Periodismo y drogas

Braulio Peralta

Era de los mejores en el periodismo cultural de entre varias generaciones. No lo digo yo: lo dice la lectura de dos de sus únicos libros: La muela del juicio y La ingobernable. En entrevista podía sacar lo mejor y peor de un artista. En el caso de su segundo libro es imposible abordar a Elena Garro si no leemos esa obra, llena de acertijos y secretos guardados en la literatura. ¡Pero dejó el periodismo cultural! Era todo menos del montón. El jueves nos enteramos que lo asesinaron en su tierra natal, Culiacán, donde ejercía el oficio de columnista político. Las páginas de cultura donde trabajó se sienten enlutadas y hoy es uno más de los crímenes contra periodistas. ¿Sabremos alguna vez la verdad? Exijamos que sí.

Llegó de Sinaloa y triunfó desde el principio en la Ciudad de México. Podía hacer lo que le pidieran con su pluma. No necesitó de recomendaciones aunque lo cobijaron Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, por sus capacidades. Elena nunca lo abandonó, pero Monsi sí, cuando nos dijo: “él ya no tiene remedio”. Consumía drogas. (Que nadie lea aquí moral y buenas costumbres. Que comprenda la necesidad de biografiar una historia con aciertos y errores). Luis Enrique Ramírez perdió su fuerza de voluntad. Y si no se hubiera convertido en consumidor hoy sería destacadísimo. Dedicarse al mundo de la política no le dio realce. No fue, ni Manuel Buendía ni Javier Valdez, acribillados por el narcotráfico después de una vida fecunda en el periodismo político. Hay que investigar para conocer la verdad de esa noche que unos matones le golpearon el cráneo, le dieron un balazo en la pierna y lo tiraron en un camino de terracería.

Extrañaré a Luis Enrique por su sarcasmo y un humor listo para la risa. Porque en medio de un carácter difícil era dúctil a la hora de trabajar con amor sus textos. Era más fácil laborar con él que con los mediocres que se sentían clásicos sin obra. Será difícil que aparezca un reportero como él ahora que el periodismo está en franca caída, con salarios bajos, escaso trabajo y un público lector que no paga lo que cuesta partirse la madre.

Luis Enrique era gay: ¿se imaginan cómo lo trataron los asesinos, de saber su historia personal?

Es un deber hablar con verdad.

Con información en Milenio

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