Contra el festejo criminal, el manotazo constitucional

Felipe Guerrero Bojórquez.

Si el semáforo epidemiológico está en color naranja y en este nivel peligroso se indica restricción en espacios públicos y no a las aglomeraciones; si en Sinaloa hay muertes por Covid, cientos de personas oficialmente infectadas y el contagio ya llegó a niños de secundaria que no han sido vacunados; ¿Por qué tanto empecinamiento en que haya carnaval solo en Mazatlán?

¿Por qué tanta indecisión del gobierno estatal ante un tema que evidentemente ni siquiera debe estar a debate? A estas alturas el argumento de combinar la economía con la salud se vuelve pueril y criminal.

¿Cancelar una pachanga masiva daña la economía de quién? ¿De unos cuantos o del pueblo? Decir no a la pachanga es decir no a más muertes y a más contagios; decir no es salvaguardar la economía de miles de personas que gastan en medicamentos y decir no es aplicar la ley contra la autoridad abusiva, que a estas alturas ha gastado millones de pesos del pueblo en organizar este absurdo.

¿Quién gana y quién pierde con el carnaval? Es muy sencillo: Pierde la sociedad en beneficio económico de unos cuantos. La lógica de quienes avalan e impulsan el carnaval es sacrificar la salud de la gente y ponderar la economía de pocos.

Hay una declaración del Secretario de Turismo federal, Miguel Torruco, candidata al galardón mundial del despropósito: Que el carnaval se puede hacer con sana distancia. Mueve a risa porque la aglomeración y el tumulto disoluto son el alma de esta fiesta; son la antítesis de la sana distancia y de la salud, peor aun en tiempos del Covid aunque, incluso, estuviésemos en semáforo verde o en plena normalidad. La fiesta de la carne hoy tiene tufo a fiesta de la muerte.

Desde antes de la pandemia las autoridades de salud repartían miles de preservativos para evitar embarazos y casos de Sida durante la farra masiva. Hoy el problema de salud es más delicado y exponencial. Lo más lógico entonces es que para evitar contagios se repartieran mascarillas y se separara a la gente como en los estadios y en un carnaval esto jamás ocurriría. En una palabra, este tipo de fiesta es radicalmente contraria a la lucha contra el Covid porque no contribuye a evitarlo sino a multiplicarlo, todo ello a favor de unos cuantos bolsillos.

En medio del dolor de cientos de familia, resulta criminal que el debate sea si se hace una fiesta masiva o no, cuando la preocupación central debe ser qué hacemos todos para enfrentar a un enemigo del aquí y el ahora y cuando la obligación constitucional de la autoridad es evitar al máximo cualquier riesgo.

Aquí, hoy, en el ahora de la muerte es luchar por la vida; es solidarizarnos todos, es hacer a un lado, sin vacilaciones, aquello que incremente el riesgo. Ya habrá tiempos mejores para la fiesta masiva y para la alegría colectiva.

Seamos responsables. El virus ya llegó a los niños, a la población no vacunada y en ello debemos centrarnos y hacer las consideraciones correspondientes. No se trata de alarmismo, sino de actos rigurosos para evitar más contagios sin caer en la paranoia colectiva.

El Ómicron ciertamente se irá, pero el deber de todos es cerrar filas para que se largue pronto y con el menor daño posible, sobre todo con menos muertes. Ya es hora de hacer a un lado el discurso vacilante, tímido, gazmoño y aplicar con manotazo vigoroso la ley. Sinaloa lo ocupa urgentemente.

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