Sinaloa: escuadrones de la muerte y limpieza social
Álvaro Aragón Ayala
La escalada de levantones y asesinatos registrados en casi un mes, después de la fúnebre incursión militar en el poblado serrano de Jesús María que generó una reacción violenta que impactó Culiacán, plantean la hipótesis de que la Fiscalía General de Justicia y todos cuerpos de seguridad pública de Sinaloa lidian y se enfrentan a peligrosos grupos delictivos que dinamizaron sus actividades al estilo de los escuadrones de la muerte.
La inseguridad en el estado se desbordó colocando en una situación de cero credibilidad el juego de la exhibición de las estadísticas criminales que falsamente reportan una baja en la incidencia de delitos de alto impacto. El problema es mayúsculo por la confusión y similitud que existe entre los escuadrones de la muerte, el sicariato, el ajuste de cuentas y los pleitos a muerte entre la delincuencia común. La avalancha criminal parece no tener freno.
Personas levantadas y desaparecidas, cuerpos de personas muertas con señales de tortura aparecen en el área rural o boscosa de Culiacán, principalmente, delitos a los que se suman los crímenes a balazos que se registran en la zona urbana de la capital del estado. La escalada violenta induce a pensar que cada asesinato lleva implícito un mensaje para los grupos delictivos rivales, para las corporaciones de seguridad del estado y los agentes investigadores de asesinatos.
La ola de crímenes despide el tufo de una especie de purga entre los grupos delictivos o de acciones conocidas como limpieza social llevadas a cabo por escuadrones, cuyos integrantes estarían ocultos tras un anonimato encriptado por los códigos de la muerte. De acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) la limpieza social es una acción en la cual grupos de personas encubiertas a veces a plena luz del día, pero a menudo envueltos en las tinieblas de la noche, asesinan a otras personas en estado de completa indefensión”,
“Les disparan sin mediar palabra alguna, donde las encuentren, presos de la determinación de exterminar […] queriendo significar que se ocupan del acto de remover la inmundicia y la suciedad. Los cuerpos que yacen portan consigo una marca de identidad: habitar la calle, un oficio sexual, delinquir, ser joven popular… Esa identidad […] condena y despoja de toda dignidad a las víctimas, reduciéndolas a la condición de mal que es necesario extirpar”.
Los perpetradores de los asesinatos actúan con rapidez y sadismo dejando impresa su huella en los cuerpos de sus víctimas mandando así un mensaje a la sociedad, a los cuerpos de seguridad pública y a los agentes investigadores de delitos, que son ellos, los escuadrones de la muerte, quienes tienen el control territorial de barrios, manzanas, cuadras, comunidades y zonas completas de las ciudades. El intrincado dispositivo de violencia y muerte convierte en algo cotidiano las masacres por encima de la fuerza del Estado.