Sucesión presidencial 2024: Dedazo o no dedazo, he ahí el problema

Carlos Ramírez

Todos los presidentes de la República de la era posrevolucionaria lograron definir a su candidato sucesor, pero pocos pudieron establecer una continuidad garantizada. La razón se localiza en el hecho de que la presidencia de la república es indivisible y unipersonal y que la dinámica de los grupos de poder no sabe cumplir compromisos ni lealtades.

Los primeros datos que se tienen de la sucesión presidencial de 2024 indican la fortaleza del presidente de la república para imponer a su sucesor, pero el juego adelantado de poder podría estar disminuyendo su eficacia. El mecanismo de decisión del sucesor fue siempre autoritario y de facultad exclusiva del presidente en turno. Las rebeldías fueron castigadas con el exilio sistémico, como ocurrió con Plutarco Elías Calles, Luis Echeverría, Manuel Camacho y Roberto Madrazo, entre varios de los casos emblemáticos.

El otro dato que ha enseñado la experiencia en sucesiones presidenciales indica que las imágenes en primera instancia no son de manera obligada decisiones asumidas e inflexibles. Todo presidente en turno juega con expectativas públicas, pero mantiene los hilos secretos de control. Las crisis en las sucesiones de 1928 y de 1994 mostraron las debilidades presidenciales en materia de control político de las élites.

En las señales públicas –que no necesariamente son las privadas– aparece hoy como preferida presidencial Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard mantiene simpatías presidenciales y Ricardo Monreal ha decidido moverse por la libre. Pero hasta ahora no hay una lista oficial de participantes; en el pasado, esa lista era interpretada por los políticos y desde 1975 se fue oficializando.

Cada presidente establece perfiles personales del juego de la sucesión: la ambición de Miguel Alemán, la picardía de Ruiz Cortines, la enfermedad de López Mateos, la dureza de Díaz Ordaz, el juegos de distracción de Echeverría, la lista binaria de López Portillo, los seis comparecientes públicos en el PRI con Miguel de la Madrid, la lista de informal de Carlos Salinas y la incapacidad política de Ernesto Zedillo.

El problema en cada sucesión se ha localizado en la configuración de grupos políticos y de poder alrededor de los precandidatos y en la diseminación de parcelas de interés que implican inversiones políticas que apuestan a la victoria. Los precandidatos son, en este sentido, representantes de bloques de poder e intereses y las simpatías y apoyos tienen que ver como inversiones políticas.

Los presidentes salientes suelen jugar con las expectativas de los aspirantes, pero con la capacidad de aceptar los costos políticos y económicos de su decisión final. La parte más complicada del proceso sucesorio es la falta de garantías que han tenido los presidentes a la hora de decidir su sucesión, toda vez que el poder presidencial implica un acto de autoridad de corto plazo.

Todos los presidentes han soñado con la continuidad de su poder. Plutarco Elías Calles se convirtió en el jefe máximo de la revolución y quiso mandar sobre sus sucesores, pero se encontró con el presidente Cárdenas que lo expulsó del país. Echeverría puso a López Portillo por su incondicionalidad, pero en el poder el sucesor tuvo que enviarlo de embajador al otro lado del mundo. Salinas de Gortari construyó a Colosio como su sucesor, pero el crimen en Lomas Taurinas le impuso a Zedillo sin ningún compromiso deslealtad concreta.

Los panistas fueron muy ingenuos. Fox buscó primero que su sucesora fuera su esposa Marta Sahagún, pero ante la imposibilidad creyó fácil la nominación de Santiago Creel; al final, Calderón le arrebató la candidatura en elección interna. lo mismo le ocurrió a Calderón con su precandidato preferido Ernesto Cordero Arroyo, pero en mi elección interna salió nominada Josefina Vázquez Mota.

Enrique Peña Nieto no tuvo presidente que lo pusiera y logró el apoyo fundamental del expresidente Salinas de Gortari. sin embargo, su sucesión le dio la facultad presidencialista de poner candidato a modo y a capricho, aunque al final el electorado optó por López Obrador como presidente.

López Obrador vivió en 1988 la crisis de la sucesión presidencial de Miguel de la Madrid con la agitación sistémica que provocó Cuauhtémoc Cárdenas para buscar la candidatura priista; al ver cerradas las puertas del PRI, Cárdenas, López Obrador y otros priistas se salieron del partido para competir por fuera y construir otro partido, aunque con los mismos vicios del PRI.

La sucesión presidencial de López Obrador comenzó, como es tradición, con el resultado electoral de las elecciones legislativas federales de medio sexenio, aunque el resultado negativo para su partido apresuró con anticipación el juego de las sillas de los precandidatos presidenciales.

En experiencias pasadas el presidente en turno perfila candidatos a mediados del sexenio, los oculta un año y la lucha por la nominación formal comienza en enero del quinto año de gobierno para resolverse hacia el tercer trimestre.

El manejo de nombres de precandidatos realizado por el presidente López Obrador se está saliendo de control porque todos los grupos políticos están buscando alineaciones y realineaciones que van a descuidar la gestión del gobierno en turno e irán obligando al presidente a involucrarse cada vez más también en el juego sucesorio y a descuidar la administración estricta de sus programas de gobierno.

La sucesión se echó a andar y nada podrá regresarla a los cauces de control institucional.

Con información de indicador Político

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