Sigue la globalización, y la economía en deterioro

Jorge Faljo
La economía real está en una clara senda de deterioro. inútil discutir si se trata ya de recesión, de bajo crecimiento o de atonía, un término casi poético que disimula la mala perspectiva.
Hacienda plantea en su informe sobre el primer trimestre de 2025 que la producción crecerá entre 1.5 y 2.3 en el año. Sin embargo, los datos del primer trimestre podrían hacer pensar algo menos positivo. Datos anualizados del primer trimestre indican que la economía creció 0.8 por ciento; en sentido contrario la actividad industrial bajó 0.7 por ciento, el consumo decreció 1.6 por ciento real y la inversión cayó 7.4 por ciento. Es decir que hubo un crecimiento bajo de la economía pero el resto de los indicadores más relevantes señalan descensos.
Los datos de Hacienda son la perspectiva optimista. Otros como Banco de México estiman un crecimiento de alrededor del 0.1 por ciento anual; el Fondo Monetario Internacional advierte un decrecimiento del 0.3 por ciento y la peor predicción es de la OCDE que calcula una reducción de 1.3 por ciento.
El pasado viernes El Financiero reportaba reducciones en el número de trabajadores registrados en el IMSS por 47.4 mil en abril y otros 45.5 en mayo; las mayores caídas para estos meses desde la pandemia del 2020. Reducciones de empleo que ocurren después de que en 2024 se generaron apenas poco más de 23 mil empleos registrados en el IMSS.
Lo cual concuerda con el exiguo 0.3 por ciento de crecimiento de la manufactura en 2024 solo que con un comportamiento muy disparejo: la manufactura de transportes, equipos eléctricos, industrias metálicas y otras manufacturas con alto contenido exportador tuvieron un buen crecimiento. En contraste, la producción para el consumo interno se fue a pique. Lo malo es que un buen crecimiento del sector globalizado, de mayor nivel tecnológico, tiende a generar poco empleo; en cambio una caída de la producción convencional se traduce en altas reducciones de puestos de trabajo.
Los datos reflejan el conocido doble sendero de la evolución económica nacional; un sector globalizado relativamente exitoso pero esencialmente desvinculado del resto de la economía y un sector de producción convencional orientado al mercado interno que apenas sobrevive.
En este contexto de economía dual, la orden ejecutiva de Donald Trump del 3 de junio en la que eleva los aranceles para el acero y el aluminio del 25 al 50 por ciento le pega a México justo en el sector globalizado de la economía. Un sector que con esfuerzo, atracción de inversión externa y alta explotación de la mano de obra consigue ser competitivo únicamente en Estados Unidos.
Llama la atención que la Cámara Nacional de la Industria del Acero considere que la medida solo afecta a los socios regionales de Estados Unidos, es decir México y Canadá. Considera que China y otros países de Asia aumentarán sus subsidios y depreciarán sus monedas para contrarrestar los aranceles. Medidas interesantes que son posibles cuando se cuenta con gobiernos fuertes, no austeros, con una política de paridad cambiaria competitiva.

Aquí en cambio, ante una economía real en deterioro, la economía financiera repunta su riqueza. La bolsa de valores presentó máximos históricos en mayo y el peso sigue en su imparable revaloración. La explicación se encuentra en que la economía de Estados Unidos también tiene una mala perspectiva; el comportamiento incomprensible de Trump ahuyenta la inversión y algunos capitales salen debilitando al dólar. Parte de ellos entra a México revaluando al peso en reflejo de las decisiones de los inversionistas especulativos y en contra de lo que más conviene a los productores en el país.
El abaratamiento del dólar reduce la rentabilidad en pesos de los exportadores justo cuando la economía norteamericana amenaza con un periodo de bajo crecimiento que se traduce en menores exportaciones mexicanas. El problema es mayor para la economía convencional orientada al mercado interno; enfrenta el doble problema de deterioro de la demanda por falta de dinero y el abaratamiento de las importaciones que hace que la población adquiera productos extranjeros para incrementar su poder adquisitivo.
Pero lo peor es que se está creando una burbuja de capitales especulativos y más adelante podría revertirse el flujo de capitales especulativos y encarecer al dólar de manera abrupta. Son capitales que dañan al entrar y dañan más al salir. Habría que ir pensando en controles a estos flujos de capital no productivo.
Un día después del anuncio de los nuevos aranceles al acero y al aluminio la presidenta Sheinbaum se reunió con empresarios del acero y aluminio para evaluar el impacto, y en el encuentro participaron los secretarios de Economía, Marcelo Ebrard y de Hacienda, Edgar Amador; también asistió el presidente del Consejo Coordinador Empresarial.
Sheinbaum consideró que el incremento a los aranceles es injusto y sin sustento legal e informó que Ebrard sostendrá una reunión con las autoridades comerciales de Estados Unidos en los próximos días para pedir la exclusión de México del pago de esos aranceles. Si no hay acuerdo anunciará otras medidas, porque su responsabilidad es proteger el empleo, a las y los trabajadores mexicanos y, segundo, a la industria del acero.
Se trata de una muy elogiable reacción, pero esta solo va en defensa del sector globalizado. Algo que no ocurre ante las persistentes señales de pérdidas de empleos, subutilización de la planta productiva y cierre de empresas en sectores como la agricultura y las manufacturas textiles, de vestimenta, calzado, madera y muebles, entre otros.
Conviene reevaluar la atención diferenciada ante el sector globalizado y la producción orientada al mercado interno, que es la que genera más empleos y está más cercana al bienestar de la población.
Sin embargo, si se sigue la inercia de los últimos años estamos ante el riesgo de caer en la peor de las tentaciones; la de continuar favoreciendo el consumo popular basado en importaciones abaratadas. Es una estrategia que mitiga las presiones inflacionarias y favorece el consumo popular en lo inmediato. No obstante tiene un costo terrible: deteriora el aparato productivo; reduce puestos de trabajo; induce la subutilización de capacidades existentes; y baja la rentabilidad, el ahorro y la inversión de las empresas. En el sexenio pasado produjo beneficios inmediatos y dejó el pago de los costos al futuro. Esto no se debe repetir porque socaba la gobernabilidad futura de la presente administración.