La simulación en el tratamiento de las adicciones: por un humanismo solidario

Jesús Albino Ramón Ramos

“Nadie está más desesperadamente esclavizado que aquel que falsamente cree ser libre”: Johan Wolfgang von Goethe

Decenas de miles de sinaloenses en campos agrícolas, campos pesqueros y asentamientos populares padecen adicciones. La más extendida de ellas, el alcoholismo es tan perniciosa como la que implica el consumo de sustancias ilegales.

Este hábito es una amenaza directa a las potencialidades productivas de esos sectores y es uno de los componentes de nuestra debacle comunitaria. Los entornos urbanos de venta y consumo de drogas se distinguen por su estado de evidente depresión física, su insalubridad, su propensión a la acumulación de basura: espacios en decadencia. Los seres que allí medran, atrapados en solipsismo consumista, ese autismo existencial, lucen rostros y cuerpos sumamente mortificados. La línea que dividía el ejercicio de la libertad personal hace mucho fue cruzada pues ahora el consumo es compulsivo, obligatorio y la conducta se ha reducido a paliar impulsos básicos. Las actividades mentales superiores, como la capacidad de amar, están vedadas a esos adictos. El aislamiento social se pronuncia pues la persona con una adicción aguda agrede el patrimonio de sus núcleos familiares: las familias miran con rencor al integrante que les ha robado o los ha dejado sin alimento y se produce la exclusión como reacción.

Pocas actividades muestran el rostro más descarnado y voraz del capitalismo que el narcotráfico. Con su estela de millones de adictos sosteniendo su industria global, sigue maximizando sus ganancias, enfermando seres humanos; ensuciando cultural y ecológicamente a las comunidades locales.

Sinaloa migró de ser productor supletorio de amapola en la 2a Guerra Mundial a sede territorial de un cartel de barbarie apátrida y sanguinario que sólo busca poder y lucro.

Este holding global es uno de los productos más preclaros del capitalismo del siglo XXI. La entidad dejó de ser zona de cultivo o trasiego para tener su propia red de elaboración de narco laboratorios que contaminan nuestros bosques en la sierra y sus mantos freáticos, con un mercado de consumo entre la misma población sinaloense.

Fiel a su condición provinciana, Sinaloa no aborda el fenómeno sin ruborizarse o sin caer en dobleces hipócritas. Se exalta a los narcos y se repudia a los adictos. Mayor cinismo, imposible.

La simulación en el tratamiento a las adicciones implica
1) hacer invisible este sector,
2) un abordaje punitivo a la pretendida rehabilitación y
3) la estigmatización.

¿Qué hacer con los adictos de Sinaloa? ¨Encerrémoslos a todos” parece ser la respuesta. “No nos importe lo que suceda en su internamiento forzado. Resolvamos el fenómeno así y punto.” ¿Qué resultados ha tenido esta política sanitaria del avestruz? Pues que 9 de cada 10 adictos encerrados vuelven a consumir y la adicción nunca se palió. En virtud de esa evidencia se puede decir que en Sinaloa no existe la rehabilitación.

¿Se tiene derecho a capturar y confinar a una persona sin mandamiento judicial?
¿Quién declara cuando alguien es una amenaza a su integridad?
¿Se abre la puerta para que encerremos a ludópatas o personas que amenazan su salud por ingesta de azúcares y colesterol?
¿El aislamiento e incomunicación de un internamiento forzado produce las habilidades para remontar adicciones?
¿Tener a una persona con adicciones sentada durante 8 horas diarias en una reunión genera modificación conductual y hará que no vuelva a consumir?
¿Qué tipo de experiencias en el mundo han demostrado eficacia terapéutica y son dignas de implementarse en Sinaloa?
¿La meditación, el contacto con la naturaleza y la activación física pudieran convertirse en el núcleo de un modelo de intervención efectivo?

Es obvio que este tema no resiste los prejuicios o el morbo para una discusión seria, más allá de las miserias anecdóticas.

No es posible que el Estado siga tolerando la atención de este problema de salud pública a una red de particulares legos que medran del dolor y la desesperación de familiares bienintencionados.

Los centros de rehabilitación en Sinaloa son agujeros para la extra legalidad, en los que se vive de todo excepto algo que se aproxime siquiera a una posible rehumanización o empoderamiento de la voluntad.

Con espacios de indignidad en los que se agrede a seres enfermos. No responden ni una palabra de la ineficacia terminal de sus egresados y son simplemente un pretexto para que la burocracia del Consejo Estatal de Prevención y Combate a las Adicciones cobre sus sueldos sin tocar ni con el pétalo de una rosa la comodidad de una serie de intereses allí creados. Al negocio de la droga sigue el negocio de la rehabilitación. Eso debe acabar.

Si una persona desea abandonar las drogas en Sinaloa debe ser ayudada, no estigmatizada. El actual modelo ataca la dignidad y refuerza las condiciones para la recaída.

La rehabilitación bien entendida debe ser en el marco de comunidades terapéuticas, multidisciplinarias y cualificadas con un seguimiento a sus procesos y una evaluación a sus resultados. Se debe superar el esquema cuasi penitenciario e invitar a las personas en tratamiento a un esquema de integración comunitaria plantando áreas verdes, cuidando personas enfermas, limpiando playas con un saldo terminal de reincorporación a la vida productiva.

Una perspectiva moderna de emancipación humana con un proceso pedagógico que enseñe habilidades para la modificación conductual y a remontar esquemas perniciosos de pensamiento, es posible.
Allí están las colonias populares, los campos agrícolas, los campos pesqueros y esos barrios asolados por la tristeza, esperándonos.

Esta es la batalla anticapitalista del siglo XXI: devolver a las personas la noción de su dignidad, el ejercicio de su derrotero y la responsabilidad de sus actos.

Por la libertad y la conciencia, hagámonos más humanos y solidarios.

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