El tercer piso
Cecilia Soto
Para que en el Zócalo capitalino hubieran cabido 600 mil personas en el mitin celebratorio del sábado, según informó la presidenta Claudia Sheinbaum, se hubieran necesitado no dos zócalos, sino tres, cada uno sobre el otro, literalmente un tercer piso. Como ya se ha difundido varias veces por expertos, en el Zócalo y calles adyacentes no caben más de 200 mil personas, con el cálculo de 4 personas por metro cuadrado. Cuando la oposición llena esta plaza y las avenidas que confluyen a ésta, el gobierno calcula “no más de 90 mil personas”. En la pasada manifestación del 15 de noviembre, cuando el Zócalo no terminó de llenarse por los gases lacrímogenos y el peligroso embudo creado para que el acceso a la plancha central fuera difícil y peligroso, según las autoridades capitalinas, sólo acudieron “17 mil personas”.
Es entendible que un movimiento cuyo mito fundacional es una mentira, esté atrapado en la maldición de los mentirosos. Cada mentira genera la necesidad de mentir más. Como dice la canción, ¿por qué mentir?. Porque en las calles y plazas del país se multiplican las protestas, porque las encuestas confiables detectan una caída en popularidad de la Presidenta y la reprueban en el cumplimiento de las principales responsabilidades de un gobierno; porque tuvo que formar un segundo consejo empresarial para conminarlos a invertir, porque del verano para acá quedó evidenciado ante millones de mexicanos y mexicanas, con datos del propio gobierno, que su gobierno miente, roba a manos llenas y traiciona sus principios.
Y porque está el trauma de las elecciones de 2021, donde Morena perdió la mayoría calificada en la Cámara de Diputados, lo que obligó al entonces presidente a encargarse de las elecciones de 2024. Por eso la reaparición del expresidente tiene poco que ver con la presentación de un libro que rebosa mentiras, ignorancia y tonterías a granel y mucho que ver con un anuncio: que nuevamente el exmandatario tomará las riendas de la maquinaria electoral morenista porque hay síntomas inquietantes para las elecciones intermedias de 2027.
El hecho mismo de la celebración del mitin es sintomática. El expresidente López Obrador encontraba pretextos para llenar plazas con informes y celebraciones cada tres meses. La Presidenta apenas dio su primer informe el 1 de octubre, hace dos meses. Había que llenar el Zócalo nuevamente porque la convocatoria de unos chavos primerizos e inexpertos en materia de organización política —la llamada Generación Z— y la del Movimiento del Sombrero, profundamente afectado por el asesinato de su líder, Carlos Manzo, lograron, sin el apoyo de gobernadores y líderes sindicales, sin centenares de camiones, sin publicidad pagada, sin amenazas ni pase obligatorio de lista, sin acarreados, sacar a centenas de miles a las calles de varias ciudades, comenzando con la plaza mayor de la Ciudad de México. ¡Qué susto!
Su discurso repitió el abecé populista, el de negar legitimidad a la oposición e intentar presentarla como la suma de todas las maldades. Y, otra vez, se acercó a la acusación de que quien disiente no merece ser considerado mexicano. “Su dios es el dinero”, acusó citando a Hidalgo, quien usó esa frase contra los españoles. “Por más que lo intenten, no lograrán vencer a su Presidenta”, dijo, cuando lo único que queremos es que lo sea y que ya inicie su quinquenio.
La Presidenta y sus asesores saben que todos los centros de estudios y organismos internacionales que se dedican a medir la democracia clasifican a México como una autocracia. Lo ratifican los principales teóricos de la democracia, las asociaciones de jueces y magistrados, los organismos especializados de la ONU y sus relatores, las editoriales de los principales diarios: México ya no es una democracia funcional. No porque escuchen a la oposición, sino porque los hechos hablan: su gobierno ha continuado la labor de demolición institucional iniciada por su antecesor. Ha destruido la división de poderes al imponer un Poder Judicial sumiso e inexperto y una fiscal aliada milimétricamente a su gobierno; ha militarizado la seguridad pública y abierto las vías para la corrupción de las Fuerzas Armadas mediante obras y contratos que nada tienen que ver con sus funciones; su partido ha pactado con el crimen organizado en numerosas regiones del país para garantizar el triunfo electoral de Morena y para facilitar el robo de recursos de la nación, como ha sucedido en aduanas y puertos, y el ejemplo inocultable del huachicol fiscal. Y la lista sigue.
La popularidad es caprichosa y efímera. El teflón se abolla y desgasta con facilidad cuando la realidad que vive la gente desmiente el paraíso que pinta el gobierno, sin importar qué tanto lo grite en la plaza pública. Es por eso que SomosMx pudo completar las 200 asambleas que exige la ley como uno de los dos requisitos para lograr el registro como partido político. Porque la gente merece más y lo sabe.
