Los diplomáticos tenemos problemas

Johannes Jácome Cid

Hace unas semanas conocimos el caso de un cónsul mexicano en Shanghai a quien le grabaron varios episodios de aparente violencia contra el personal en el consulado.

El incidente despertó mucha preocupación entre el gremio de los cónsules y diplomáticos mexicanos. Para varios, sin embargo, la primera preocupación fue la filtración de las imágenes y no esa aparente violencia en contra de sus otros compañeros de profesión, lo que dejó ver una empatía primera hacia el cónsul desatado. Se discutió mucho sobre la falta de atención a la salud mental de los integrantes del cuerpo diplomático y la necesidad de tener ello en cuenta. Pues, a lo mejor existe una razón médica o legal para el actuar de ese cónsul, pero definitivamente no existe una razón médica o legal para que los demás tengan que aguantarlo.

En días recientes conocimos como un grupo de mujeres expresó abiertamente su inconformidad ante el anunciado nombramiento del ex cónsul general en Nueva York como Coordinador General de Consulados, y esto, a la luz de varias quejas y casos por episodios de reclamada violencia de género y acoso laboral pendientes de resolverse.

Estas mujeres pusieron en el aire sus trayectorias profesionales, estabilidad emocional y reputación. Nadie hace eso por ocurrencia, sino por una profunda convicción, pero, se quedaron solas.

Sus compañeros y compañeras ubicadas en las áreas de atención a los temas de género, personal, ética, etc., de la Secretaría Relaciones Exteriores (SRE) callaron. Se limitaron a atestiguar cómo las quejas y las defensas se discutían en redes y en los medios, sin generar un solo posicionamiento institucional o iniciar protocolo alguno de atención a las partes. Fue en los medios donde nos enteramos, a través del personaje señalado de acoso, que la funcionaria designada como enlace de género en el Consulado General de México en Nueva York (encargada de orientar y canalizar quejas de mujeres que hayan sido laboralmente maltratadas por ser mujeres), podía constatar que él no maltrataba mujeres.  

No he tenido la oportunidad de ver si dicha funcionaria acotó o precisó algo de ese pronunciamiento, no únicamente por la falta de lógica de un testimonio así, sino por el efecto disuasivo que esto pudiera tener para que alguna persona se le acerque a presentar una queja. Ojalá la Cancillería revisara estas funciones encomendadas y su ejercicio en este caso en particular, y en lo general, a la luz del silencio y la falta de un marco legal institucionales.

Visto este caso como un tema de género se puede decir que, los compañeros hombres de las quejosas fallamos en pronunciarnos decididamente en este tema. Si bien más de uno comentaba en corto la pertinencia de las quejas, no existía el interés en apoyarlas públicamente. Siendo personas ajenas no había una empatía natural. Incluso, es probable que, al tratarse de un tema de género, sintieran cierta desidia o desinterés en defender una causa que algunos ven solamente como una corrección política de moda, pero no un tema de sustancia. Alguien podrá identificar en ese silencio al famoso pacto patriarcal. Ello, evidentemente legitima la necesidad de abordar el asunto de manera decidida. Al final, lo políticamente correcto resultó quedarse callados y calladas.

Pero, lo más complejo de entender en el caso es la ausencia de sus compañeras diplomáticas. En particular, aquellas que han construido perfiles y carreras con la bandera del feminismo, pero quienes optaron por dejar solas a las quejosas.  Ese activismo de redes sociales que lo suspendieron tan pronto apareció un caso verdadero, esgrimiendo razones sociometeorológicas (clima político) para no decir nada. Algunas de ellas, incluso, reclamando no recibir empatía por su decisión de no expresar empatía por las quejosas.  Mujeres diplomáticas que dijeron tener un miedo real, un riesgo real y una condición precaria real que impedía apoyar a quienes superaron ese miedo, ese riesgo y esa condición. A veces, esa “vulnerabilidad” alegada es el nombre que le damos a los privilegios que tenemos, y no queremos perder, o aquellos que queremos conseguir y son más importantes que cualquier colectivo, o problemas de otra. Cuando nuestros postulados y convicciones solo los exponemos siempre y cuando haya garantía absoluta para nuestros beneficios presentes y futuros, entonces no tenemos una postura, sino una pose.

Claramente, lo políticamente correcto fue quedarse callados y calladas, privilegiando como siempre, lo político sobre lo correcto.

Se dice que en algunos casos, el gobierno hace como que cumple con ciertas obligaciones y nosotros hacemos como que nos importan. El tema de género parece tener esas características: en los discursos se presenta como una prioridad, y nosotros hacemos como si lo exigiéramos. Al final, con la aprobación del “patriarcade” ya llegará el 8 de marzo para todos y todas tomarnos muy valientes una foto.

El caso no ha cesado en sus efectos. Es necesaria la discusión de un protocolo que prevenga incidentes como estos en los que una queja se presenta sin consecuencias ni posiciones definitivas por años. Este protocolo debe surgir desde las bases de la Secretaria, incluir a todo el personal involucrado de una u otra manera con nuestras representaciones diplomáticas y consulares, y a partir de las experiencias de las quejosas y los quejosos.

Sería ideal que se promueva una discusión seria en la que todos y todas quieran participar, no solo desde posiciones de autoridad, como la reunión entre embajadores y embajadoras con la Presidenta en enero de 2025. Aparentemente, algunas grandes figuras que no apoyaron a estas valientes mujeres en su momento, ahora sí, desde sus roles de autoridad (y sabiendo que tienen mayor posibilidad de ser objeto de quejas que tener alguna que presentar) están considerando hacer suyo el tema (suyo), bajo el reflector de esa reunión.

En la película “Contacto” de 1997, hay una escena en donde David, después de una mega grilla que le aventó a Ellie, le reconoce que el mundo es injusto; a lo que ella le responde que el mundo es solamente lo que hacemos de él.

La SRE es lo que hemos hecho de ella.

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