Banqueros y fraudes cibernéticos

Juan Manuel Asai

Convención Bancaria de Acapulco. – Obispos y banqueros pueden alardear de su poder de convocatoria. Ambos han podido montar pasarelas con los tres aspirantes a la Presidencia de la República que simplemente no le pueden decir “no” a los operadores del poder divino en la tierra, ni a los señores del dinero, que es dios a ras del suelo. Justo hoy, presidenciables y banqueros, comparten frescos cocteles en Acapulco hablando, entre otras cosas, de sus proyectos para expandir sus negocios con la ayuda de la tecnología y las promesas de la Inteligencia Artificial.

¿Entre un brindis y otro se darán tiempo para tocar el tema de los fraudes cibernéticos que son una probadita del infierno para las víctimas? Los ciberdelitos van al alza y los sistemas de seguridad de los bancos se rezagan frente a la habilidad de los delincuentes digitales y, hay que decirlo, sus cómplices al interior de los propios bancos, que sueltan bajita la mano datos que se requieren para perpetrar latrocinios.

Los bancos facilitan los delitos porque incurren en omisiones graves que después achacan al descuido de las víctimas. Cabe la cita clásica: un banquero es alguien que te presta un paraguas cuando el sol brilla y te reclama cuando cae la primera gota de lluvia. Hay un problema serio de confianza. La confianza de los clientes que por años le entregan al banco el dinero de sus ahorros, esa confianza, digo, no es recíproca. Cuando ocurre un problema lo primero que hacen los bancos es desconfiar de sus clientes, los transforman en sospechosos comunes.

Los bancos reclutan buenos cuadros y los capacitan para escurrir el bulto. Su maestría para lavarse las manos supera con mucho la de Poncio Pilatos. Los bancos son particularmente vulnerables en casos de robo identidad. Un delincuente puede vaciar cuentas usando los datos que le robó a un cliente, o que le entregaron los que deberían custodiarlos.

El modus operandi de los bancos es siempre el mismo. Tienen un machote al que le hacen pequeños ajustes para decir que lo ocurrido no es su culpa, sino del cliente que no cuida sus datos. No comparan firmas, no revisan las huellas digitales, no revisan las cámaras de videovigilancia, no interrogan a los empleados. Nada que suponga una investigación seria.

¿Por qué los bancos actúan con tal ligereza? Porque pueden. La relación entre un banco y un cliente es absolutamente desequilibrada, dispareja, inequitativa. Una institución gigante, dirigida por hombres trajeados que de vez en cuando pontifican en las páginas de negocios, con miles de empleados y, claro, cientos de abogados curtidos en mil batallas contra clientes indefensos a quienes vencen de manera sistemática.

Cuando un cliente se inconforma con algo queda expuesto a la buena voluntad del banco, en el remoto caso de que alguna tenga. Hay que hablar por teléfono, mandar cartas, redactar relatorías, ver a señoritas uniformadas que en ocasiones se apiadan, pero generalmente se ajustan al librito que es, claro, eludir la responsabilidad.

La creación de la Condusef emparejó la cancha. Los usuarios de los servicios financieros tienen por lo menos un lugar donde quejarse. No es que los cuentahabientes de empoderen, sería exagerado decirlo, pero por lo menos la Comisión puede generar un encuentro entre el afectado y un enviado del banco para platicar sin una ventanilla de por medio, lo que ya es un gesto de equidad. La asesoría de la Condusef es valiosa. Conduce a los afectados a través de ese laberinto de quejas diseñado para que la impunidad triunfe.

Los banqueros están de fiesta en Acapulco, quitados de la pena, probando ceviches, presumiendo sus abultadas ganancias y sus planes para seguir ganando más dinero. El crecimiento de la ciberdelincuencia que se ensaña con sus clientes no les quita el sueño.

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