Las fuerzas oscuras
Javier Sicilia
Paul Celan escribió un poema a Walter Benjamin que nunca publicó, pero que fue recopilado en el apartado “Poemas no incluidos” de su libro póstumo Schneepart (“Parte de nieve”), editado en 1971, un año después de su suicidio. Lleva el título de “Port Bou, deutsche?” (“Port Bou, ¿alemán?”), una referencia al lugar donde Benjamin se quitó también la vida en 1940 en su huida de la persecución nazi. El poema, como la obra entera de Celan, es extremadamente críptico. Reproduzco la primera estrofa:
Derriba con flecha el yelmo mágico, el casco de acero.
Nibelungos
de izquierda, nibelungos
de derechas:
renanizados, refinados,
un descombro.
Independientemente de lo que el poema guarda de crítica a Benjamin por su simpatía comunista y a la lengua alemana que, aun cuando se desnazificó, continuaba para el poeta llevando en sí misma el estigma de la Shoa, lo que Celan muestra en los versos citados es algo que sólo hasta recientes fechas se ha vuelto claro: la izquierda está plagada de las mismas fuerzas oscuras y destructivas de los fascismos. Los nibelungos, esos enanos de la epopeya germánica del siglo XII, que habitan en las entrañas de la tierra, que tienen un gran tesoro en las aguas del Rin y cuya ambición desencadena terribles desastres, están en el corazón de ambos proyectos. Celan lo vio no sólo en la Rusia soviética y en las dos Alemanias divididas por la Cortina de Hierro, sino también, con la clarividencia del poeta, en la época que ya no quiso vivir.
Para Celan, y eso es una de las partes fundamentales de su poesía, el crimen está larvado en la civilización occidental que hizo posible la atrocidad de la Shoa. No fue sólo asunto de los nazis, sino de la cultura de la que el nazismo forma parte. Toda la poesía de Celan, aun cuando se centra en el paradigma del genocidio judío, es, dice bien Ricardo Forster, una denuncia persistente del mal, de la destrucción, de la persecución y del silenciamiento del crimen que habita como un virus en la cultura de Occidente que siempre elude la responsabilidad de sus crímenes en nombre de sus proyectos políticos.
Los versos citados, lo resumen con la fuerza de la metáfora: bajo el casco de acero de los nazis están los nibelungos de izquierda y derecha con sus atrocidades. Nada en este sentido distingue ya los regímenes de Bolsonaro, Milei y Putin del de Daniel Ortega y Díaz-Canel, el de Netanyahu del de los terroristas de Hamás y Hezbola o de las ultraderechas nacionalistas que otrora hicieron posible Auschwitz. Nada tampoco, para centrarnos en México, separa a los gobiernos salidos de la transición democrática del de las administraciones de López Obrador y Sheinbaum.
Fuera de que unos se dicen demócratas y otros pretendan centralizar el poder como en las dictaduras, ambos están plagados de crímenes espantosos. No importa, como suelen decirse unos a otros para ocultar sus responsabilidades, que las víctimas generadas bajo el amparo de la transición fueron menos que las víctimas acumuladas por la administración de Morena, o que el incremento de los asesinatos y desapariciones en el régimen de López Obrador y lo que va del de Claudia Sheinbaum sean consecuencia de los desastres creados por los gobiernos neoliberales de la transición. Unos y otros, como lo señalan los versos de Celan, están poseídos por las fuerzas oscuras que anidan en la ambición de Occidente: construir un mundo mejor con los medios horribles de este mundo. Su consecuencia es la misma: el horror, las víctimas, que sólo importan en la medida en que sirven para culpar a los otros.
Albert Camus, contemporáneo de Celan, comparó en La caída su época con los círculos del Infierno de Dante. Hoy nos encontramos en el último, el de los traidores. Cada uno de nosotros, en el bando en el que nos encontremos, hemos traicionado a las víctimas por vanidad, cobardía, hipocresía, comodidad o cinismo en nombre de una idea abstracta de cómo debe ser administrada la humanidad.
Por ello muy pocos se involucran seriamente en poner un alto radical a la violencia y prefieren dejarla pasar, mirar hacia otra parte o tomar partido para justificarla creyendo que en el partido que se defiende radica la verdad. Llegados a donde estamos, las salidas se vuelven prácticamente imposibles. La desgracia del infierno es su condición infinita, obturada y llena de malestar y violencia. Es imposible sustraernos al daño que a lo largo de siglos Occidente ha creado en nombre de mejorar a la humanidad. Su virus nos llevó hasta aquí y se volvió terminal. Habremos de ver cosas peores antes de que el horror, devorándose a sí mismo, termine por hacer inoperante todo.
Recordé a Celan porque nadie como él ha denunciado la persistencia del mal en nuestra civilización. Su poesía no deja de recordarnos, en la dificultad de su aventura con el lenguaje, el insondable abismo de barbarie que anida en el corazón de Occidente y nos ha vuelto en todas partes oscuros y monstruosos como los nibelungos.
Además, opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.
Con información de Proceso