México: adiós al PRI, bienvenido el PRI

Carlos Ramírez

El Partido Revolucionario Institucional mexicano llegó a convertirse en el fenómeno político internacional del siglo XX: un aparato de poder que representaba la fuerza mayoritaria de México y que en los hechos había disminuido casi a su mínima expresión la competencia partidista y de clases con otras fuerzas políticas e ideológicas. Fue tan grande la experiencia política del PRI que muchas otras sociedades quisieron imitarlo, sin entender que había sido producto de un desarrollo social y político típico de la sociedad mexicana.

El PRI nació desde el informe de gobierno del presidente Plutarco Elías Calles en septiembre de 1928, después de anunciar el fin del ciclo de los caudillos militares con el asesinato del general Alvaro Obregón, expresidente y candidato ganador a una nueva presidencia apenas en julio del mismo año. De manera formal, el PRI se inauguró en marzo de 1929 y mantuvo la presidencia de la República hasta el 2000 cuando fue derrotado en las urnas por su adversario histórico, el conservador y católico Partido Acción Nacional, nacido en 1939 para oponerse al proyecto histórico del PRI como partido de la Revolución Mexicana.

Por un proceso de descomposición política del PAN y el agobio de la sociedad mexicana, el PRI recibió una segunda oportunidad en 2012 con la presidencia de Enrique Peña Nieto, pero errores en el manejo de decisiones de gobierno y un deterioro político del mismo partido, en 2018 el PRI entregó la presidencia a Andrés Manuel López Obrador, un militante priista de 1975 a 1988, y quien había seguido el llamado de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo del fundador del Partido de la Revolución Mexicana (PRM), padre del PRI.

Esta historia política sigue a la espera de una narrativa novelada y sin ficción porque ha mostrado todo el desarrollo político de la sociedad mexicana que hasta la fecha sigue pensando en que el PRI le solucionó los problemas, aunque la decepción autoritaria y de corrupción llevó a los votantes a buscar experiencias con otros partidos.

La edad de oro del PRI corrió de 1929 a 1988, casi 60 años de tener el control absoluto del país; la salida de Cárdenas del partido en 1987 debilitó la mayoría priista y su candidato Carlos Salinas de Gortari apenas pudo lograr el 53% de los votos; su sucesor Ernesto Zedillo Ponce de León, electo en medio de los temores a una ruptura violenta por el efecto nacional del alzamiento guerrillero zapatistas del EZLN en 1994 dejó la votación abajo de la línea de flotación de 50%, pero en un sistema electoral que le daba la victoria por mayoría simple.

La debacle del PRI no pudo detenerse: en 2000 el PRI perdió las elecciones presidenciales con 37% de los votos, pero con 44% a favor del candidato del PAN; en el año 20006, metido el PRI en una lucha interna entre los diferentes grupos de poder, el PRI bajó su votación electoral a 22%; por una polarización opositora, el PRI pudo recuperar la presidencia con el 32% de los votos, aunque con 6% adicionales de sus partidos aliados; y el histórico partido que seguía enarbolando los tres colores de la bandera mexicana, tocó piso en 2018 con solo 16% de los votos, contra el 53% del candidato opositor López Obrador, forjado en las bases de la militancia priista.

Frente a la debacle de 2018, el PRI aceptó una alianza bastante extraña: un acuerdo político superficial y oportunista solo para ganar curules en el Congreso con su enemigo histórico el PAN y con el partido que se fundó del desprendimiento cardenista de 1988, el PRD. Puede decirse que el PAN nació en 1939 con el apoyo y la militancia de algunos militares y políticos desencantados con los primeros años del partido revolucionario y con el argumento de que el PAN podría representar el proyecto histórico de la Revolución Mexicana.

Esta mezcla de alineamientos políticos suele ser incomprendida por razones obvias entre los analistas extranjeros, pero en el medio político mexicano se entiende de un criterio histórico fundamental: el PRI se ha convertido en el venero de la vida política nacional y su estructura de funcionamiento sistémico ha prevalecido aún con la oposición en la conducción presidencial. Es decir, que el sistema político mexicano es un sistema priista, basado en la estructuración de relaciones de poder del PRI y que la oposición del PAN y de López Obrador no han podido modificar la correlación sistémica de la estructura del poder.

La clave del sistema político priísta –con el PRI o con la oposición– se localiza en el eje del funcionamiento del sistema/régimen/Estado: el presidente de la República, con un aparato de poder que le da dominación absolutista: la estructura judicial, las Fuerzas Armadas, el control del presupuesto y el manejo de la política de bienestar social. El presidente de la República decide las candidaturas de su partido a cargos públicos intermedios, financia las campañas, y tiene control autoritario sobre las estructuras intermedias de organización electoral.

Mientras no se modifique esta estructura de poder que fue ideaba, instalada y sostenida por el PRI, el sistema político mexicano seguirá siendo priista, ya sea con el PRI o con el PAN y ahora Morena. El PRI tuvo la habilidad y la astucia de construir un régimen en la interrelación de tres estructuras: la coercitiva, la de control de masas y la del bienestar. En los hechos, los gobiernos de oposición del PAN y Morena han sido una expresión del priismo vergonzante en cuanto a la subordinación de las clases sociales a las directrices políticas de las élites, a partir de políticas sociales que solo garantizan la consecución de los votos.

El PRI ya no será el partido dominante, pero su habilidad y capacidad de manejo de grupos de masas lo va a convertir en un partido coalicionado a cualquier otro, como ya demostró en alianzas electorales con su adversario el PAN, su hijo político el PRD y ahora su hermandad con Morena.

Este escenario explica que el estudio de la política mexicana rebasó a las ciencias sociales y se encuentra en el territorio fértil de la literatura de ciencia ficción. Y confirma aquellas apreciaciones de viejos políticos de que el PRI no es inmortal sino inmorible.

El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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