De la crisis política a la financiera

Gabriel Reyes Orona

Miente quien diga que México no atraviesa una severa crisis política. A través de muy cuestionables artes, el presidente impulsó, cobijó y propicio endebles liderazgos en los partidos de oposición, los cuales, finalmente, terminaron por acabarlos. Se trató de personajes sin trayectoria, ni oficio, que no tienen, ni nunca tuvieron, lo que se precisa para cohesionar, fortalecer y conducir opciones políticas, siendo meros administradores de cuantiosos recursos, de esos, que gustan a quienes viven, y sólo saben vivir, de dinero que se embolsa sin trabajar.

Llama la atención el caso de Acción Nacional, otrora caracterizado por sujetos que contaban con profundas raíces en las clases medias, el cual, soportó, sino que sufrió, a un personaje anodino y sin valía alguna. Sólo asomó su tremenda arrogancia, sin respaldo en logros, resultados o cualidades que explicarán cómo llegó a la presidencia de ese partido. Su inocua fracción parlamentaria, armada mezquinamente, dará al concepto “participación testimonial” un nuevo sentido.

El PRD tuvo, como último acto presencial en el campo de batalla, una lastimosa petición a dos senadores, invitándoles a cometer suicidio político a cambio de nada. El hilarante llamado no llegó al final del día, cuando ellos ya se habían unido al primitivo y rústico, pero bien consolidado, partido en el poder.

La pregunta es una. ¿Existe realmente un cuerpo deliberante, con posiciones y posturas divergentes, plurales y deliberantes, o se trata de un amasijo de sumisos incondicionales, acompañados por sujetos férreamente sometidos a lo que se diga desde Palacio Nacional? La respuesta es clara, contundente e indiscutible, no existe un órgano plural, se trata de una mera imprenta que admitirá, tramitará y aprobará lo que se le mande, sin que exista en las cámaras quien pueda objetar, con éxito, la voluntad del poder de poderes. Se trata de un parlamento inocuo e innecesario, pero muy costoso.

En los hechos, el Congreso de la Unión es ya una entelequia que lo mismo hará si sesiona, que si no. Todo está aprobado de antemano, sin cambios, ni adiciones. Lo que ahí se diga no será sino parte de la dramaturgia de la picaresca nacional, ya que la palestra no será sino escenario de desplantes, denostaciones y alabanzas gratuitas, en la que los legisladores de la oposición serán cómplices y comparsas de lo que no será sino un parlamento bufo. Mirar hacia las cámaras, y oír lo que digan sus insulsos voceros, es perder el tiempo, ya que la morenísima trinidad de poderes es como la cristiana santidad, son tres, pero en realidad son uno. Se ha anulado, en los hechos, uno de los mandatos sustantivos contenidos en nuestra Constitución, que señala, aún, que no deben concentrarse dos o más poderes en un sujeto. Hoy, es claro que México, cada día, es menos esa nación que surgiera en aquel movimiento independentista de 1810, que se consolidara tras una guerra civil, a la que llamamos revolución.

Se ha retomado el modelo de López de Santa Anna, en el que su alteza morenísima está por encima de cualquier precepto constitucional, por lo que el Ejecutivo puede impunemente amagar, insultar y pisotear a la cabeza del poder judicial, sin que el legislativo tenga nada que decir, ya que se entregó y rindió incondicionalmente hace años. Todo el modelo constitucional ha sido vulnerado y hecho nugatorio, por lo que, aunque se siga llamando república federal, ya no lo es más, siendo un ente centralista a ultranza.

El sistema político mexicano vive una sepulcral paz, en la que todo rival u opositor ha perdido de antemano, y sólo existe una sola voz que domina y aplasta todo aquello que se le oponga. El vergonzoso papel de las instituciones electorales que cobijaron, y no vieron, la más inequitativa de las contiendas, buscando colocarse en el nuevo gobierno, acabaron con aquella nación constituida bajo principios completamente diversos a los que hoy postula el partido oficial.

No me vengan con que la ley es la ley, decía el autócrata. Hoy, haciendo con ella lo que los priistas hicieran, se adueñó del país, arrogándose la capacidad de moldearlo como le venga en gana, ya que puede hacer de la Carta Fundamental un papalote.

