Represión; no fue Echeverría, sino el Estado priista… vigente

Carlos Ramírez

El principal error político que ha cometido la oposición al PRI ha sido la personalización de la represión política de los años 1950-1976 en la figura de Luis Echeverría Alvarez, sin entender que el uso de la fuerza contra la disidencia no fue una decisión personal, sino una política del Estado priista.

Una especie de rencor vivo ha acompañado la figura polémica y contradictoria de Echeverría a lo largo de 50 años y un reduccionismo resentido ha centrado en la represión en Tlatelolco-68 y en San Cosme-71.

Sin embargo, la historia política de la represión se asocia a la pérdida del sentido político y social de la Revolución Mexicana en 1946 con el arribo de Miguel Alemán y la contrarrevolución y el uso de la fuerza para ir imponiendo decisiones que rompían con los compromisos de las élites revolucionarias.

Echeverría fue producto de la clase política dirigente que ya no tenía vínculos sociales y que estaba atrapada en la consolidación de un modelo de desarrollo capitalista con cada vez menos distribución social de la riqueza. Al perder base social y permitir y propiciar la burocratización de las clases sociales en pugna, la élite dirigente priista pasó de la razón revolucionaria a la maquiavélica razón de Estado, sin dejar ningún espacio a lo que debió haber sido el ejercicio del poder: la razón del Estado en competencia con otras razones del poder.

En los hechos, Echeverría formó parte de una estructura de poder autoritario que se inició en 1956 cuando estalló el conflicto magisterial y Echeverría era oficial mayor de la Secretaría de Educación Pública, Díaz Ordaz manejaba el área operativa dura como oficial mayor de Gobernación y Fernando Gutiérrez Barrios participaba en el grupo como jefe del control político de la Federal de Seguridad. Este equipo encargado del endurecimiento del sistema político priista funcionó hasta 1976 y se funcionó para impedir cualquier apertura democrática en el régimen, aunque este endurecimiento produjo casi en modo automático la organización de la guerrilla armada en modo cubano.

Si Echeverría fue parte de la mano dura que operó en la política en los gobiernos de López Mateos y Díaz Ordaz, su gestión propia como presidente de la República quiso operar una transición política en modo de apertura democrática durante su sexenio, pero no avanzó más allá de ciertas concesiones a la izquierda, la liberación de presos políticos, la política exterior progresista aliada a Chile, Cuba, China y los No Alineados y la reactivación del nacionalismo antiestadounidense.

Sin embargo, la falta de un proyecto de reorganización de la estructura del sistema/régimen/Estado impidió cualquier avance progresivo hacia la democracia. En descargo, se ha ido aclarando que Tlatelolco no fue una orden de represión, el halconazo dejó la violencia en manos de los halcones y solo aprovechó y alentó desde el gobierno las contradicciones existentes al interior de la cooperativa Excelsior para propiciar la decisión de Julio Scherer de abandonar la dirección del periódico.

Echeverría quedó atrapado entre dos reinos: el autoritario de un régimen priista que se negó a distensionar la vida política nacional y el transicionista que cambió el rumbo político del país al optar por José López Portillo como su sucesor y romper la continuidad del régimen autoritario que ya se preparaba con Mario Moya Palencia. López Portillo comenzó la apertura reformista del régimen con la reforma política de 1978, pero la transición quedó ahogada en un PRI que se negó a cambiar y que perdió el poder en el 2000.

En este escenario histórico, Echeverría fue el último monarca del régimen autoritario del PRI, pero no se atrevió o no quiso o no supo construir un proceso de transición formal a la democracia y se quedó estancado en modos de hacer política personal sin impactos institucionales. Los últimos coletazos de la represión revelaron las estructuras autoritarias del régimen priista y limitaron el alcance de algunas de sus decisiones de perfil progresista.

Los reclamos a Echeverría desde 1976 y sobre todo desde el 2000 con el cambio de partido en la presidencia se centraron en Tlatelolco y representaron cargas emocionales que no han permitido un análisis coherente de los sucesos del 22 de julio al 2 de octubre de 1968. La personalización de la represión en Echeverría ha permitido la sobrevivencia de la estructura autoritaria del viejo régimen priista en figuras como el Porfirio Muñoz Ledo que exaltó al Díaz Ordaz del 68 y la existencia de un echeverrismo como el último aliento del nacionalismo revolucionario.

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