrante de El Rastro y Frigorífico Ferrería
Foto: Cortesía

“Aquí se necesita respeto, confianza y no mentir”, explica “El Chato”, antes de detallar que la disciplina es un valor que une al baile y al box de manera profesional. A sus 84 años, el ex boxeador visita cada fin de semana kioscos de la Ciudad de México para mantener encendida su pasión. Sábados y domingos se le puede encontrar en el Jardín Hidalgo de Azcapotzalco junto con su compañera, Lilia Cornejo, disfrutando e invitando a los caminantes a unirse a la pista de baile. 

Teodoro ya no baila como a sus 20, pero la energía no se le acaba. Sus zapatos de charol perfectamente boleados son evidencia del amor que tiene por la primera profesión en su vida. Sin embargo, la lesión en la pierna y los 84 años de edad, pesan sobre su cuerpo mientras se gana la vida con trabajos de mantenimiento. 

En México, el 70% de los adultos mayores de 60 años trabajan de manera informal, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Muchos de ellos se dedican principalmente al comercio y actividades agropecuarias. 

Integrantes del Club de Danzón de Azcapotzalco en el Jardín Hidalgo 
Foto: Cynthia Benítez

“El Chato” se encuentra en el 45% de los hombres mayores que trabajan en el segundo trimestre de 2022. Hasta ahora, con su faceta de boxeador, estibador y bailarín ha conseguido grandes amistades que mantiene aún bailando en salones, sonideros y kioscos donde desgasta sus zapatos de charol. 

Share

You may also like...