Morena, elección a reventar
Francisco Chiquete
Morena es centro de la crítica, la autocrítica y la hipercrítica. Curiosamente, la elección de delegados a su Congreso Nacional fue sumamente exitosa, pero también ampliamente reveladora de los problemas internos, de las incongruencias y las inconsistencias.
Contra lo que vaticinan los críticos tradicionales, no se sembró ayer la semilla de la autodestrucción. Es cierto que se hicieron más evidentes las diferencias y enfrentamientos de grupos, tribus y corrientes, pero los morenistas, incluso los más radicales, aprendieron ya que el mejor pegamento es el poder, y que con su uso no hay riesgo de fracturas definitivas. Siempre habrá posibilidades de negociar por encima y por debajo de la mesa, aunque ello los acerque a las prácticas aquellas tan condenadas cuando las ejecutaba el PRI.
Pasarán muy pocos días antes que se tenga la radiografía real del partido. En Sinaloa, por ejemplo, las operaciones de acarreo, de convencimiento y hasta de contratación contaron con personajes y cabezas muy visibles, que fueron desde el gobernador Rubén Rocha Moya y los alcaldes morenistas de toda la entidad, hasta elementos formalmente ajenos, como el exsecretario de Salud y cabeza real del Partido Sinaloense, Héctor Melesio Cuén Ojeda, quien se dio gusto colocando futuros votantes en el Congreso, incluso más que algunos alcaldes de municipios medianos.
El más escandaloso fue sin duda el presidente municipal de Mazatlán, Luis Guillermo Benítez Torres, a quien le detectaron la señal con varios días de anticipación, porque exigió la afiliación masiva de trabajadores de diversas áreas del municipio, y hasta mandó ofrecer, según las versiones que corren, doscientos pesos por voto para que él y sus personajes de confianza fuesen “electos” como delegados.
Gerardo Vargas pretendió ser más discreto y anunció que se salía de la competencia por un puesto en esta contienda, pero también se le notaron mucho las costuras con la cooptación de líderes sociales y activistas. Puede decirse que su efectividad fue el elemento delator y que su experiencia en la manipulación de personajes de diferentes corrientes y partidos le permitió operar su territorio casi sin competencia. Dicen por cierto que fue él quien arregló el supuesto encuentro entre el ex gobernador Mario López Valdez y el jefe del control político del Congreso del Estado, Feliciano Castro Meléndrez.
La votación fue copiosa. Ya veremos cómo a partir de hoy sobrarán los que le aseguren al gobernador que trabajaron para él y que todos “sus” respectivos delegados están a la orden. Pero también se viene encima la marabunta de críticas porque en todos lados hubo acarreo, compra de votos, imposiciones, acusaciones de fraudes y todas esas lindezas que en otros tiempos fueron armas de la izquierda para descalificar al partido en el poder (sobre todo al PRI, pero también al PAN).
En realidad no ocurrió nada que no hubiese pasado antes. El tricolor fue siempre dueño de los trabajadores del gobierno en cualquiera de sus tres niveles, de las organizaciones sociales y hasta de los grupos empresariales. Cuando llegó el primer gobierno municipal en Sinaloa -1990-, las convenciones panistas lucían pletóricas de funcionarios blanquiazules y también de trabajadores que corrieron a hacerse el cambio de identidad partidista, para quedar bien con los nuevos jefes. Conforme ganaba ayuntamientos crecía su membresía, hasta que su padrón fue inmanejable. Y así como llegó se fue. De repente las convenciones no reunían los porcentajes de militantes que ordenaban los reglamentos porque el padrón era irreal.
A Morena todavía le queda cuerda para los siguientes dos años. Sus altas expectativas de triunfo en las siguientes elecciones le garantizan la permanencia de esos militantes golondrinos que en contrapartida, le llevaron las mapachadas y demás lindezas que antes eran condenables y ahora son parte de la real politik, festejadas hoy como “expresión democrática del pueblo”.
En efecto, los partidos y los políticos son diferentes entre sí, hasta que llegan al poder y empiezan a ver cómo le hacen para garantizarse la permanencia, porque como dijo el casi demodado y ya reivindicado César el Tlacuache Garizurieta, “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.