La Universidad frente al poder

Mario Luis Fuentes

No es la primera vez, ni será la última, que la Universidad Nacional Autónoma de México sea objeto del ataque y las agresiones injustificadas del poder. En 1968, bajo la visión autoritaria de un régimen que buscaba imponer la lógica del pensamiento único, se le acusó de albergar al pensamiento radical. Las consecuencias fueron funestas y son una herida que aún no cierra: cientos de universitarias y universitarios masacrados o desaparecidos porque el poder pensó que una parte de la comunidad universitaria era dañina, ideológica, política y culturalmente para el país. 

El año de 1968 fue la última vez que un Jefe del Estado mexicano vulneró abiertamente la autonomía universitaria, con las peores consecuencias, pues se llegó al extremo de poner, antes las ideas, las balas asesinas disparadas bajo la dirección orquestada de un complot terrible e inaceptable.

Poco más de 50 años después, la UNAM enfrenta el embate de un presidente de la República iracundo y de una jefa de gobierno de la Ciudad de México que lo respalda abiertamente en sus dichos. En ambos casos, el ataque se dirige a un señalamiento, no solo injusto, sino a todas luces falsario: que la UNAM es de derecha, neoliberal… y otros adjetivos incomprensibles.

La UNAM es la universidad de la Nación, no sólo porque sea la de mayor tamaño y relevancia internacional; lo es porque en ella conviven y coexisten las más diversas posturas y visiones en torno a lo social, lo político, lo cultura, lo estético y, en general, en todas las ramas del saber que se desarrollan y cultivan en nuestros campus.

La pluralidad y la diversidad de una universidad pública -y más de una como la UNAM-, son características esenciales de su estructura orgánica. Que, en sus aulas, centros institutos y centros de investigación haya posturas no sólo diversas, sino incluso irreconciliables, no es síntoma de mal funcionamiento sino por el contrario, de que se está cumpliendo con su mandato de fomentar la generación de conocimiento universal, con base en los más amplios criterios de apertura, tolerancia y respeto a la diferencia.

Foto: Reuters

Frente a este tipo de agresiones del poder a una institución universitaria, es que es pertinente recordar los ejemplos extremos; no porque se quiera comparar o equiparar a los eventos actuales con los del pasado, sino con la intención de advertir a dónde se puede llegar si no se tiene una autocontención y prudencia en el uso de la institución más poderosa de un país, para señalar, descalificar o intentar colonizar a una de las más relevantes fuentes de pensamiento diverso en una sociedad.

Por ello vale la pena recordar la intolerancia de movimientos estéticos como el del Futurismo, que alardeaba de machismo, velocidad y violencia; argumentando que todo aquello que no fuera como lo que esta vanguardia proponía, debía ser desechado. Los nazis llegaron al exceso de quemar libros y de montar exposiciones para mostrar al “arte degenerado”. En la Unión Soviética se prohibía no sólo enseñar, sino siquiera mostrar los productos de la “decadente sociedad burguesa”; y en el marco de las sociedades de supuesta libertad e igualdad, se han cometido excesos como el ya señalado de 1968.

El presidente de la República es egresado de la UNAM. Y por ello está obligado a recordar el juramento que debió hacer cuando recibió su título universitario. En los protocolos de toma de protesta universitaria, se hace énfasis que el conocimiento adquirido debe estar al servicio de las causas justas; y, sobre todo, que el ejercicio profesional que llegue a desempeñarse debe estar apegado a la verdad, a la lealtad universitaria; y a los principios de respeto y amor por el saber universal.

Ese juramento que se lleva a cabo con toda solemnidad, nos obliga a todas y todos los que ostentamos algún título universitario a ejercer en todo momento nuestras profesiones, con base en los principios de tolerancia, apertura a las múltiples visiones que existen en torno a la realidad, y sobre todo, a actuar con plena convicción de que es en la diferencia, como podemos oír unos de otros, como lo habría señalado algún poeta.

Por ello es tan incomprensible el embate presidencial a la UNAM; porque aún cuando fuese cierto que toda la institución tuviese una perspectiva neoliberal o de cualquier otra índole, es con base en el combate de las ideas, pero el respeto a las personas y a las instituciones como debería intentar transformarla. No es con las ofensas, los señalamientos o la estigmatización del adjetivo fácil como se dialoga entre universitarios; y mucho menos esas pueden ni deben ser las estrategias o instrumentos del poder.

Las personalidades autoritarias buscan, siempre que ejercen el poder político, destruir las capacidades del pensamiento crítico; las rutas del disenso e incluso la posibilidad misma de pensar diferente. Porque a nadie se le puede señalar por tener una ideología; y mucho menos puede agredírsele porque tiene una u otra postura de conocimiento.

Lo paradójico del caso es que, a lo largo de los llamados gobiernos neoliberales, si hubo un espacio de crítica y confrontación de los mismos fue la UNAM; pero lo más importante: el debate que se generó fue en el ámbito de las aulas a cobijo del desarrollo de múltiples saberes.

A la UNAM se le critica porque no tiene un activismo político en bloque a favor del movimiento del Ejecutivo Federal; pero la cuestión más relevante que debe salvaguardarse es que la Universidad Pública en general, no puede tener un activismo más allá de la defensa de la verdad, de la justicia y de la dignidad humana; porque de otro modo, se corre el riesgo de transformarla en un espacio de repetición de dogmas, lo cual nos llevaría a convertirla en un centro de formación de fanáticos, y no de mujeres y hombres libres -como lo diría el propio presidente-, con la arrogancia, no de sentirse, sino de saberse libres.

Con información de Aristegui Noticias

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