Despolitización

Fabrizio Mejía Madrid

Definiciones rápidas de despolitización. Confundir tu vida con el mundo. Confundir la acción con el cálculo personal, tus costos y tus beneficios. Confundir la respuesta a problema social con algo que te van a dar los técnicos, es decir, los que piensan todo en función de si es útil. La política sólo la entienden los políticos. La política es un trabajo. Hay un arreglo tan extendido entre los que saben y tienen los cargos que los de abajo no podemos comprender. Toda jerarquía es opresora. Lo político es personal. Todo eso es despolitización.

Desde hace tiempo he querido hacer con ustedes una reflexión sobre la despolitización porque creo que estamos todavía en camino de erradicarla de nuestras prácticas, concepciones, y estéticas. Solía decir Andrés Manuel que el mexicano era el pueblo más politizado del mundo. Y lo es, a juzgar por cómo la opinión pública se fugó de los medios de comunicación y, sobre todo, por los resultados electorales, no sólo por la constitución de una mayoría, sino porque esta está en todas las entidades, clases sociales, géneros, y grados académicos. Por eso es crucial hablar de lo despolitizante que todavía viaja de polizón en nuestro barco. Y hacerlo es tratar de imaginar una forma distinta de hacer política donde se recupere el sentido histórico del mundo, el horizonte colectivo, y la imaginación. El sentido histórico es decir que nada de lo que sucede es natural, dado, inamovible. El horizonte colectivo es a lo que llamamos Patria, soberanía, y futuro. La imaginación es a lo que llamamos “revolución de las conciencias”, es decir, preocuparse y actuar por gente que nunca vas a conocer, pero a la que puedes pensar y sentir. No de otra forma se puede actuar como si existiera un mundo en común, separado de nuestras vidas individuales, de nuestra existencia como trabajadores, de lo público como un espacio de compra-venta.

Empecemos por una idea ajena a la política: que somos libres por naturaleza, así, solitos, sin necesidad de los otros y, a veces, incluso a pesar de los otros. Entre más alejados, somos más libres, dirían los magnates del Internet y la Inteligencia Artificial. Y que sólo la razón es la que nos permite ir por las mareas de la vida, calculando todo el tiempo, creyendo que los números nos reflejan la realidad, sin emociones, sin deseos, ni utopías sociales. La despolitización comienza cuando confundimos áreas como la vida personal, la economía, y la técnica donde el ciudadano es ajeno a la política o es su cliente o es su conejillo de Indias. Si algo fue el neoliberalismo como cultura fue una mezcla entre espacios privados y públicos en torno a la compra-venta, al consumo, y la idea de que todos somos una empresa, hasta nuestro propio cuerpo, nuestra apariencia y hasta nuestras conversaciones privadas. Separar las áreas otra vez debe ser una función para hoy de la política. En el neoliberalismo, como escribe el chileno Héctor Cataldo: “Somos eficaces, eficientes, innovadores, gestores de nuestra vida, egoístas, ávidos de riqueza, que invertimos para obtener la mayor ganancia con el menor gasto posible; que el motor de ello es la libertad, y por lo mismo, es el mercado y no el Estado quien debe garantizar tales posibilidades de comportamiento y conducta. El mercado, porque “cada uno” compite para lograr satisfacer sus intereses, personales o colectivos, haciendo gala de su libertad, su razón y su voluntad”. Se trata, por tanto, de un sujeto, el liberal y el neoliberal, que pre-existe a la política, que surge quién sabe de dónde ya con esas características de que es bien libre, razonable, y hasta emprendedor o flojo, si es pobre. La realidad no es así. No hay sujetos aislados. Nos hacemos como sujetos en relación a los demás, a cómo los percibimos y cómo nos perciben; a cómo dialogamos, rechazamos, o empatizamos. Somos un resultado de esa pluralidad, no su origen. Nos constituimos como sujetos en la política, no fuera de ella o en contra de ella. Somos por lo que existe entre nosotros, que es el mundo en común. Todo lo público es político. Todo lo político es lenguaje y acción. Existimos juntos. Como escribió Hannah Arendt: “Vemos y somos vistos, oímos y nos oyen en el “entre”. No estamos pegados a la vida, que se agota por sí misma. Estamos pegados al mundo, por el que desde siempre nos hallamos dispuestos a dar la vida”.

