Rocha, la enfermedad del poder y el cese Juan José Ríos Estavillo
Álvaro Aragón Ayala
Víctima del síndrome de Hubris, la diabetes y sus secuelas, Rubén Rocha Moya atraviesa por una especie de autodestrucción que se refleja en su modo y forma de conducir el estado de Sinaloa hacia la ingobernabilidad. El gobernador mutó en un caza pleitos y en el cerebro perverso de montajes judiciales para aniquilar a quienes en su imaginario personal son sus opositores.
Con 74 años de edad en sus espaldas y neuronas, el mandatario estatal vive la etapa senil para hacer daño, no para construir. Se olvidó de los conceptos gobernar y gobernabilidad para, con un exceso de protagonismo, juicios simplistas y desconexión con la realidad, destruir todo lo que toca, creyéndose todopoderoso. “Somos gobierno y el gobierno todo lo sabe”, es la frase a la que más recurre.
Rocha Moya es un peligro para los sinaloenses. La enfermedad del poder lo ha degradado moralmente al registrar un egoísmo progresivo y corrosivo. Se comporta con soberbia y arrogancia y actúa con una exagerada autodesconfianza que lo empuja a despreciar a los demás y a conducirse en contra del sentido común. Bajo su percepción, todos son corruptos, menos él, su familia y su equipo. La palabra corrupción la utiliza para deshonrar a los ciudadanos.
El mandatario dio señales de padecer el síndrome de Hubris o enfermedad del poder cuando, antes de tomar posesión de gobernador, le exigió a Juan José Ríos Estavillo que renunciara al cargo de Fiscal General de Justicia porque le estorbaba en sus planes en ciernes de crear montajes jurídicos y porque recibió y dio curso a una demanda penal de la juez Ana Karina Aragón Cutiño contra su primo, de él, del gobernador, Enrique Inzunza Cázares, cuando éste fungía como presidente del Supremo Tribunal de Justicia.
Cual dictador, víctima también de conducta bipolar, Rocha Moya en menos de dos años, pasó, pues, de ser una persona aparentemente normal, a convertirse en un tipo perverso, inhumado, que toca los linderos de la violencia en el trato con la sociedad y con quienes colaboran en su gabinete, a los que regaña cuando opinan y trata déspotamente si no se inclinan a su paso. Bien lo precisó el historiador británico Lord Acton: “El poder tiende a corromper”.
En fin. Verdugo de sí mismo, hoy el gobernador es perseguido por sus “fantasmas”, por sus imaginarios retorcidos que fluyen, van y vienen, en su cerebro deteriorado por la esclerosis, y lanza acusaciones sin ton ni son, pretendiéndolo que la sociedad lo vea como un príncipe higienizado, pasteurizado, honorable, cuando su gobierno se hunde en la corrupción, en la putrefacción gubernamental. Rocha pasará a la historia como un gobernador desalmado y destructivo.