Mazatlán se Culiacaniza

Francisco Chiquete Cristerna

¿Es válida la expresión “la Culiacanización de Mazatlán”?
Los hechos de este sábado por la madrugada dicen que sí. Y los menos espectaculares, pero más frecuentes, lo ratifican.

Aunque ni siquiera la vocería estatal antiviolencia supo o quiso dar un resumen detallado de los acontecimientos, la sociedad entera sabe de una persecución a balazos que terminó sobre la avenida Bicentenario con vehículos convertidos en cedazos, personas heridas, presuntos cuerpos desaparecidos y el cadáver de una persona balaceada, cuadras adelante del teatro de la violencia.

Por si fuera poco, hubo una casa baleada y restos de los instrumentos con que se habría pretendido incendiar algún sitio: bidones de gasolina y explosivos “atuneros”, que quizá expliquen la idea de decenas de vecinos, quienes aseguran haber escuchado una explosión antes del intercambio de ráfagas.

Durante la víspera, la ciudad se estremeció ante la noticia de que un negocio de alimentos fue incendiado dentro de la Gran Plaza, cuyo espacio habría sido cruzado casi de punta a punta por dos hombres enmascarados que llevaban los implementos necesarios para su macabra labor. A pesar del tramo que debieron caminar y lo complicado de ese tránsito, confiaban plenamente en su impunidad, que por cierto alcanzaron, porque nadie les salió al frente ni les inició una persecución.

Desde que empezó la guerra interna del cártel de Sinaloa, todos los observadores, neófitos o enterados, previeron que los sangrientos enfrentamientos de Culiacán se iban a extender al resto del estado, pues esta agrupación delictiva tiene ramificaciones no sólo por todos los municipios, sino por todo el país y aún en el extranjero.

Es decir, lo previeron todos, menos las autoridades. Por más que se anuncia el envío y llegada de diversos grupos de guardias nacionales, marinos y soldados, las ejecuciones, los levantones y los enfrentamientos se siguen dando con dolorosa regularidad. Los municipios del sur no han sido la excepción, y si antes se hablaba de Concordia por su carácter serrano, hoy Rosario y Escuinapa alimentan también las escabrosas estadísticas que el gobierno juega a minimizar.

Es cierto que los marinos gastan suelas en recorridos por el malecón y que las patrullas policíacas hacen más presencia (el jueves paraban vehículos por Olas Altas, buscando una serie específica que al parecer no obtuvieron), pero todo se ve como producto de una actitud reactiva.
Mientras no se estructure un plan de operación efectivo y a fondo, seguiremos sobresaltándonos con estos acontecimientos.

Es obvio que a la delincuencia no la impresionado ni el despliegue ni la presencia del secretario de Seguridad Omar García Harfuch, y lo que empezó siendo una ligereza de los medios, al llamarlo “Batman”, se ha convertido en una descalificación alentada por las voces de la clandestinidad con la pura fórmula de la repetición.

Dos cosas llamaron la atención del discurso del secretario: su compromiso para acabar con la impunidad de los delincuentes, y el anuncio de que se utilizaría inteligencia para desentrañar los enredos con que operan las organizaciones delictivas.

El primer punto fue importante porque contrastó con la actitud del gobierno anterior, que ofrecía abrazos y no balazos, que incluso dejaba en claro desde la voz presidencial, que las tropas traían instrucciones de evitar los enfrentamientos.

Y sí, ha habido operativos importantes; los cuerpos de seguridad le han entrado a los enfrentamientos y han revertido los balances, tradicionalmente desfavorables a las causas oficiales; las escasas detenciones importantes se han manejado con solvencia, sin dar tiempo a que en una reacción se intenten rescates escandalosos, como los de Ovidio.

En cambio no hemos visto que la inteligencia aplicada a las investigaciones dé los resultados requeridos. No es que pretendamos el fin de la guerra de un momento a otro, aunque todos así lo deseamos, pero sí que se vayan viendo golpes de autoridad que permitan vislumbrar un buen final a este episodio lamentable.

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