1968: Promesa incumplida

Gilberto Guevara Niebla

La memoria se diluye con el tiempo, pero 1968 sigue siendo una deuda no saldada por el Estado mexicano. Andrés Manuel López Obrador, sedicente de izquierda, se comprometió a investigar los brutales crímenes que se cometieron ese año y nunca lo hizo. Tampoco pidió perdón al pueblo por la masacre del 2 de octubre.

Por el contrario, se entregó en brazos del ejército, no obstante que, desde los años treinta, esta corporación fungió como brazo armado para reprimir de manera salvaje e implacable los movimientos populares. La cadena de brutalidades militares es larga pero la represión de los ferrocarrileros, el asesinato de Rubén Jaramillo y la masacre de Tlatelolco son episodios que todavía hoy tienen ecos dolorosos.

El presidente, que presume de historiador, sufre amnesia cuando se evocan esos episodios de dolor y crueldad indescriptibles. La evidencia mayor de su cinismo la tuvimos recientemente cuando, renunció a apoyar a los padres de Ayotzinapa y proteger al ejército de un dictamen judicial que le ordenaba entregar información que –por motivos sospechosos—los militares ocultaron desde la noche del 26 de septiembre de 2014 –en el preciso momento en el que los 43 estudiantes desparecieron.

La SEDENA nunca aceptó modernizarse; mantuvo celosamente –con la complicidad del poder político–, la autonomía absoluta de su corporación: hasta le fecha no le rinde cuentas a nadie pues, de hecho, hay un fuero militar. Es un cuerpo hermético: jamás permitió que los civiles se entrometan en sus asuntos; jamás el ejército ha sido objeto de una evaluación, jamás ha rendido cuentas a la sociedad sobre sus manejos financieros, etc. Ejército y Marina son poderes de excepción, poderes meta-constitucionales, que han ganado sus extraordinarios privilegios no por sus competencias profesionales sino por su capacidad para infundir temor entre la clase política y entre la población. Son los rudos en el escenario político, todos les temen.

No hay continuidad entre lo militar y lo civil, en cambio, hay competencia y polarización. En las filas militares está muy extendida una actitud de desprecio y beligerancia contra los civiles que se basa en un machismo rudimentario: “los civiles son culeros, los soldados tenemos huevos”. Existe una pugna soterrada. Pero la dimensión de lo militar ignorada por muchos es que desde los años 40 los mandos castrenses crearon su propia agencia de inteligencia y durante todo este tiempo se han dedicado a espiar a los actores políticos de todos los partidos y corrientes.

Incluso hoy continúa ese espionaje ilegal: recuérdese el caso reciente del uso de Pegasus para espiar al subsecretario Alejandro Encinas. Los organismos de inteligencia civiles han sido volubles y frágiles; la inteligencia militar, en cambio, ha sido fuerte y perdurable. La posesión de un enorme banco de información sobre los miembros de la clase política da a los militares un poder casi ilimitado y es probable que tal circunstancia haya jugado un papel decisivo para doblegar a AMLO.

La lucha de 1968 enfrentó a militares y a estudiantes. La Universidad Nacional, núcleo de la inteligencia superior, se vio inopinadamente enfrentada al Ejército, símbolo de la fuerza física sin adjetivos. Los políticos apoyaron a los militares y se lanzaron como jauría contra el centro de estudios; los estudiantes, por el contrario, defendieron a la Universidad.

Gran parte del discurso estudiantil fue en defensa de las libertades democráticas y en protesta por los atropellos militares; los medios de comunicación oficialistas se dedicaron a ensalzar las acciones de las tropas. En las manifestaciones, los estudiantes enarbolaban pancartas con el lema “Si a los libros, no a los tanques”. In extremis, se enfrentaban las fuerzas de la civilización contra las fuerzas de la barbarie.

En el marco de esta historia: ¿Cómo explicar la postración de AMLO ante el poder militar? ¿Sabe lo que está haciendo? ¿Conoce las tripas de las fuerzas armadas? Algunos elogios que el presidente ha hecho de los militares al decir, por ejemplo, “el ejército es pueblo uniformado” o que “los militares tienen un moral que no tienen los civiles” expresan más bien ingenuidad. ¿Tienen los militares realmente una moral superior? Es absurdo pensarlo. El militar puede tener disciplina, cumplir las órdenes que recibe, pero, como se ha observado durante décadas, los oficiales se corrompen y a veces actúan como cómplices de las bandas de narcotraficantes, como ocurre en Sinaloa. Es muy probable que el ejército se niegue a informar sobre Ayotzinapa porque, de hacerlo, se revelaría un vínculo de esta naturaleza, lo cual acarrearía un enorme desprestigio para la corporación castrense.

Los gritos de las víctimas del 2 de octubre se apagan año con año, llegará el momento en que nadie más los escuche, pero es seguro que la Historia ya registró, con letra indeleble, a quienes traicionaron y quienes guardaron lealtad a su memoria.

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