¿Qué queda del PRI?

Jesús Silva-Herzog Márquez

El presidente del PRI es el representante perfecto de ese partido. Un hombre sin futuro para un partido sin futuro. Ambos parecen tener los días contados o, más bien, estar viviendo horas extra. Al escuchar las grabaciones que se hicieron públicas esta semana no se oye, en realidad, la intimidación del poder, sino el alarde del impotente. La fanfarronería de un cínico insignificante. El campechano da lecciones de priismo profundo como si fueran perlas de sabiduría. Como en una mala novela, el político sentencia: a los periodistas no hay que matarlos a balazos: hay que matarlos de hambre. Lo que oímos esta semana de voz del presidente del PRI debería ser suficiente para poner fin a su carrera política, pero en un país en el que puede escucharse a un fiscal usar una institución de Estado como despacho de sus venganzas, podemos imaginarnos que Moreno podría aferrarse a su posición, a pesar del escándalo de sus expresiones. No creo que haya cola para subirse a un tren que ya no tiene mucho camino por recorrer.

En todo caso, lo relevante no es el destino de Moreno sino la extinción de uno de los partidos históricos de México. Lo vemos en muchas partes del mundo: los partidos son mortales. Aquellas organizaciones que eran una estable referencia electoral son borradas del mapa. ¿Qué queda hoy, por ejemplo, del Partido Socialista francés, esa organización que era la referencia de la oposición si no ocupaba el gobierno? Cuando los votos se van y la identidad se pierde los partidos mueren. Ese doble golpe es el que pone al PRI en condición agónica: el repudio de los votantes y la pérdida de sentido.

El PRI fue la gran criatura política del siglo XX mexicano. La salida a una crisis histórica que se convirtió en la institución indispensable durante décadas. Un partido que, a la distancia, destaca por su capacidad adaptativa. Fue un partido hegemónico porque controlaba todos los espacios de la representación, subordinaba los arbitrajes, anulaba la competencia, dirigía la opinión. Era, ante todo, un organismo mutante que se acomodaba a los cambios de dentro y de fuera. Corruptor, más que represivo, no fue nunca una estructura rígida o dogmática. De ahí viene, seguramente su longevidad. Sobrevivió el 68, las crisis del 76 y la del 82, la irrupción del neocardenismo, las muchas adversidades del 94, la derrota del 2000 y la del 2006. Muchos imaginaban que sería incapaz de sobrevivir sin el respaldo de la Presidencia.

De ahí venía la línea de la disciplina y la fuente de sus recursos. Se pensaba que moriría en el momento en que soltara la silla. Pero el animal se adaptó al nuevo ecosistema. Encontró un nuevo aire en la oposición y un aliento en la torpeza de las presidencias panistas. Mantuvo amplios territorios y regresó a su prehistoria, es decir, al caciquismo anterior a la era de la centralización. Se fueron reproduciendo así satrapías locales que representa hoy ejemplarmente el dirigente nacional del PRI. Tal vez por eso, por haberse entregado a sus caciques, el PRI no tiene horizonte nacional. Tras su derrota en el 2000, el PRI usó con habilidad su poder en el Congreso y logró recuperar la Presidencia en el 2012. Lo que parece su golpe mortal es la victoria de un partido que es, en buena medida su hijo, su cuarta transformación. Un partido que tiene como ambición reconstruir la hegemonía del viejo PRI.

Todo indica que esta semana recibirá golpes devastadores. Ningún escenario anticipa que el PRI pueda mantener sus posiciones. La política local, ese espacio que fue su gran refugio, o tal vez, su guarida, desaparece inexorablemente para el PRI. Si algo anticipan las encuestas es que, en las elecciones del próximo domingo, perderá un número importante de gubernaturas y se quedará apenas con un par de posiciones que, seguramente, perderá el año que viene. ¿Qué tiene por delante un partido que pierde asiento territorial, que viaja a remolque en una alianza que no termina de configurarse, que carece de cuadros mínimamente decorosos? Un partido que no es capaz de levantar la voz para confrontar al poder presidencial, que no tiene autoridad para defender su legado.

El futuro del PRI, más que oscuro, parece breve.

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