Rubio en México. La diplomacia débil que erosiona la soberanía

Alberto Guerrero Baena
La visita del Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, a la presidenta Claudia Sheinbaum puso en evidencia, una vez más, la fragilidad estructural de la diplomacia mexicana frente a Washington. Bajo el discurso de “alianza estratégica”, lo que realmente ocurrió fue la reiteración de una relación profundamente asimétrica, donde Estados Unidos fija la agenda en función de sus intereses de seguridad nacional y México responde con concesiones.
Este patrón no es nuevo. En 2019, durante la administración de Donald Trump, el canciller Marcelo Ebrard aceptó el programa “Quédate en México” y el despliegue de la Guardia Nacional como policía migratoria, bajo la amenaza directa de aranceles. Aquella negociación, encabezada por Mike Pompeo, fue presentada como pragmatismo, pero en realidad fue una claudicación diplomática. La reciente visita de Rubio confirma que el libreto se mantiene: las exigencias estadounidenses cambian de rostro, pero México repite la misma lógica de capitulación.
Seguridad, cooperación asimétrica disfrazada de alianza
En el terreno de la seguridad, Rubio insistió en que el combate al fentanilo y a los cárteles mexicanos es una prioridad inmediata para Estados Unidos. El gobierno mexicano aceptó ampliar la cooperación en inteligencia, reforzar los controles en puertos y aduanas, y abrir espacios para la intervención indirecta de agencias estadounidenses.
El problema no radica en cooperar —algo indispensable en un entorno de amenazas transnacionales—, sino en hacerlo sin condiciones claras de reciprocidad. La diplomacia mexicana evita confrontar el otro lado del fenómeno: el flujo masivo de armas que cruza desde Estados Unidos hacia México y que alimenta la violencia. Al no colocar este punto con la misma firmeza, el gobierno de Sheinbaum valida un esquema de cooperación profundamente desigual.
Migración, capitulación bajo otro nombre
En migración, el patrón es aún más claro. México aceptó reforzar el control en la frontera sur y administrar retornos, consolidando su papel como tercer país seguro de facto. El costo político y social lo asume México: militarización de la frontera, gestión de campamentos de migrantes y desgaste humanitario.
Washington obtiene los beneficios inmediatos en clave electoral mientras el gobierno mexicano queda atrapado en una función operativa que lo desgasta sin fortalecer su posición diplomática.
Los acuerdos invisibles
Detrás de los discursos públicos, la visita dejó entrever compromisos que confirman la falta de estrategia mexicana:
– Mayor margen de acción para agencias estadounidenses en territorio nacional, disfrazado de cooperación técnica.
– Refuerzo de la contención migratoria, con México como amortiguador del problema político en Washington.
– Vinculación de la agenda energética con la de seguridad, sin una defensa firme de los intereses estratégicos nacionales.
– Lejos de marcar límites, la diplomacia mexicana cedió en tres frentes críticos sin construir contrapesos efectivos.
Conclusión: una política exterior reactiva y complaciente
La visita de Rubio no fue solo una demostración de la agenda de Washington; expuso la incapacidad del gobierno mexicano para sostener una política exterior firme. Sheinbaum, como antes Ebrard, privilegió la narrativa de cooperación sobre la defensa de intereses nacionales.
México necesita abandonar la diplomacia reactiva y construir una estrategia que combine firmeza y visión de largo plazo. Ello requiere acciones concretas:
– Impulsar un verdadero acuerdo binacional de seguridad, que equilibre las responsabilidades y comprometa a Estados Unidos no solo en la lucha contra drogas, sino también en el control del tráfico de armas, el financiamiento ilícito y la supervisión de precursores químicos.
– Exigir reciprocidad en inteligencia y operaciones conjuntas, con mecanismos de supervisión claros que eviten injerencias unilaterales.
– Blindar la política energética como cuestión de seguridad nacional, para impedir que sea utilizada como ficha de negociación.
– Redefinir la estrategia migratoria: México debe fijar límites explícitos a su papel de contención y condicionar cualquier cooperación a un esquema de corresponsabilidad financiera, operativa y legal con Washington.
De lo contrario, el país seguirá atrapado en un ciclo de subordinación, donde cada visita de alto nivel estadounidense se traduce en más concesiones y menos soberanía. La lección es clara: una diplomacia débil no solo erosiona la autonomía de México, también compromete su seguridad nacional.