Disonancias

Ricardo Alexander Márquez

En el ocaso del gobierno de la transformación, la realidad es que nada ha cambiado en los últimos cinco años. Como se vislumbró desde el principio del sexenio, se trataba de una bomba de humo, un simple espejismo. La idea era lograr un gatopardismo donde cambiaran los jugadores, pero que el juego se mantuviera igual.

La realidad mostró ser más preocupante. Por un lado, la corrupción se volvió más cínica y campante. Las instituciones de justicia dejaron de perseguir los escándalos de los hermanos y los hijos del Presidente, incluso cuando estuvieron plenamente documentados, y la Fiscalía General de República, en papel independiente, no hizo más que someterse a los intereses en el poder.

Abiertamente se le permitió a la delincuencia organizada operar en todo el territorio nacional siempre y cuando usaran sus enormes estructuras para beneficiar y mantener a los nuevos gobernantes. Impunidad a cambio de complicidad.

Eso derivó en la administración más sangrienta del México moderno, con cifras oficiales que rondarán los 180 mil homicidios para cuando termine el sexenio “de la transformación”, número cercano a los cien asesinatos cada uno de los días que estuvo en el poder López Obrador.

El Ejército que debía salir de las calles, se logró colocar como una de las corporaciones más lucrativas y opacas de la historia de nuestro país. Cero auditorias, muchas adjudicaciones directas. Nada de aplicación de la Ley de Adquisiciones.

En economía vamos igual de mal y, aunque se prometió que estaríamos creciendo al cuatro por ciento anual, y seis por ciento al final del sexenio, el promedio será de menos de uno por ciento.

También se rompieron las líneas de abasto de medicinas en las instituciones de salud y se empezó a comprar menos y más caro. Ahí están los casos emblemáticos de los medicamentos para el cáncer en niños.

En prácticamente cualquier índice, visto con objetividad, estamos igual o peor que cuando empezó el sexenio. Por eso, si antes nos queríamos comparar con las grandes potencias en desarrollo, ahora los amigos del gobierno son las dictaduras de Cuba y Venezuela.

Esta administración simplemente ha enfocado las baterías en destruir todos los pesos y contrapesos creados en décadas por la oposición para fortalecer nuestra democracia, y eso lo justifican bajo el manto de la dictadura de las mayorías.

Y lo peor de todo es que el gobierno de la transformación se ha encargado de justificarnos que es mejor ser pobres y mediocres porque así “no se corrompe nuestra alma”, mientras los afines al régimen se llenan los bolsillos con las arcas surtidas con nuestros impuestos.

Dentro de tanto cinismo, la candidata del oficialismo, Claudia Sheinbaum ­—sobre la que se está fraguando una elección de Estado—, sale a decir que “la 4T es tan importante como la Independencia de México”. Como si ellos hubieran logrado algo significativo para el país en los últimos cinco años.

La realidad es que el gobierno de la transformación lo único que transformó fue un cambio de manos de los que ordeñan a México. Quien diga que se cambió algo para bien, o miente para su beneficio, o es tan ciego que decide no ver lo que verdaderamente está sucediendo en el país.

*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad Panamericana

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