Rosario Ibarra y Ceci Flores

Ernesto Hernández Norzagaray

Escucho la voz serena de Ceci Flores, una de las líderes de las madres buscadoras de hijos desaparecidos en Sonora y no puedo, dejar de recordar, la voz siempre alegre de la mítica Rosario Ibarra de Piedra, otra madre, que como aquella salió del anonimato para enfrentarse al poder político por la desaparición de su hijo Jesús Piedra Ibarra quien, con solo 19 años, fue detenido una noche de abril en 1974 por las fuerzas de seguridad sin, que, nunca más, se volviera a saber de su paradero. 

Cecilia Flores Armenta y Rosario Ibarra de Piedra, Rosario y Ceci, están hermandas no solo por el dolor de la desaparición forzada de sus hijos sino, por la indomable voluntad de buscarlos mejor, no, sólo, los suyos, sino, todos aquellos, que por una u otra razón o circunstancia desaparecieron hasta alcanzar solo en este sexenio más de 60 mil personas que corresponden a otras tantas familias.  

Ambas tienen en común que son norteñas, una de Sonora y la otra de Coahuila y las dos hasta antes de la desaparición de sus hijos eran madres promedio de la familia de esas regiones dedicadas, hasta donde conocemos, a las actividades propias del trabajo y hogar.  

Una, con un hijo desaparecido por su actividad política en la Liga Comunista 23 de septiembre y la otra, desde 2015, con tres de los que se desconoce autor y móvil de su captura y desaparición, aunque, frecuentemente, no se necesitan motivos poderosos.  

Rosario, desde el día de la desaparición de su hijo abandonó su vida rutinaria para ir en búsqueda enfrentando todo tipo de dificultades burocráticas y amenazas de los bajos fondos de la política mexicana, mientras, Ceci, enfrentó y enfrenta desde el primer momento la desidia y grosería burocrática, además, como recordaremos, la antesala de la muerte; incluso, la presión, para que ambas abandonaran la búsqueda y regresaran a su hogar para continuar con sus vidas.  

Ni una, ni la otra, lo hicieron, en cambio dieron un paso adelante en una travesía incansable para encontrar primero vivos a los hijos y, luego, con el paso de los años sus restos.  

Rosario, lo hizo durante cinco décadas hasta su muerte natural en 2022 y Ceci lleva 9 años cargando el dolor, la pala y una voluntad a toda prueba para encontrar sus restos, escarbando en Sonora y Sinaloa, con el objetivo de localizarlos y se calcula que en su diario batallar y, en compañía de otras madres, localizaron solo en estos estados hasta 2022, 672 restos humanos entre ellos los de su hijo Alejandro desaparecido en Los Mochis, Sinaloa.   

Estas madres norteñas se convirtieron en activistas relevantes y se transformaron en símbolos de lucha contra el autoritarismo, una el priista y la otra, la poderosa narcopolítica.  

Rosario murió a los 95 años, sin saber el destino de su hijo Jesús y Ceci, está viva buscando a campo abierto los restos de Marco Antonio y Jesús Adrián, curioso, ambas tienen un hijo con nombre Jesús, el de Rosario desaparecido en Monterrey; mientras, los de Ceci en Los Mochis y Bahía de Kino.  

Rosario, creo en 1977 el Comité Pro-Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos, mejor conocido como Comité ¡Eureka!, y desde ahí les decía a las otras madres: ‘Ahórrense sus lágrimas frente a los poderosos y enjuguen sus lágrimas con sus seres queridos para fortalecerse, no deben de vernos doblegados y derrotados frente a la barbarie que está ocurriendo’.  

Y, Ceci, 43 años después fundaría el colectivo Madres Buscadoras de Sonora, donde han llegado hasta las madres de sicarios igualmente desaparecidos: “Nosotras, dice Ceci con fe religiosa, hemos ayudado a las madres de los que se llevaron a nuestros hijos a encontrarlos, porque, la única justicia, que sé, que algún día, puede llegar es la de Dios”. 

Ambas con su espíritu amoroso, a golpe de insistir de que aparecieran los desaparecidos, propios y ajenos, recorre el país a través de cada colectivo que se han creado en casi todos los estados de la federación ante el autismo de los gobiernos federal y estatales y, como lo reconoce Ceci, con cierta ironía y reclamo, los funcionarios públicos se acercan y expresan “buenas palabras” pero al final del día: “la única, que de verdad se mueve, es ella”.  

Rosario, al final de su vida, recibió durante el gobierno obradorista los más altos reconocimientos públicos que puede recibir un mexicana o mexicana por sus obras cívicas: la Medalla al Mérito Cívico “Eduardo Neri y legisladores de 1913” otorgada por la Cámara de Diputados y la medalla Belisario Domínguez, el mayor reconocimiento civil de este país, por el Senado de la República; mientras, paradójicamente, Ceci, la de tres hijos desaparecidos, es reconocida por la BBC de Londres, como una de las “100 mujeres más influyentes del mundo” mientras es denostada por el presidente López Obrador y acusada de hacer “montajes” en la Ciudad de México para servir a sus adversarios políticos y hacer quedar mal a su gobierno. 

Rosario, conocedora de los hombres del poder, de como las personas cambian cuando asumen cargos de gobierno, antes de fallecer escribe una última acción por los desaparecidos cuando escribe una carta discurso de aceptación de la medalla Belisario Domínguez que le otorgaba el Senado de la República: 

“Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, querido y respetado amigo, no permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad y la ignominia. No quiero que mi lucha quede inconclusa, es por eso por lo que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares, y con la certeza de que la justicia anhelada por fin los ha cubierto con su velo protector”, dijo, para agregar: “Mientras la vida me lo permita, seguiré en mi empeño de encontrarlos. ¡Vivos los llevaron, vivos los queremos!” 

En contraste Ceci Flores, dijo hace unos días: “No podemos esperar nada más bueno de ese señor, cada vez que habla para decir algo de las madres buscadoras se le nota la apatía, la burocracia, la impunidad, con la que él maneja el tema por casi seis años, no podemos esperar nada bueno sobre nosotros del presidente. Ahora, dice, que la fruta [la lucha por los desaparecidos] es de la temporada”. 

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