No se dignificó el ejercicio de la política

Jorge Eduardo Aragón Campos

No es necesario esperar a que concluya el sexenio, para afirmar que MoReNa y Andrés Manuel López Obrador fallaron miserablemente en su tarea principal, que era y es la de dignificar el ejercicio de la política, no el de repartir dinero en efectivo, ni el de andar espantando gripas con escapularios y mucho menos reclamar en el extranjero lo que no es capaz de imponer ni a sus cómplices.

Desde el primer día lo han estado haciendo mal todo; no cumplía 90 días de iniciado el nuevo gobierno, que sus paleros ya se regocijaban de manera pública porque era preferible que ahora robaran otros; en el mismo lapso, al periodismo chayotero le salió una joroba, la del chayote sin espinas, donde lord molécula era el epítome como heraldo de los grandes cambios que ya se podían sentir:
“¿Señor Presidente, usted se siente Dios?”
A este paso, vamos a terminar haciéndole una marcha de desagravio a Loret de Mola. A mí me resulta cada vez más evidente que AMLO sabe de tigres lo mismo que de cálculo diferencial, lo cual es obligado al menos por inferencia estadística frente a lo que pudiese ser cinismo puro, demencia senil, mitomanía o esquizofrenia o todas juntas, y no voy a decir que eso lo vuelve un peligro para México, sino nada más para cada mexicano que aún vive en el territorio; pero peligro, lo que se dice peligro y ahorita, es para MoReNa, pues esa lectura de que se le botó la chaveta no es verdad, es plan con maña: si el plan A era la reelección, el plan B es el maximato. Mal pensado, no es tan mala idea ser Calles y no Obregón.

Pa´ qué vean cuán sabio es el pueblo bueno: no hay loquito que coma lumbre.

Fue en los ochentas, durante el sexenio de Miguel de la Madrid como presidente y Manuel Bartlett como secretario de gobernación, que en México surgió el invento de los fraudes patrióticos, cuyo principio básico era que si el electorado se equivocaba optando por un candidato de la derecha, su decisión era indigna de respeto pues no convenía al país, por lo tanto el triunfo era para el PRI. El razonamiento era estalinismo puro, no sorprende entonces que la izquierda mexicana vio con buenos ojos los fraudes electorales contra los “Bárbaros del Norte”; finalmente, eran burgueses peleando entre sí sobre la arena de su democracia burguesa.

Esa visión política tuvo su recompensa dos años después, cuando ganaron las presidenciales de 1988.
Los fraudes electorales de esa época en México, para variar fueron objeto de la atención mundial y no fue para menos, basta un dato para ponerlo en perspectiva: ese mismo año, Augusto Pinochet se sometió al referéndum del Sí o No y lo perdió y aceptó y cumplió su resultado. Aquí en México ¡Pura madre! Y el artífice responsable del fraude fue el secretario de gobernación de ese entonces, Manuel Bartlett, actual titular de CFE y poseedor de un aval presidencial (ahí que sí: para los fines que el interesado considere pertinentes…) expresado de manera pública en la mañanera.

Pero nadie se fue en blanco, el proceso dejó valiosas lecciones que hoy se empeñan en descalificar todos los miembros de la clase política, no sólo los morenistas, valga la aclaración; Gabriel Zaíd, llenó en aquel momento el hueco que había dejado Daniel Cosío Villegas como el más confiable interprete del sistema político mexicano: a través de sus artículos nos confió una narrativa que concluyó en hacer del Presidente el principal beneficiario y artífice del fraude electoral. Mejor aún, a manera de palimpsesto, sus escritos poseen una dimensión de lectura donde se les puede ver como mapas de ruta con los diferentes momentos del proceso.

Le seguimos en la próxima entrega. Es viernes y tengo que cocinar ¡No puedo estar haciendo todo siempre!

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