Los apagones y los usuarios invisibles

Miriam Grunstein

Sería vanidad suponer que han notado mi ausencia en este espacio, pero, de cualquier forma, les debo una disculpa. No es desinterés en ustedes, siempre bien ponderados lectores, lo que ha causado mi resistencia a escribir, sino el agotamiento de los temas del sector energético. Ya vamos para seis años en los que el debate único descansa sobre la superioridad de lo público sobre lo privado, y viceversa para alcanzar y mantener objetivos más conceptuales que concretos. De la voz del gobierno, la voz de la soberanía energética ha sonado tan fuerte que ya nos volvimos sordos. Del lado de la iniciativa privada –y sus defensores—la competencia y su gemela competitividad a los usuarios, como ustedes y yo, no nos dice gran cosa. Esos conceptos “macro”, tan “macro”, ¿con qué se comen?

Los que sí se sienten son el calor y, más que él, sus consecuencias por el alza en la demanda de la electricidad. No fueron los acalorados debates en el Congreso, los Tribunales y en los medios los que han producido un Estado Operativo de Alerta en el Sistema Eléctrico Nacional. Al contrario, con o sin parlamentos abiertos, amparos, foros, gritos y sombrerazos, muchos usuarios vulnerables en México no se ven. A ellos los apagones ni les vienen, ni les van, porque vivir a oscuras es la regla.

Las olas de calor, el alza de la demanda, el déficit en la generación y la falta de resiliencia de la red de transmisión privaron a los que tenemos la “fortuna” de tener un servicio eléctrico regular de éste, por horas y, en algunos casos, por días. Sin embargo, para casi la mitad de los hogares mexicanos, a pesar de que la CFE se ha preciado de cubrir casi el 100% del servicio, no hay luz, ya sea frecuentemente, o nunca. La gran mayoría de los hogares en México tiene un servicio precario. Es decir, o tienen cercanía a la red de distribución pero no tienen acceso al servicio, o tienen uno intermitente. Así que, al aproximarme a unos vecinos que viven en una zona en la que el servicio viene y va de forma impredecible, y al contarles de los famosos apagones, se alzaron de hombros y dijeron “ya les tocaba probar nuestro pan de cada día.” En fin, nada se gana con desearle a los afortunados que prueben un pedacito de vulnerabilidad o pobreza energéticas, pero sí debería despertar la conciencia de lo que es vivir a oscuras.

Las reacciones a los apagones recuerdan a la escasez de gasolina al inicio del sexenio, cuando el presidente justificó el cierre de ductor por la irrupción del robo de gasolinas. Hubo clamor mediático, algo de molestia entre los usuarios, y no volvimos a saber de penas. Los automóviles volvieron a rodar como siempre, tanto así que ahora la molestia es una atmósfera asfixiante. Ahora cerramos este período con falta de luz, ha habido furor mediático, aún no hemos superado ni el calor, ni el Estado de Alerta Crítica del CENACE, pero falta una reacción sustantiva e inteligente por parte de quienes proponen una solución sostenible a la falta de confiabilidad y resiliencia de nuestro Sistema Eléctrico Nacional Otra vez, la pelea es entre Estado y Mercado, cuando ninguno de los dos parece interesarse por los usuarios más vulnerables. La razón es lastimosamente simple, en los márgenes de México: los usuarios no prometen, ni capital político, ni financiero. Con o sin inversión privada, y ya sea con un gobierno para los pobres o sin él, la excepción de pocos, es la regla de muchos: la invisibilidad.

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