Ahí es donde empiezan las separaciones de la política con las demás esferas que el neoliberalismo mezcló: lo privado, la técnica, y el comercio. Porque, si existimos juntos, lo natural es la política y de ella surgen los hombres libres o en liberación. De ella surge la igualdad, de su acción, no de que ya nacemos así, cobijados por la generosa Declaración de Derechos Humanos. No nacemos en lo jurídico, sino en lo político. Las leyes son resultado de luchas políticas. Se trata de construir el espacio común en la política, no fuera de ella.

Un error de la despolitización es pensar que la política se puede sustituir con la sociología. Hago un alto aquí. Por ejemplo, esta idea angosajona de que se debe representar a tu pueblo geográfico, a tu supuesta raza o etnicidad, a tu género, a tu clase social como si se tratara de una encuesta del Inegi y no de política. En política la representación es una soberanía, es decir, es sobre un concepto, una imaginación colectiva del mundo común —la Patria—, un sujeto histórico —el pueblo—, una construcción a la que llamamos futuro compartido. Eso no tiene una correspondencia con lo sociológico. Es distinto porque se basa en el diálogo, el rechazo, la empatía, el lenguaje y la acción. Es decir no es el mundo biológico, sino en la política. Un evento que uso en mi cabeza para ejemplificar esto es la Constitución chilena. La gente dijo que quería una nueva Constitución y votó a Gabriel Boric para eso. Pero, luego de elaborarla entre muchos grupos y ciudadanos, la misma gente la votó en contra. Y quedó la misma que los rige hasta hoy, la de Pinochet. ¿Cómo fue eso posible? Por la confusión entre la sociología de las identidades y la política. Todos querían un nuevo marco jurídico, pero a la hora de redactarlo cada uno quería que protegiera su vida sociológica, su comunidad, vecindario, identidad étnica académica, laboral, y de géneros. La unidad que realice mi interés. Y si no, pues la votaban en contra. Y nadie ganó, salvo Pinochet, después de muerto. La política no es representar las diferencias que suponemos entre nosotros, sino plantear el conflicto y construir una mayoría a partir de ellas. Por eso, no se trata, como nos dicen los liberales o los mercadólogos que la libertad de cada uno es elegir. No sólo. Es construir y, para ello, es necesario reconocer los conflictos y expresarlos públicamente. Si no hacemos política nos quedamos como los chilenos de la Constitución fallida: cada quien donde se identifica pero sin un terreno común y un horizonte de futuro compartido.

