El infierno de las desapariciones y la continuidad del obradorismo
Jacques Coste
A estas alturas del sexenio, no es secreto para nadie que las mañaneras no son un espacio abierto para el debate, la transparencia y la atención personal de temas por parte del presidente López Obrador.
Esta semana, nuevamente fuimos testigos de lo que en realidad son las mañaneras: a un tiempo, espacios para el autoelogio narcisista del presidente y un mecanismo astuto y efectivo para incidir en la agenda de los medios de comunicación. Nada que le incomode al presidente, nada que contravenga la imagen de superioridad moral que intenta proyectar, es bienvenido en la mañanera.
El lunes 18 de marzo, la activista y madre buscadora, Ceci Flores , acudió a Palacio Nacional a entregarle una “pala de mando” al presidente López Obrador.
“Me encuentro aquí, hoy, en Palacio Nacional, con la intención de entregarle esta pala al presidente. Así como le entregó el bastón de mando a Sheinbaum para que hiciera su trabajo, yo le quiero entregar a él esta pala con la que he escarbado la tierra por diferentes partes del país para que también él haga su trabajo”, dijo la madre buscadora. Y agregó: “Esta pala no debería estar en mis manos nunca. La tuve que agarrar por necesidad, para encontrar a mis hijos, pero tenemos tres años de persecución mi familia y yo, sufriendo muchísimas cosas porque estamos haciendo el trabajo que le correspondería al gobierno”.
Luego, remató: “Estoy cansada de estar siendo perseguida, amedrentada, atemorizada. (…) Les he dado todas las herramientas para que lo hagan [para que busquen a las personas desaparecidas]. No lo hacen porque no lo quieren hacer. (…) Necesitamos que escuchen las peticiones, las plegarias, las súplicas de las madres que buscamos a nuestros hijos”.
Cuando una periodista que cubría la mañanera le dijo a López Obrador que Ceci Flores estaba afuera de Palacio Nacional para entregarle la “pala de mando”, el presidente respondió: “Que me la deje aquí”, sin siquiera inmutarse ni mostrar dolor, compasión o empatía.
En la misma mañanera, la secretaría de Gobernación, Luisa María Alcalde, presentó una actualización del censo nacional de personas desaparecidas. Según estas cifras, actualmente hay 99,000 personas desaparecidas en México. La cifra oficial era de 114,000, pero el gobierno federal alega haber encontrado a 15,000 personas gracias a la “metodología” que puso en marcha para tal propósito, una metodología que ha sido cuestionada por expertos en el tema y organizaciones de derechos humanos.
Ante el supuesto hallazgo de 15,000 personas y la reducción de la cifra de personas desaparecidas, la propia Ceci Flores —en entrevista con Pascal Beltrán del Río— declaró: “¿Y dónde los encontraron si no buscan, si los que buscan somos los colectivos?”.
Así pues, a la atroz realidad de la desaparición de personas en México —una auténtica crisis moral, de violencia y de derechos humanos— debemos agregarle la indolencia política del oficialismo, que coloca grandes esfuerzos en maquillar las cifras y muy pocos en encontrar a las personas desaparecidas y evitar que continúe la perpetración de desapariciones.
Ya habíamos visto una reacción similar de López Obrador en una mañanera hace pocos días. Frente a la manifestación de los normalistas de Ayotzinapa, que culminó con la irrupción de éstos a Palacio Nacional, el presidente denunció una supuesta conspiración de sus opositores para manipular a los familiares de los 43 desaparecidos y ponerlos en contra de su gobierno.
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Uno de los aspectos más preocupante de las reacciones desdeñosas del presidente frente a la crisis de las desapariciones y ante los familiares de personas desaparecidas es el apoyo del grueso del obradorismo a estas conductas, que antes resultaban inaceptables.
Cuando Felipe Calderón criminalizaba a las víctimas de la violencia desatada por la guerra contra el narcotráfico y cuando Peña Nieto mostraba indolencia ante la crisis de las desapariciones, los ciudadanos nos indignábamos, incluso marchábamos y nos manifestábamos contra estas conductas.
Hoy, pocos acompañan a los colectivos de búsqueda de personas y a los movimientos que se manifiestan contra la ineptitud del gobierno para atender la crisis de violencia, inseguridad y crimen organizado. De hecho, los ciudadanos inconformes con este gobierno han marchado para defender instituciones antes que para arropar a los colectivos de búsqueda y protestar contra la crisis de desapariciones.
Mucho peor aún, los simpatizantes de López Obrador aplauden las conductas del presidente, respaldan sus acciones para maquillar las cifras de desapariciones, revictimizan a quienes se manifiestan y reproducen las mentiras que involucran a los colectivos de derechos humanos en supuestas conspiraciones contra el gobierno.
Mucho me temo que nos hemos acostumbrado a vivir en el infierno de las desapariciones. Estamos en una crisis moral: hemos perdido la empatía con las personas que más sufren. Lo más grave y preocupante es que quienes apoyan al proyecto político oficialista, quienes están por la continuidad, respaldan a un partido, a un presidente y a una candidata que no sólo están acostumbrados a vivir en ese infierno, sino que nos dicen que en realidad se trata del paraíso y quien diga lo contrario es un traidor —incluso si es una madre buscadora.