La incapacidad de Morena
Jorge Ibarra M.
Y es que a pesar de que Morena es un partido popular, éste no le pertenece a la gente ni a sus afiliados, ya que, como puede observarse, el partido es un artefacto institucional al servicio de un solo personaje: Lopez Obrador
Gran parte de la crisis de gobernabilidad política que ocurre en Sinaloa, representada por la posible destitución del Alcalde de Culiacán, la preeminencia de poderes fácticos empresariales en total control de Mazatlán y la imposición de alianzas pragmáticas con grupos ilegítimos o de reputación cuestionada, se debe a la incapacidad que tiene Morena para establecer una vida partidista regular, donde los miembros puedan discutir y concertar acuerdos de manera democrática y transparente. Al no existir los canales institucionales para que las diferentes facciones del partido diriman sus rivalidades, sus conflictos internos terminan por contaminar la vida pública general.
A nivel nacional Morena es una maquinaria política avasalladora para la obtención de triunfos electorales. Esta semana lograron apoderarse de cuatro gubernaturas más, para controlar así más de la mitad del territorio nacional. El respaldo social que mantienen es tan grande, que si Lopez Obrador pudiera cambiar la Constitución para reelegirse como Presidente, seguramente lo conseguiría. Las encuestas le dan un 60 por ciento de aprobación entre los ciudadanos, con todo y que no ha podido cumplir las metas de crecimiento económico y pacificación que se propuso al inicio de su mandato. Aun así la gente respalda su gestión. Como están las cosas, nada evitará que Morena siga dominando el escenario nacional.
Pero una cosa es la eficacia política y otra muy diferente tener la capacidad de generar una nueva cultura cívica, una tarea pendiente en todo este largo camino hacia la democracia en México. Esta pudiera parecer una completa paradoja para un partido que asumió el compromiso de la regeneración nacional. Sin embargo esto no es así, no hay contradicción, pues en su imaginario el poder se ejerce de arriba hacia abajo, de manera vertical. Por eso entre las filas de Morena no hay espacio para el diálogo, la concertación de ideas y los consensos entre iguales.
Y es que a pesar de que Morena es un partido popular, éste no le pertenece a la gente ni a sus afiliados, ya que, como puede observarse, el partido es un artefacto institucional al servicio de un solo personaje: Lopez Obrador, un político tan carismático y con tanta influencia en el país, como en su tiempo la tuvo Lázaro Cárdenas; con la salvedad de que este último supo abstraerse de las tentaciones del poder personalísimo, para impulsar la consolidación de la política partidista que puso fin a las disputas del caudillismo posrevolucionario.
El origen de Morena como movimiento social es la clave para entender la carencia de una vida democrática al interior del partido. Es necesario recordar que si bien la organización surge en un contexto de descrédito internacional de las políticas neoliberales y la falta de representación de las clases populares en el proyecto hegemónico de la globalización, la verdadera necesidad de crear un partido alternativo de izquierda en México se deriva principalmente de las acusaciones de fraude electoral que, según esta versión de la historia, le impidieron a Lopez Obrador llegar a la presidencia en 2006 y luego en 2012.
De ese modo, lo que pudo tener como objetivo la renovación de la vida pública, terminó por reducir los anhelos democráticos al mero triunfo de un personaje que ha resultado insuficiente para los que buscan un cambio en las formas de concebir las relaciones de poder. En otras partes del mundo, pensemos por ejemplo en el movimiento estudiantil de Chile, o los indignados en España, los participantes estuvieron de acuerdo en que la toma del poder institucional estaba condicionado al empoderamiento ciudadano, y por eso se concentraron en crear en sus manifestaciones una representación simbólica y material de lo que la sociedad democrática debía ser.
Estos movimiento buscaron diferenciarse de las formas verticales de organización política que concentran las decisiones en un grupo limitado de personas, buscando en cambio una forma de estructuración horizontal. Tomaron las plazas y se trasladaron a los barrios para implementar ahí el mismo modelo organizativo descentralizado. De esa manera las pequeñas comunidades presenciaron un efecto de activación política, haciendo más fácil el acceso al poder a personas que anteriormente no participaban con regularidad en las decisiones públicas.
Contrario a estas formas de interacción política descentralizada, en México se impuso un modelo completamente vertical. Los líderes regionales de Morena son elegidos de manera directa sin el consentimiento o respaldo auténtico de las bases. Esto genera desconfianza entre los agremiados que no logran ver a sus dirigentes como líderes legítimos. Por eso en Morena hay una inmensa diferencia entre el poder que tiene un afiliado común, y un miembro que logra obtener un puesto público que inmediatamente utiliza para incrementar su influencia y sus ambiciones de mayor poder. Al final, todo termina por crear un ambiente de ingobernabilidad, pues mientras no haya mecanismos de conciliación de conflictos al interior del partido, los ciudadanos tendremos que pagar las consecuencias de sus rivalidades.