El poder y la travesía del gobernador
Álvaro Aragón Ayala
El registro histórico de Sinaloa da cuenta de gobernadores a los que el Poder trastornó: cayeron en conductas dictatoriales en el ejercicio de sus administraciones. Fueron mandatarios que optaron por la fuerza y la imposición del miedo y el culto a la personalidad, como instrumentos en el desarrollo de acciones y planes de gobierno unipersonales, alejados de las reales necesidades de la población.
A otros gobernadores, la historia los describe en la toma del poder total, no solo del Poder Ejecutivo, sino del Legislativo y el Judicial, buscando trascender mediante mecanismos no muy democráticos con el sueño de crear Maximatos o mafias políticas para la posteridad. Otros más, a secas, fueron mandatarios blandengues, títeres de las facciones económicas.
Así, emanan del régimen de Alfonso Genaro Calderón Velarde hasta el gobierno de Rubén Rocha Moya, los nombres de los gobernadores de la época reciente que marcaron el destino de Sinaloa. La sociedad los juzga por sus actos, por sus aciertos, por sus fortalezas o debilidades o bien por sus fracasos. A algunos los acusan de bandidos no muy generosos.
Del calderonismo sólo queda uno que otro nostálgico que recuerda al mandatario que presumía haber egresado de la “universidad de la vida”. De Renato Vega subsisten solo sus huellas desastrosas; no existe una corriente labastidista, pese a que Francisco Labastida tocó las cumbres del poder nacional. El millanismo desapareció. Y Jesús Aguilar y Quirino Ordaz perviven por sus traiciones y a través de un grupúsculo bicéfalo.
Aquilatar, pesar el poder que acumula Rubén Rocha, no es difícil. Politólogos, analistas y columnistas, al pretender descifrar su estilo de gobernar reciclan lo que ya está escrito: que controla el Poder Judicial por medio de su secretario general de Gobierno, Enrique Inzunza Cázarez; que a través de él también tiene el dominio de la Fiscalía General de Justicia y que dicta directrices al Congreso Local mediante el diputado Feliciano Castro Meléndrez.
Pero ¿para qué quiere el Poder el gobernador? ¿Qué uso le dará a ese control que ejerce sobre los otros dos poderes del Estado? De la decodificación de sus conferencias semaneras, de sus declaraciones y de la toma de decisiones, se deduce 1.- Que gesta una corriente política rochista químicamente pura, con planes de trascendencia política, 2.- Que implementa una cultura de la legalidad, y, 3.- Que insiste en que su gobierno está basado en la ley.
El gobernador no le apuesta a la vida eterna de sus amigos, especie de clan geriátrico universitario, e ingresa a su equipo a una nueva generación de políticos a quienes foguea en el ejercicio de la función pública. Exacto: es difícil y arriesgado que el proyecto de Rubén Rocha descanse sobre las cansadas espaldas de septuagenarios y octogenarios. Le inyecta sangre nueva a la corriente rochista.
Rocha Moya envía la lectura de que su proyecto de gobierno direcciona la cultura de la legalidad, promoviendo un conjunto de creencias, valores, normas y acciones para que la población confíe en el Estado de derecho, lo defienda y no tolere la ilegalidad. En la cultura de la legalidad cada persona tiene la responsabilidad individual de ayudar a construir y mantener una sociedad con un Estado de derecho.
En la legitimización de su gobierno por la vía de la ley, la travesía de Rocha Moya es la correcta, pero por la falta de sapiencia política y el “calentamiento” personal de Enrique Inzunza y Feliciano Castro se mandan lecturas equivocadas a la sociedad. Enredados en la filosofía del derecho e hipnotizados por los versos de Pablo Neruda no se han dado cuenta de que el poder sin derecho es ciego, pero el derecho sin poder es vacuo.
Es aquí, en el que le vuelven a fallar al gobernador, pues mientras él busca la legitimación de su gobierno con la aplicación de la ley, sus brillantes asesores, por la falta de pericia y desconocimiento del campo político, de los actores y sus alcances, mandan mensajes que la sociedad capta al revés, como un ejercicio abusivo del poder sin coherencia en el decir y el hacer.
Y lo peor: nadie se atreve a decírselo al gobernador Rubén Rocha…