Finalmente, ante Trump

Raymundo Riva Palacio

En sólo unos cuantos días, la presidenta Claudia Sheinbaum pasó de indiferencia a todo lo que tenía que ver con la Copa del Mundo, donde México no sólo será uno de los anfitriones, sino sede de la inauguración del campeonato, a confirmar su asistencia al sorteo de grupos en Washington. Sin embargo, el drama de ir pateando para el día siguiente la confirmación del viaje sugiere que lo que realmente estaba esperando, una vez convencida de que era más costoso no ir que ir, era buscar un encuentro cara-a-cara con el presidente Donald Trump. Todo indica, salvo que Trump decida otra cosa de última hora, que no habrá tal. Por lo pronto, no tuvo tiempo para ella ni tampoco para el primer ministro de Canadá, Mark Carney, que también asistirá al sorteo.

De cualquier forma, no es una pérdida de tiempo, porque al no haberse visto ni sentido nunca antes, el primer contacto será útil para poder establecer un rapport. No obstante, debe ser un poco decepcionante para Sheinbaum, porque se frustra por segunda vez una reunión con él. Se iba a dar en Canadá en junio durante la cumbre del G-7, donde iba como invitada, pero su poco apto y limitado jefe de Ayudantía, Juan José Ramírez, le diseñó un viaje guajolotero que para cuando finalmente llegó a su destino, Trump iba de regreso a Washington por razones que llamó urgentes. Herida en su orgullo, ya no quiso hacer ningún otro viaje en el que pudiera cruzarse con Trump, hasta ahora.

Trump platicará “brevemente” con Sheinbaum y Carney en el Kennedy Center, donde será el sorteo, aunque la brevedad no fue explicada por ninguno de los dos. Si se mantiene lo que se anticipó, será un encuentro de cortesía en donde el común denominador entre los tres es el acuerdo comercial que deberá revisarse el próximo año, con el antecedente inmediato de la declaración de Trump este miércoles de que dejaría expirar el tratado, porque, dijo, había agotado su ciclo transicional. No es la primera vez que Trump dice lo mismo, pero es la primera vez que, como anticiparon fuentes canadienses, se da en vísperas de la primera reunión trilateral. El tema comercial, consideraron, podría ser lo único de lo que tengan tiempo de hablar.

Como está planteado hasta hoy, antes del encuentro a orillas del Potomac, la reunión cara-a-cara entre Sheinbaum y Trump pinta para ser sólo un encuentro diplomático protocolar. No hay detalles sobre si para registrar el momento, la Casa Blanca tendrá sólo un espacio para lo que le llaman “photo opportunity”, donde dejan entrar a las cámaras y un pequeño grupo de periodistas preseleccionados. Trump tiene costumbres un tanto excéntricas, como permitir que sus reuniones de gabinete, donde todos hablan, sean transmitidas en vivo, por lo que, si fuera así, cualquier cosa puede pasar.

Cada gesto, cada pausa y cada frase calculada revelaría más de lo que los comunicados oficiales puedan hacer cuando los envuelvan en celofán técnico, permitiendo que la interpretación y las subjetividades vean lo que quieren ver. En la superficie no habría que esperar más que cortesía diplomática, pese a que la imagen de Trump emboscando al ucraniano Volodímir Zelenski y al sudafricano Cyril Ramaphosa ha opacado muchas otras reuniones –incluso con Zelenski mismo–, donde su comportamiento ha sido cuidado sin alevosía ni groserías. Pero en el subsuelo, hay intereses, temores y pruebas de fuerza que no parece que emergerán hoy.

El gobierno de México no tiene muchos amigos en Washington, pese a que las declaraciones públicas del secretario de Estado, Marco Rubio, siempre van acompañadas de miel, y que la vocera de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, siempre busca matizar las tronantes declaraciones de Trump. Su agresividad contra México por años de tolerancia a los cárteles la ha hecho transexenal, aunque la molestia es creciente. Por un lado, indignación con ansias de venganza contra el expresidente Andrés Manuel López Obrador, que piensan que se burló no sólo del expresidente Joe Biden, sino de Estados Unidos. Y por el otro, el enojo con Sheinbaum porque no están viendo avances en la lucha contra la narcopolítica.

Recientes reuniones de altos funcionarios mexicanos en Washington no han sido buenas, aunque la última que tuvo el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, parece haber subsanado una previa que fue realmente mala. Esto no borra el mal ambiente contra México, donde el tema de narcopolíticos de Morena y la penetración criminal en el régimen sigue acumulando evidencias, como la cancelación de la visa al director general de Investigación Aduanera, Alex Tonatiuh, por un seguimiento sobre sus presuntas actividades criminales.

Sheinbaum llega al encuentro con el peso de una transición aún frágil y la necesidad de estabilizar una relación bilateral que se ha vuelto la columna vertebral del gobierno mexicano. Trump, por su parte, entrará como suele hacerlo: dueño del escenario, confiado en que su estilo de presión directa es suficiente para doblar a cualquiera que necesite algo de Estados Unidos. Para él, México no es un socio, es una ecuación utilitaria. Si la traza o no durante la reunión, será un misterio hasta que veamos el desarrollo del encuentro. Si habrá una batalla por controlar la agenda, es otro enigma a resolver.

El riesgo para Sheinbaum no está en la foto, sino en la narrativa que Trump construirá a partir de ella. Él juega para su audiencia, para su base electoral y para los algoritmos de las redes. Y si necesita poner a México contra la pared para obtener un titular, lo hará sin dudar. Lo ha hecho antes. La presidenta no debe olvidar que ningún presidente mexicano que se haya sentado frente a Trump –Enrique Peña Nieto y López Obrador– ha dejado de pagar un costo político interno. Sheinbaum, sin embargo, no es pasiva como Peña Nieto ni cínica como López Obrador. Pero es prudente. Este encuentro será un punto de partida, incierto en estos momentos, porque Trump tiene las herramientas de presión y Sheinbaum la obligación de demostrar que no se dejará conducir por el mismo carril que sus antecesores. La gran apuesta es que, aunque breve, no sea un desastre. Victoria no habrá, para ella, Trump o Carney, aunque en política exterior, el tono del primer encuentro marcará el resto del camino.

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