Rubén Rocha: narco, miedos y disimulos

Álvaro Aragón Ayala

Evidentemente, el gobierno de Rubén Rocha Moya no ha establecido ninguna estrategia para el combate a la delincuencia común y organizada lo que ha debilitado su gobierno por la generación de los vacíos generados por la autoridad estatal y la inacción de los funcionarios municipales. El disimulo ante el ascenso criminal es la marca del gobierno rochista.

La violencia que estalló en Sinaloa Municipio y que generó decenas de familias desplazadas y un número incierto de asesinados, “levantados” y desaparecidos, innegablemente está ligada al narcotráfico que controla espacios municipales de poder político.

De cara al problema, por temor a provocar una reacción de los delincuentes en contra de las fuerzas del gobierno municipal y estatal y de la clase política morenista, el gobierno de Rocha Moya se cruza de brazos ante la escalada delictiva e insulta a la población con el argumento de que no conoce las causas o qué provocó la explosión criminal en Sinaloa Municipio.

Relatada en las páginas de Río Doce y en De Primera Intención, la lectura desgrana la connivencia de los grupos delictivos con autoridades municipales y estatales. Se infiere incluso, por la sucesión de hechos delictuosos, que el gobierno de Rubén Rocha Moya perdió el control de las policías municipales en Sinaloa Municipio y Guasave.

Es tan grave la violencia registrada en las comunidades serranas que ya tomó, con todo y sus riesgos, un lugar central en el debate público y político por la indiferencia, miedo e incapacidad del gobierno para hacerle frente a los grupos del hampa que sentaron su imperio en la zona por medio del terror y la muerte.

¿Quiénes son entonces los actores de esa violencia? ¿Qué relaciones sostienen con otros actores sociales y políticos, desde la base hasta el vértice de la pirámide del poder? ¿Cómo se vinculan estos fenómenos a la cuestión de la ley y la igualdad en la comunidad política?

En Sinaloa Municipio y en otras jurisdicciones de Sinaloa el repunte o la renovación de la violencia está ligada al aumento del poder y de las actividades de los grupos criminales dedicados al tráfico de drogas y otras actividades ilícitas. La violencia en Sinaloa no se debe a una “guerra” contra el narcotráfico y el crimen organizado, que conste.

El clima de terror e impunidad que reina en Sinaloa Municipio y el baño de sangre que se registra en Mazatlán y Culiacán abre el camino a una banalización de la violencia corriente, que también se ha multiplicado. El gobierno estatal le apuesta a que la sociedad vea como algo natural los pleitos entre delincuentes y las ejecuciones.

En el artículo sólo para iniciados “¿Cuándo se perdió el municipio de Sinaloa? Ernesto Hernández Norzagaray reveló que la elección del 2021 en Sinaloa Municipio “terminó en manos del candidato de la coalición ´Va por Sinaloa´ y fue terrible porque más allá del proceso electoral asesinaron a dos dirigentes morenistas en la región, uno de ellos candidato, lo que arroja cuando se multiplica ese poder, se acostumbra a decir en el argot criminal ‘la plaza tiene dueño’”.

“Los poderes formales, técnicamente están ahí, pero son incapaces de impedir esas manifestaciones violentas y, hasta se dice que se tolera para de esa manera garantizar la gobernabilidad y evitar que se desborde la situación por razones sociales…”, escribió.

Rubén Rocha encubre así el fondo del problema en Sinaloa Municipio y no implementa estrategias antiviolencia por miedo a destapar “la caja de pandora” que podría revelar, como lo ha apuntado el columnista Osvaldo Villaseñor, el ejercicio de la narcopolítica en el gobierno morenista y sus ramificaciones con los poderes del PRI en Sinaloa Municipio.

En este sentido, la posición de Rubén Rocha ante la escalada de violencia con su saldo oculto de muertos, desplazados y desaparecidos, y el baño de sangre que se registra en Culiacán y Mazatlán, ciudades que semejan panteones a cielo abierto, obligan a refrescarle la memoria al gobernador para que relea una obra de su propia autoría.

Esa novela, El Disimulo: así nació el narco”, escrita por Rocha en sus momentos de ocio y lucidez, describe como las autoridades tratan de ocultar o de fingir que la realidad es otra o inexistente; encubrir o permitir la trasgresión de la ley, del precepto, a cambio de prebendas y sobornos.

El gobernador trazó en esta ficción una historia donde los pacíficos habitantes de Chepederas ven alterada la convivencia por la permisividad del cultivo, comercio y trasiego de estupefacientes. La violencia y la ambición se apoderan de la voluntad de la mayoría de los nativos del pueblo. En poco tiempo las opciones de vida son casi inexistentes si no es por el camino del narco.

Ahí, Rocha Moya desvela los orígenes y las causas que propician la ausencia de valores éticos, ciudadanos, para abrir las puertas de par en par a la simulación y la fantasía de un poder fundado en la crueldad, la corrupción, la negación de la vida. Sí, como se plasma en la contraportada de ese libro, “más allá de posibles discrepancias, con amena prosa, el autor configura una trama apegada al modus operandi de las bandas del narcotráfico”.

Entonces ¿Qué espera Rubén Rocha Moya para actuar, para delinear una estrategia para rescatar los poderes en Sinaloa Municipio?, porque, aunque su gobierno se ha caracterizado por construir montajes periodísticos, con calumnias y difamaciones para denostar y mantener a raya a sus enemigos, el ascenso criminal en Sinaloa por más que intente disimularlo u ocultarlo corroe la imagen de su gobierno.

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