Gobierno de izquierda

Gabriel Reyes

Nada más equívoco que hablar de un gobierno de izquierda. Puede haberlos comunistas, marxistas, socialistas y hasta maoístas, pero no de izquierda, en el más puro y estricto sentido del concepto. La noción histórica es clara, surge en Francia, el 28 de agosto de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente, ahí, los que apoyaban el absolutismo se sentaron a la derecha de quien la presidía, y quienes buscaban controles y contrapesos al poder absoluto, a su izquierda.

Hacen suyo el término quienes se deslindan del oficialismo, lo que, frecuentemente, les hace confundir preferencias progresistas con coyunturales ideologías cuyo objetivo es derrocar a facciones que se enquistan en el poder. La izquierda, en su más pura acepción, debe identificarse con la vanguardia, con el cambio, con el repudio al poder monolítico, y el rechazo a las estructuras releccionistas. Es común que quienes han sido opositores por mucho tiempo asuman, equivocadamente, que al hacerse del poder continúan siendo de izquierda, y, penosamente, terminan siendo como aquellos a quienes combatieron.

De forma que quienes apoyan a un autócrata se autonombran de izquierda por mera ignorancia, pensando que se trata de un bando o de una pandilla que puede pasar por encima de las más básicas nociones democráticas y seguir siendo de izquierda, ello, por el simple hecho de que militaron en contra del oficialismo durante largo tiempo.

Una asamblea legislativa entregada al mando ejecutivo pervierte, en su más profunda raíz, la división de poderes, y no puede sino ser heredera de aquel órgano legislativo que apoyó la defensa del absolutismo a finales del siglo XVIII. Esos que integran un partido dominado a ultranza por un solo hombre seguramente ignoran que el ser de izquierda no les va, estuvieron tanto tiempo alejados del pandero que, al apoderarse de él, piensan que pueden ser, al mismo tiempo gobierno y control u oposición de éste.

Años después, en 1791, ya constituida la Asamblea Legislativa que surgió del movimiento revolucionario francés, a la derecha se sentó la gran burguesía, haciéndose énfasis en “gran”, como la que hoy desayuna tamales de chipilín; al centro, los independientes de grupos de poder, y a la izquierda los jacobinos, personas del pueblo, quienes definitivamente, eran ajenos al monarca.

Tiempo después, a consecuencia de excesos registrados en la revolución industrial, surgió el marxismo, que inspiró al leninismo, estalinismo y al maoísmo, los cuales, encontraron su expresión más decadente en el foquismo del Che Guevara. Todos nacieron siendo movimientos opositores, que buscaron hacer cambios radicales. Su exacerbado militarismo los hizo perder el rumbo, terminaron en versiones extremistas que, al volverse brutales dictaduras, perdieron toda progresividad, tornándose en regímenes absolutistas.

La llegada de Salvador Allende al poder confunde a quienes fueron marginados de las estructuras gubernamentales, para él, su gobierno fue socialista, no de izquierda, pero quienes vieron en él un camino alternativo a las rígidas estructuras militaristas, no han entendido que ser de izquierda es ser de oposición, y que tal postura cambia dependiendo del lugar en el cual te encuentres con relación a quienes detentan las potestades del estado.

Un gobierno militarista-absolutista como los de Cuba, Nicaragua o Venezuela no son de izquierda, y sus pueblos lejos están de ser parte relevante en la toma de decisiones. Los opositores de esos gobiernos no pueden, ni deben ser llamados derechistas, fachos o reaccionarios, simplemente son oposición, son de izquierda. Pero hasta eso les robaron a quienes tienen el infortunio de vivir en esos países.

En diferentes regiones y momentos de la historia se ha asociado a diversos movimientos, partidos o facciones con la izquierda, como sucede a los social demócratas, pero hay que tener claro que no se asimilan a ella por tener un ideario permanente, intocable y cuasi religioso. Lo que los asimila al concepto es su compromiso con el cambio, con las ideas progresistas que definen el camino de avanzada, y que, naturalmente, buscan y luchan por restar margen de discrecionalidad al gobernante, particularmente, cuando éste, sin ser rey, se asume soberano, esto es, cuando se conduce suponiendo que nada hay por encima de él.

México, lamentablemente, tiene un bajísimo nivel promedio de escolaridad, por lo que, cínicamente pueden aferrarse al membrete aquellos que vivieron a la sombra de estructuras abusivas postrevolucionarias por muchos años, o incluso, fueron recluidos por oponerse a ellas, pero, no soporta su posición el más riguroso cuestionamiento histórico, ético y social. Lo que los hacía de izquierda fue rebelarse al status quo, proponiendo cambios que no sólo atenuaran, sino que impidieran los abusos de poder.

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