Los berrinches de López Obrador

Raymundo Riva Palacio

Claudia Sheinbaum y López Obrador ya vieron las consecuencias de la mera probabilidad de que la coalición de gobierno pase reformas constitucionales como la judicial y la desaparición de los órganos autónomos.

Qué peligrosos están siendo los últimos días del sexenio de Andrés Manuel López Obrador. Tiene todo y, sin embargo, está enojado. ¿Es por las críticas que hacen a sus planes o por el síndrome de abstinencia de poder? Sus motivaciones son secundarias pero las consecuencias son las mismas, profundizándose proporcionalmente al tamaño de su berrinche. No le ha gustado que el gobierno de Estados Unidos, al que chantajeó con la migración, le haya puesto un alto en el tema de la reforma judicial, mostrándose sorprendido por una posición que, sin embargo, la sabía desde los primeros días de junio.

En esos días, poco después de las elecciones que perfilaron la mayoría calificada para Morena y la coalición de gobierno en el Congreso, partió a Washington una delegación oficial encabezada por la secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena, y el secretario de la Marina, almirante José Rafael Ojeda. El propósito era promover el Canal Interoceánico del Istmo de Tehuantepec con el fin de buscar inversiones estadounidenses en el proyecto obradorista. Los funcionarios fueron recibidos por oficiales de alto nivel, pero no había interés alguno en hablar de nada. Lo que querían era enviar un mensaje a López Obrador.

En las diferentes reuniones que sostuvieron expresaron sus preocupaciones por la reforma al Poder Judicial que planteaba el Presidente, porque consideraban –la parte diplomática– que lastimaría al Estado de derecho y que –la parte militar– el diseño propuesto por López Obrador abría la puerta para que el crimen organizado comprara jueces, magistrados y ministros, aumentando su poder y control sobre las instituciones mexicanas. Ese mismo discurso es el que le habían manejado sistemáticamente a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, los empresarios, banqueros e inversionistas extranjeros que hablaban con ella.

Sheinbaum escuchó con atención y discutió con su equipo las implicaciones negativas que tendría la reforma en el arranque de su gobierno. Se consideró hacer un cabildeo discreto con los nuevos legisladores de Morena para frenarla, pero desistieron del plan por miedo a López Obrador “que siempre se entera de todo”. El Presidente tenía infiltrado al equipo de primera línea de Sheinbaum, y el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, como lo había hecho desde la precampaña, tenía intervenidos los teléfonos de sus principales colaboradores.

La presidenta electa decidió hablar con López Obrador para proponerle un cambio de tiempos en la votación por la reforma judicial a fin de que no se hiciera en septiembre, comprometiéndose a sacarla más adelante, durante la primera parte de su sexenio. El Presidente rechazó la idea. Le vetó su propuesta de coordinador de la bancada de Morena –Alfonso Ramírez Cuéllar– y nombró a quienes serían los coordinadores, Ricardo Monreal en la Cámara de Diputados y Adán Augusto López en el Senado. Sheinbaum se quedó bloqueada y no ha tenido más remedio que, para evitar que se enoje con ella López Obrador, radicalizarse como él en el tema de la reforma judicial y ser su eco en las acciones contra los embajadores de Estados Unidos y Canadá por sus críticas a la iniciativa.

Sheinbaum y López Obrador ya vieron las consecuencias de la mera probabilidad de que la coalición de gobierno pase reformas constitucionales como la judicial y la desaparición de los órganos autónomos. Desde que la votación del 2 de junio perfiló la mayoría calificada para López Obrador, el peso se ha depreciado 13% frente al dólar. La divisa mexicana cayó desde los 17.02 pesos por dólar el viernes previo a la elección, a 17.68 el primer lunes después de los comicios y 19.68 este miércoles. Ayer llegó a estar en 19.94 por la resolución del Tribunal Electoral que confirmó la mayoría calificada de la coalición de gobierno, la previsión de crecimiento de 0.8% de promedio sexenal –no visto desde hace seis sexenios, con el gobierno de Miguel de la Madrid– y el reporte del crecimiento de Estados Unidos en el último trimestre, que llegó a 3%.

López Obrador, el Presidente de la negación, desestima todas las señales económicas y financieras. Sheinbaum, para evitar que tome represalias contra ella, repite sus mentiras, incluida la aseveración de que la reforma judicial no afectará el acuerdo comercial norteamericano. En privado está preocupada. Por eso envió con una enorme discreción a Washington a Artemisa Gómez, la empresaria tapatía a la que utiliza para misiones secretas en Estados Unidos, y a José Merino, una de las personas de mayor confianza que tiene y que dirigirá la Agencia de Transformación Digital que creará el nuevo gobierno, para conversar de manera informal con funcionarios del gobierno de Joe Biden sobre lo que hará a partir del 1 de octubre, para tranquilizarlos y darles confianza.

La iniciativa de Sheinbaum naufragó. Como bien sabían en su equipo, López Obrador se enteró y dio instrucciones para que de manera inmediata suspendieran su visita de control de daños y que no hablaran con ningún funcionario. Por lo que se ve, el Presidente no quiere saber nada de los estadounidenses. Ayer decía que la relación con Estados Unidos en el futuro va a ser muy buena por convenir a los dos países, pero atajaba: “El único asunto es que aprendamos a respetar nuestras soberanías. Esto es lo único, (y) si se logra, se va a fortalecer mucho la región hacia delante”.

No termina de entender, o es un discurso doméstico, que la queja de Estados Unidos y Canadá es porque la reforma judicial genera incertidumbre jurídica, que es lo que impacta en el acuerdo comercial norteamericano, que también sería violado con la desaparición de los órganos electorales, que se concretará en unos días, por violar cláusulas democráticas. La injerencia en asuntos internos que reclama, obedece a que está violando los compromisos del tratado. Las exigencias para que respete lo que firmó y no viole los acuerdos van creciendo, y López Obrador se está endureciendo.

El Presidente aceleró su radicalización y no parece importarle. Sheinbaum, en cambio, está en un dilema. ¿Qué va a suceder en septiembre? Es un enigma, aunque las señales no son promisorias, y mucho menos tranquilizadoras para la próxima presidenta.

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