El ocaso del PRI que conocimos
Jaina Pereyra
En 2012, el Partido Revolucionario Institucional se hacía con la Presidencia de la República y con veinte de las treintaidós gubernaturas del país. Había vuelto después del colapso de 2000 y estaba lejos de volverse a ir. O eso parecía.
El sexenio pintaba para ser un éxito. La oposición estaba dispuesta a colaborar: el PAN parecía cómodo de regresar a ser un partido de oposición y el PRD buscaba “modernizarse”. El PT y el Verde eran partidos bisagra que a nadie preocupaban y Andrés Manuel se había ido a su rancho, a cocinar su siguiente campaña. Todos estaban dispuestos a bailar el ritmo que les tocaban en Los Pinos.
El PRI tenía control electoral sobre el territorio nacional y, con presupuestos locales, podía aceitar su máquina, tal como lo había hecho por casi 70 años de hegemonía.
Lejos quedan esos tiempos. En la última década el PRI se ha desfigurado tanto que es irreconocible. Hoy, el partido que consolidó el México del siglo XX a su voluntad, que tuvo mayoría calificada hasta 1997 y que solo ha sido oposición durante 16 de los 93 años que tiene de vida, ha perdido prácticamente todo.
Perdieron la presidencia y encabezan apenas cuatro de las gubernaturas del país. Aunque todavía gobiernan a 22 millones de personas, de perder el Estado de México el próximo año, como es previsible que suceda, gobernarán solo a 5 de los 127 millones de mexicanos. Su militancia se encogió en 80%, sus negativos se mantienen en las encuestas electorales y no se han dedicado a pulir a ningún candidato para el 2024, como lo hicieron para 2012.
Frente a estos resultados, contrario a lo que dicta la tradición de renunciar, Alejandro Moreno, “Alito”, presidente nacional del partido, ya anunció que no se va. Sostiene que la victoria aliancista en Durango fue un éxito rotundo y que le hagan como quieran.
Y si bien tiene razón en que no es responsable de la derrota en todas sus dimensiones, el PRI no podrá recuperar fuerza electoral alguna si persiste en la negativa a confrontarse con su realidad. Porque con la presidencia nacional de “Alito” no solo han perdido territorio: han perdido los pilares que alguna vez hicieron al PRI el partido más poderoso de América Latina.
En primer lugar, han perdido disciplina. Recuerdo bien mis primeros días como asesora en el Senado de la República. Mientras los panistas se recriminaban unos a otros en tribuna y luchaban por destacar aunque fuera evidenciando a sus correligionarios, los priistas parecían un equipo profesional de futbol. Había delanteros claros, defensas, un portero. No corrían todos tras la pelota, porque sabían que si esperaban les llegaría la gloria. Por muchos años el PRI funcionó así, a partir de la rotación interna. La expectativa de pertenecer a la cúpula en el poder mantenía disciplinados a los grupos. Hoy eso no existe. Tan no existe, que los exgobernadores que perdieron sus estados son promovidos como embajadores por el gobierno de Morena, y “Alito” tuvo que amenazar con expulsar del partido a quienes votaran a favor de la reforma eléctrica del presidente (y aun con esa amenaza, hubo incertidumbre).
En segundo lugar, han perdido horizontalidad. Con la pérdida de espacios de poder, la escasez ha vuelto al partido más vertical. Por muchísimos años, el PRI fue el campeón de las diputaciones por mayoría. Concentraban su fuerza territorialmente. Ahora las negociaciones para elegir candidaturas tienen que ser palomeadas por “Alito”. El presidente nacional busca monopolizar la voz en el partido. Hace algunos días vimos al cónclave de experimentados priistas pedirle su renuncia. El presidente del PRI se negó. Antes, el partido era más importante que cualquier persona en lo individual, y entender eso les dio muchas victorias: hacer el pastel más grande era mejor que aferrarse al último pedazo. Ya no.
En tercer lugar y tal vez de manera más relevante, han perdido identidad y discurso. Si bien es cierto que el presidente López Obrador marca la agenda del país, poco ha hecho la gran mayoría de los partidos de oposición por mantener su identidad y volverla atractiva. La Alianza “Va por México” les ha amarrado las manos narrativamente. El PAN no puede señalar las corruptelas de Morena porque está asociado al PRI. El PRI no puede señalar el conservadurismo del gobierno porque está asociado al PAN. Se juntaron para adoptar lo peor de cada uno. En vez de ser una alianza liberal y eficiente, en vez de quedarse con los tribunos del PAN y los funcionarios del PRI, nos hemos quedado con dos presidentes nacionales que han dejado de proponer, de definirse, de explicar su razón de ser para concentrarse únicamente en que no son Morena. En vez de insistir en que la Alianza congrega a los partidos que han aceptado jugar con las reglas de la democracia, buscan gubernaturas sin legado, sin propuesta, sin identidad. ¿Por qué vota hoy alguien que vota por la Alianza? Hasta ahora, solo por que no gane Morena.
Y cuando a Morena le dicen que es como el viejo PRI, al PRI le fallan los reflejos. No dice que el PRI habrá pecado de autoritario, pero prometió y consolidó diferentes modelos de país. Cuando quiso ser un país de trabajadores, hizo el Seguro Social y el Infonavit. Cuando quiso abrirse al mundo, firmó el tratado de libre comercio. Cuando prometió democratizar al país, estableció el Tribunal Electoral y dio autonomía a la Corte. Cuando quiso fortalecer a la economía, negoció la modernización del sector energético. Morena, a diferencia del PRI tradicional, no ha consolidado una sola institución para sustentar el país que dijeron que nos darían.
El PRI, el partido al que le debemos la gran mayoría de las instituciones del Estado mexicano, el partido que apostó por la institucionalidad e incluso abusó de ella, hoy se permite proponer que los mexicanos portemos armas de fuego porque el Estado nos ha fallado. El partido que hizo al Estado mexicano renuncia a mantenerlo.
El PRI, el partido imbatible, está resignado a ganar popularidad con la excentricidad. Qué lejos está la imagen de los priistas tan cómodos con el poder que intimidaban. “Alito” dio su última conferencia en un pódium en donde el logo de su partido apenas se distinguía entre los carteles que señalaban las fallas en seguridad de Morena. Morena, Morena, Morena: los carteles rodeando al presidente nacional del PRI, necio con mantenerse como quinta o sexta, o séptima fuerza política en el Congreso.
Espero equivocarme, pero creo que si la militancia acepta esta derrota, Alejandro Moreno será el último presidente nacional del PRI. Y va a ser muy difícil explicar a nuestros nietos que ese partido alguna vez tuvo el monopolio del poder en nuestro país, y que esos que hoy se pelean por tan poco nos heredaron prácticamente todas las instituciones del Estado mexicano. Y digo que es una lástima porque, a pesar de no ser ni nunca haber sido priista, estoy dispuesta a reconocer que mucho de lo que hoy somos como país se lo debemos a hombres y mujeres de Estado, a funcionarios públicos inteligentes y comprometidos. Porque sí, de esos también alguna vez hubo en el PRI.