Amlo y Rocha con Quirino

José Luis López Duarte

La visita del fin de semana del presidente López Obrador a Sinaloa, sin duda se inscribe en el contexto de la conciliación política y la transición de gobierno que ya vive Sinaloa, particularmente en donde Rubén Rocha, gobernador electo, adquiere la dimensión y fuerza política que implica asumir el mando del gobierno de Sinaloa y empezar sin conflictos con nadie y el apoyo de todos.

Es claro que nadie se va con el viaje a supervisar carreteras en proceso, y que el quid de la visita presidencial se trató de una visita eminentemente política, que colocó desde ahora a Rubén Rocha en el centro del poder político sinaloense.

Todos sabemos que el gobernador electo tiene cinco décadas siendo una figura política, y que previo al clímax de su carrera, alcanzar la gubernatura de Sinaloa, en los dos años previos fue un personaje menospreciado y, en el mejor de los casos, visto con indiferencia por el poder estatal que encabezó Quirino Ordaz, tanto que después de que llegó a senador se le desdeñó en anteriores visitas del presidente, sin brindarle el reconocimiento y el lugar político que se merecía.

Para nadie era un secreto esta ausencia de empatía, y se hizo todo lo posible para evitar, primero, que fuera candidato de MORENA, que no se aliara con el PAS y Héctor Cuén, y por último una campaña electoral aderezada de todo para evitar que se alzara con el triunfo y se convirtiera en el gobernador electo.

Hoy, seguramente, se han puesto las cartas sobre la mesa y probablemente se ha pactado un nuevo periodo, empezando con la transición, luego la composición del gobierno y, por último, el trato entre el que se va y el que llega.

Al final, las cartas mayores las ha ganado Rubén Rocha: Tiene legitimidad de más del 50% de los votantes, consolidó su prestigio de líder social y demócrata, y quizá lo más sobresaliente, ha ganado los votos de confianza del presidente, que le habían reducido las voces de la intriga y los malabares para desacreditarlo, hoy todo quedó atrás y emerge como el gran ganador político que le da ahora nueva fuerza en las cúpulas del poder nacional, entre los grupos de poder de Sinaloa que le fueron reacios y las posibilidades mayores de lanzar el programa de gobierno más ambicioso después de Francisco Labastida Ochoa.

Todo esto es un paso, o mejor dicho un salto, en la gobernabilidad de su ejercicio, por lo que solo restará transmitir a todos sus aliados y compañeros que la visión de estado es primordial y que esta se desarrolla con todos, aunque haya muchas diferencias. Así se hace un buen gobierno.

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