El nacimiento de Orangután Infiel
Luis Fernando Najera
El Fuerte, Sinaloa. – Por hechos y conductas propias, él se ganó a pulso el mote del Orangután Infiel.
Estaba en lo más encumbrado de lo que puede ser un hombre por la voluntad de otros que a su vez fueron obligados dar la anuencia por unos mafiosos y pistoleros que se aliaron con una caterva de políticos arribistas, traidores, mentecatos y fuereños.
Había pasado la mitad del primer tercio de su mandato cuando le dio el mal del puerco y el ladrillo en que centro sus poquísimas neuronas, la mayoría quemadas por francachelas, comilonas y excesos mundanos, comenzó a crecer como si tuviera levadura.
Así él se creyó el Todopoderoso, el último Iluminatti del pueblo, el Señor Don Razón, la Conciencia Colectiva del Universo, y el Amo de voluntades. Él no lo sabía ni comprendía que el que miraba al espejo era un monstrenco creado por sus aduladores, y que lentamente, pero inexorablemente, estaba evolucionando hacia el ser más despreciado del pueblo, el leproso del que todos huyen para evitar ser contagiado.
Así, el Orangután Infiel llegó a los 207 días de su mandato.
Tras casi siete meses de estar en el trono del Pueblo Mágico, secundados por una caterva de primates homínidos capitaneados por un macho dominante cuadrúpedo del bando Petatlán, la comunidad Mágica comenzó a tener quejas por los suministros básicos.
Pero el Orangután Infiel, beodo por naturaleza y nariz de aspiradora, restó importante, y comenzó a despotricar a diestra y siniestra. Llamó imbécil a su secretario de propaganda y mentiras piadosas que contrató a espejitos para que distribuyeran los bandos. De unos pretendió moches y a los otros los malbarató. Y en el mejor de los casos, contrató a traidores de sepa. Así, la estrategia de vender cuentas estaba destinada al fracaso, porque tres o cuatro independientes lo ponían en jaque y lo hacían regar la bacinica.
Así, se la llevó peleando. Buscando salir del atolladero por su mediocre gestión y el cotidiano saqueo de las arcas de un pueblo ya de por si quebrado por la Duquesa de los Arándanos, el Orangután Infiel buscó asistencia externa, porque sus aduladores de cabecera nada más no funcionaban para silenciar las voces discordantes de los independientes.
Y aquel hombre de buena fe, cayó en ese llamado.
Cuando lo tuvo enfrente, el Orangután Infiel desplegó su envergadura de casi dos metros, mostró los colmillos, saco sus garras y su lenguaje de carretonero, borracho y pendenciero y lo descargo contra aquel hombre, que por una enfermedad estaba vulnerable.
Al tipejo no le importó, saz, una vez; saz, saz, dos veces; luego, una tercera, una cuarta y una quinta ocasión le asestó el verbo. Nadie pudo parar aquella matanza en la emboscada. Regocijado por la sangre que sus palabras hirientes provocaban, continuó, continuó y continuó vapuleando al hombre bueno. No paró ni porque aquel estaba medio ciego. Qué hombría hay en darle a placer a un hombre disminuido por enfermedad, ninguna, excepto la gran cobardía del mentecato.
Pasado el trance de su ego, y festinado el triunfo de la comunidad de orates de los primates homínidos, el hombre se fue a casa.
Han pasado ya algunos días, y aquel hombre comenzó el desagravio. El Orangután Infiel ahora está disminuido. Con mentiras se defiende. Y pagarán traidores y espejitos.