No llamemos intromisión a lo que otras naciones harán por proteger y velar el interés de los suyos, incluyendo sus muy cuantiosas y valiosas inversiones, dado que eso también lo haría nuestro gobierno, si de pronto nuestros connacionales amanecieran con la novedad de que el país en que se encuentran se transformó en una dictadura. Todos esos guerrilleros frustrados, centro o sudamericanos y del caribe que, agazapados hoy dictan la ideología en el partido que se ha hecho de la silla presidencial, viven en el éxtasis, al haber logrado el consolidar la tercermundización de México, que era el único país latinoamericano que parecía podría salir de esa condición en el mediano plazo. No lo lograremos ya. La cubeta de los cangrejos alcanzó el auge.

Mientras el presidente pone en pausa a dos embajadores, sin la necesidad de consultar al Senado, en el vecino país del norte se debate si ha existido alguna vez mandato presidencial que haya sido más proclive y provechoso para el crimen organizado.

El panorama, visto con tranquilidad y objetividad, no puede sino llevarnos a concluir que México vive una profunda crisis política, y que el escenario actual sólo es comparable a los convulsos tiempos de la mitad del siglo XIX. El poder presidencial es omnipotente, incontestable e irresistible, habiéndose demolido todos los avances democráticos registrados en los últimos cien años. La división de poderes que nos plantea Morena es una grotesca simulación, que no garantiza la existencia, tutela y protección de los derechos básicos y fundamentales del ciudadano ante el poder público.

En el orbe han existido potencias que han adoptado regímenes extremos, absolutismos que han encumbrado a personajes dueños de vida, hacienda y porvenir de sus súbditos, pero, todos ellos emergieron en entidades ricas y prosperas, desarrollándose en la abundancia.

Nuestro caso es distinto, México vive de prestado, y usa el dinero que toma de los mercados para derrocharlo en empresas, proyectos y planes que tienden a ensalzar a los políticos, dilapidándole demagógicamente en planes asistenciales que, justificados en su fin o no, no proveen el pago del financiamiento que los hizo posibles, poniendo, tarde o temprano, condiciones no sólo para que se deje de ayudar a los necesitados, sino para que, inevitablemente, termine siendo necesario ayudar al que ayudaba, esto es, rescatar al gobierno.

La soberanía estatal no es producto de gritos y fanfarronadas. Es la capacidad de no precisar de otros para satisfacer las demandas y requerimientos de la población, condición que arrienda al estado del respeto del ciudadano. Esta última aquí está ausente, la presente administración nos ha vuelto tremendamente dependientes de las remesas; del financiamiento internacional, y de un comercio exterior, aplastantemente concentrado en un solo socio comercial. Que siga al patriotero, el que no conozca nuestra historia. Vana soberanía, aquella que empieza y se agota en defender impresentables caprichos.

La no intervención en los asuntos se recibe honestamente, cuando ésta se da, cuando quien detenta el poder no ha incursionado en opinar interesadamente en elecciones ajenas; que no ha financiado, y hasta provisto escape, a políticos de otras naciones cuando alguna complicidad con ellos se tiene, sí, se puede exigir para sí, si se ha respetado. Siendo congruentes, hay que reconocer que quien hoy está al mando del gobierno ha sido el presidente más injerencista e intervencionista del que tengamos memoria.

Instalados en el cinismo parlamentario, escucharemos desde las curules condenas y reprobación a lo que se dirá en el extranjero de nuestro gobierno. Éste vociferará, mientras extiende la mano para seguir recibiendo transferencias, apoyos y financiamiento que sufraguen el gasto de una gestión ineficiente, la cual, hasta hoy, ha vivido de imponer contribuciones ficticias y desbordadas, imponiendo la negociación pagos improcedentes, a modo de no tener que soportar abusos estatales que van, desde la congelación de cuentas, hasta el aprisionamiento.

El pueblo bueno tendrá ahora la oportunidad de enterarse que vive de los mercados financieros, y no de quienes lo han cubierto de saliva y espejismos. Dice el presidente que antes que ellos está la soberanía, esa, que él puso en extrema condición de fragilidad, acudiendo a un desmedido e irresponsable financiamiento de fin de sexenio, es decir, abriendo un déficit impresentable que pone en un aprieto a la siguiente administración. Si alguien ha vulnerado la soberanía, es quien neciamente dilapidó el erario nacional.

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