El Estado represor, Muñoz Ledo, y el PRI que regresa al poder
Carlos Ramírez
La primera reacción de sectores sociales afectados por la represión del pasado ha sido la de centrar todo el conflicto en el sector militar, a pesar de los señalamientos y reconocimientos de que los militares fueron ordenados por el presidente de la República para frenar la disidencia política nacional.
En este contexto, las reacciones sociales antes de iniciativa de reconciliación debieran pasar primero por la exigencia de responsabilidades históricas de los gobernantes de la era priista que se negaron desde 1951 hasta 1978 a aceptar las reglas de la competencia y quisieron vivir por siempre en el modelo que el escritor y ensayista marxista José Revueltas caracterizó como el “Estado ideológico (la Revolución Mexicana), total y totalizador”, cuyo funcionamiento giraba en torno “al control total de las relaciones sociales” en el espacio sistémico del PRI.
La mejor y más lúcida justificación del Estado autoritario y represor priísta la dio en dos ocasiones el joven político Porfirio Muñoz Ledo –en modo diazordacista y echeverrista– en 1969 y a este tipo de argumentadores es a los que hay que sentar ante el tribunal de la historia de los pueblos que padecieron la represión. Muñoz Ledo justificó la represión del 68 como síntesis histórica del Estado represor:
“Al cabo de un prolongado periodo de crecimiento, fuerzas e intereses ajenos a la voluntad del pueblo pretendieron divorciarlo de las instituciones de la República y los más antiguos trasfondos reaccionarios vinieron a condensarse en la idea de que el deber más imperioso para los mexicanos es disminuir la autoridad del Estado e inventar un nuevo régimen constitucional.
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“Hoy, en pocos países como el nuestro, los jóvenes encuentran mejores posibilidades de identificación y de servicio dentro de la sociedad civil. En muy pocos podría escucharse verazmente la promesa que formuló aquí, hace casi dos lustros, el actual jefe de nuestra nación (Díaz Ordaz) cuando afirmó que a sus contemporáneos correspondía ser el macizo puente por el que habrían de pasar las nuevas generaciones para hacerse cargo de sus responsabilidades con la patria.
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“En todo el mundo existe la convicción de que los últimos movimientos de rebeldía y de protesta han dejado como secuela inmediata el aumento de poder de los enemigos del cambio social. Con la más estricta objetividad podemos afirmar que los conflictos sociales que tuvieron lugar en México y que llegaron a poner en peligro la paz pública no dejaron como saldo el más mínimo incremento de poder o de influencia en favor de quienes se oponen a la transformación acelerada y a la autonomía del país.
“El Jefe del Estado mexicano ha puesto en este informe (el V) especial acento a los actos de su administración que atestiguan la posición soberana de México frente al exterior y que propician vías de desarrollo económico cada vez más independientes…
“Díaz Ordaz dijo, reiteradamente, que ninguna presión obligaría al gobierno a “mediatizar la soberanía de la nación” y, podernos añadir con justicia, que no permitió tampoco que se deteriorara la autoridad que el Estado ejerce sobre los intereses particulares que componen la comunidad mexicana. Con esta intención ha dicho que “ningún grupo, ningún sector, ninguna clase tiene el derecho de imponerse a los demás. La voluntad mayoritaria del pueblo mexicano es la que decide”. En ejercicio de ese mandato, el Poder Ejecutivo tomó sus decisiones y la responsabilidad que asume, es —al mismo tiempo— la reafirmación de la soberanía externa del Estado y de la supremacía del poder público en el interior del país.
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“Como miembro de este partido (el PRI) y como mexicano que confía honestamente en el destino de la nueva generación, nada me ha conmovido más hondamente en el texto del V Informe que el valor moral y la lucidez histórica con que el Presidente de México reitera su confianza en la “limpieza de ánimo y en la pasión de justicia de los jóvenes mexicanos”.
“Nuestra Revolución Nacional es obra de sucesivas generaciones (…). Por eso nos dolemos ante la expectativa de que nuestros jóvenes naufraguen en la desilusión o frustren sus empeños por no poder o no querer descifrar las estructuras de la civilización que están llamados a transformar.
“Nunca como ahora la educación ha sido una dimensión de la política. El porvenir que ambicionamos depende en gran medida de las fórmulas que encontramos conjuntamente, las dos generaciones, para preservar la continuidad esencial de nuestra historia y para afirmar un México nuevo fundados en la realidad y en la imaginación creadora. Esta es, la última lección que recojo de un informe ejemplar.”
En estas palabras de Muñoz Ledo se resume el Estado autoritario del PRI.