El optimismo y la invulnerabilidad

Rafael Cardona

De sobra es conocida la historia de doña Gabriela Ortega, madre de Joselito, “El rey de los toreros”, cuya maestría lo hacía parecer invulnerable. Orgullosa del talento y el sitio de su hijo en el mundo, ante una pregunta maliciosa sobre si no temía la muerte por cornada de su hijo, respondió agitanada:

“…El toro que mate a mi hijo se tendría que quitar un cuerno y arrojárselo”.

También es de sobra sabida la realidad: a Joselito lo mató un toro en Talavera de la Reina, ahí donde nacieron las porcelanas azules de los otros reyes de España.

Esa conducta se podría llamar la fallida profecía del deseo y a ella son afectos muchos políticos, sobre todo los malos políticos. Y aquí la palabra bueno carece de relación con la bondad. Se trata de eficacia.

Los países subdesarrollados –como México– tienen una manía recurrente como todas. Basan parte de su prestigio y su éxito (a veces imaginarios), en la cantidad de dinero invertido por extranjeros. No es la derecha alemanista cuyo sueño era ver a cada mexicano con un Cadillac (no con un auto diseñado y producido con tecnología nacional); no. También los izquierdistas presumen la captación de inversores y capitales.

En el Plan México se expone una aspiración:

“La Presidenta, Claudia Sheinbaum Pardo presentó el Plan México, una visión del presente y el futuro sobre el desarrollo nacional, que está conformado de 13 metas cuyo objetivo es hacer de nuestra nación el mejor país del mundo disminuyendo la pobreza y la desigualdad y el cual contempla un portafolio de inversiones, nacionales y extranjeras, de 277 mil millones de dólares (mmdd)”.

Una profecía deseosa. Wishfull thinking; le llaman los angloparlantes.

Pero si la inversión extranjera forma parte de la receta económica para “hacer de nuestra nación el mejor país del mundo disminuyendo la pobreza y la desigualdad”, por lógica debemos suponer efectos contrarios a los expresados en tan salvífico plan cuando los extranjeros se marchan con el oro de quienes ya hicieron aquí la América como es el caso de Iberdrola, para más precisión.

Estos tíos la hicieron redonda.

Vinieron al México neoliberal cuando las reglas del juego les permitían invertir en la generación y comercio de la energía eléctrica y cuando el México populista y nacionalista cambió las reglas, le vendieron sus usinas y se marcharon con gentil compás de pies a ganar dinero en otra parte.

“Iberdrola ha anunciado la venta de negocios en México por 4 mil 200 millones de dólares (unos 3 mil 700 millones de euros).”

México desembolsó 84 mil millones de pesos. Chido.

Sin embargo, eso no está mal. Nada mal. En el discurso del deseo optimista o el optimismo deseoso, nuestra bienamada presidenta nos ha explicado lo positivo del asunto:

“…Hablé personalmente con los directivos de Iberdrola, ellos tomaron una decisión de dejar el país sencillamente porque han decidido hacer una inversión muy grande en otros países en Europa particularmente.

“Ganaron un concurso y han decidido orientar la mayor parte de sus inversiones a este proceso (…) No fue una decisión relacionada con algún problema que tuvieran con México, sino una decisión empresarial.”

O sea, no eres tú, soy yo.

Pero la venta no se dio ahora. En 2024 se publicó esto:

“ (Forbes).- La multinacional eléctrica española Iberdrola informó que cerró la venta de doce centrales de generación de ciclo combinado y un parque eólico con el gobierno de México (AMLO) por 6 mil 200 millones de dólares, lo que supone la venta del 55 por ciento del negocio en el país…”

Como se ve, las cifras variaron. Seis mil con Andrés López; 4 mil con la doctora Sheinbaum. Y aún queda el 45 restante para la empresa Cox y sus proyectos.

¿Dos mil millones de dólares de variación? No se fije, pelillos a la mar.

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