Poder hablar, poder escuchar y ser escuchado, son los pilares de la vida política. Lo es también la acción. Aquí hay una diferencia con nuestros chilenos del ejemplo: hacer historia se trata de intervenir la pura supervivencia, más o menos agradable, con una gesta, un acontecmineto que cambie las cosas. De ahí que los neoliberales procuran siempre restarle historicidad al presente diciendo ¿cómo se atreven a comprarase con Hidalgo, Juárez o Zapata? Lo épico es ridículo para quienes desean que las cosan se conserven como están. La historia es el nombre que le damos a esas rupturas que son siempre colectivas, políticas. Por eso se habla de amaneceres porque se trata de la libertad de comenzar. Los neoliberales dirán que la palabra “amaneceres” es, en sí misma, cursi. Lo épico les choca porque ellos construyeron el desastre que tenemos hoy: democracias apolíticas donde la obediencia se hace por conformidad no por consentimiento, base de la legitimidad, y todos somos para ellos meros ejecutores de nuestra vida privada. Suponen, y como es claro, se equivocan. El pueblo politizado del que hablaba AMLO era precisamente porque vota, no de acuerdo a esa ejecución pública de su privacidad, sino porque lo hace pensando en los demás. Sólo así se explican, por ejemplo, la mayoría a favor de Claudia que no guarda relación alguna ni con apoyos sociales ni con infrestructura. Guarda relación, eso sí, imaginaria con una Patria que necesita que los pobres sean atendidos primero y con obras donde se haga con eficacia y sobre todo sin corrupción y conflicto de interés, algo que sirva a muchos. La política no es un trabajo para satisfacer necesidades personales. Es una vocación para con los demás. Eso es politización. Obedecer sin consentimiento, es decir, en ausencia de legitimidad, fue lo que nos pasó durante la democracia apolítica de 1988 a 2018. Los mexicanos se comportaban, eran conducidos a la entraña neoliberal sin poder actuar, ser escuchados o hablar. Nos llenamos de protestas y rechazos silenciados. Hoy, obedecer con consentimiento implica apoyar tal o cual decisión, y por consiguiente, responder por los actos y las consecuencias de apoyarla. Como pueblo de la 4T estamos obligados a justificar decisiones y acciones. Eso es politización. En la despolitización se puede recurrir a decir que no es tu asunto, que todos son iguales, o que afortunadamente no te toca, no te implica. Obedeces sin pensar, la banalidad de mal es tan leve y superficial que pasa a tu lado y no la reconoces. Eso es posible porque carece de la dimensión imaginaria de lo colectivo. Pero una vez instalados en el horizonte histórico, en lo que llamamos la 4T, no hay responsabilidad que podamos evadir. Ese deber es parte del hacer historia. El deber de no ser indiferentes.

Para terminar con este breve repaso a los rasgos más extendidos de la despolitización, me gustaría referirme a la idea de que, como reza el lema tan repetido, “todo lo personal es político”. La frase viene de una feminista radical, Carol Hanisch, que nombra así una respuesta a las feministas liberales que se burlaron de que opinara que no era el capitalismo, sino la biología la fuente de la opresión y que propusiera que se eliminaran los géneros, que los embarazos fueran en úteros artificiales, y que se erradicara la familia, el amor romántico, y que los niños se educaran comunalmente. Su frase se convirtió en un lema, ya sin contexto. El contexto es la despolitización que implica pensar que tu propia experiencia es la única base para conocer a la sociedad en la que vives. Esta idea de que lo personal te da legitimidad suficiente para proponerle a los demás qué hacer hizo de lo individual en política un fetiche, un objeto mágico que nomás decir “es mi experiencia” lo que seguía se debería tomar como verdadero. Repetir “lo personal es político” hizo de los grandes problemas sociales algo que podían abordarse y resolverse mediante la transformación individual. De ahí a la autoayuda del neoliberalismo había un paso. Y ese paso fue lo que siguió en los años ochenta. La politización de la esfera privada sirvió para despolitizar la esfera pública y abrir la vida privada al escrutinio político. En lugar de centrarse en las estructuras sociales y económicas de la sociedad, todo se concentró en saber si un sujeto era una buena o una mala persona. Las organizaciones se desviaron de la política tradicional: del apoyo a la clase trabajadora, de buscar de cambios en la vida material de la mayoría, la acción colectiva, hacia la autorrealización. Este enfoque en lo personal se desarrolló en paralelo con la despolitización. La política se centra hoy cada vez más en mostrar la ira y los sentimientos, como si lo público fuera sólo una revelación abierta sobre tu personalidad. Confundieron la revolución con una decisión moral.

A la auto-expresión de los setentas, vino la comercialización de los ochentas, y finalmente, en los noventas, el utopismo tecnológico donde las máquinas digitales y las redes del Internet resolverían, ahora sí, los problemas sociales y políticos. Se adoptó una nueva forma apolítica de mejorar el futuro, basada en la economía de las criptomonedas, el consenso sin pasar por los partidos y las urnas, la educación cívica más allá del Gobierno y las comunidades más allá de los límites del tiempo y la geografía. Por supuesto, lo único que realmente sucedió con la despolitización tecnológica es que ahora tenemos un capitalismo que renta plataformas digitales en las que el negocio son los datos personales, una cámara de vigilancia encendida sobre nuestra cara todo el día y somos nosotros mismos los que la encendemos.

Por amor al mundo.

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