Indignación

José Narro Lobo

A quienes no olvidan y siguen buscando verdad y justicia por sus desaparecidos

Durante poco menos de seis años tuve el privilegio de participar directamente en la defensa de los derechos humanos desde el órgano público con en 1990 fundó Jorge Carpizo como respuesta del Estado Mexicano a la demanda social que durante décadas se acumuló hasta devenir en la creación de una institución nacional. Entre mis tareas estaba la de vincular al organismo con organizaciones de la sociedad civil que, de una u otra forma, eran víctimas de violaciones a sus derechos humanos. De todas ellas, las que siempre dolían más eran las que defendían los derechos de personas desaparecidas y sus familiares y, dentro de estas, los colectivos conformados por madres, hijas, abuelas, hermanas o esposas buscadoras.

Entonces buscaban, como lo siguen haciendo ahora, la risa de los suyos, sus cuerpos, algo de sus huesos o cuando menos una pulsera, una gorra o unos zapatos que les permitieran zanjar la incertidumbre de una herida cuyo dolor jamás pasaría. Además, y quizá por encima de todo, buscaban verdad y respuestas sobre lo que había sucedido y esperaban, tal vez más por inercia que por expectativa real en un país como México, justicia. Todo lo anterior les hacía sentir que era posible, desde siempre y hasta ahora, devolver a sus seres amados de la indiferencia y el olvido – no de ellas, pero sí de los demás – para traerlos a la certeza de la muerte y la posibilidad del recuerdo. La lucha de todas ellas, ayer y hoy, siempre, ha sido por la dignidad.

En alguna ocasión, como parte de las mesas de diálogo en las que distintas instancias gubernamentales, organismos públicos de derechos humanos, la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y organizaciones defensoras de los derechos humanos nos reunimos en Casa Xitla para atender las peticiones de las víctimas de los hechos violentos sucedidos en junio de ese mismo año en Nochixtlán, Oaxaca, cuando distintas fuerzas del Estado Mexicano reprimieron a cientos de pobladores de esa localidad y asesinaron a 8 personas.

En una de las pausas que en este tipo de encuentros solíamos darnos para tomar un respiro, estirar las piernas o ir al baño, un grupo de familiares de personas desaparecidas que no tenían que ver con este caso, pero que se encontraban en el lugar, se acercaron a hacer una serie de planteamientos. Algunos colegas y yo les atendimos y, al terminar, un colaborador que solía acompañarme a estas reuniones, pero que no participaba de las mismas, se mostraba pálido, sin habla y con la cara inundada en lágrimas. Cuando recuperó el sentido de sí mismo y pudo procesar lo sucedido, le pregunté qué había pasado. Con indignación y dolor me cuestionó si no había escuchado lo que aquellas personas habían planteado sobre sus familiares y lo que esto significaba. Entonces entendí. Lo frecuente y mecánico que se me había hecho la atención de este tipo de asuntos me había alejado del sufrimiento que significa la desaparición y me había sumido en la cotidianeidad de la podredumbre humana. Me había dejado de indignar. Fue como un choque eléctrico en la espina dorsal que me devolvió a la realidad y a la posibilidad de sentir de nuevo rabia, dolor y coraje.

De acuerdo con la Real Academia Española, la palabra indignación significa “enojo, ira o enfado vehemente contra una persona o contra sus actos”. En su origen, este “enojo, ira o enfado vehemente” estaba relacionado con aquello que se consideraba ‘indignus’ por carecer del atributo de dignidad y por ser, más bien, “infame, despreciable, deleznable, detestable, abyecto, ruin, rastrero, vil, indecoroso, deshonroso, vergonzoso”.

Hoy, cuando una imagen muestra cientos de zapatos como restos de personas desaparecidas a través de la incineración sistemática, mi indignación – de la que desde aquel choque eléctrico en la espina dorsal no me he vuelto a separar – aflora y con ella la rabia, el dolor y el coraje. Lo que sucedió en aquel campo de exterminio en Teuchitlán, Jalisco, es infame, despreciable, deleznable, detestable, abyecto, ruin, rastrero, vil, indecoroso, deshonroso y vergonzoso. Es indigno y tendría que indignarnos, así como las decenas de miles de personas desaparecidas cuyo destino y paradero incierto no deja dormir a los suyos y que siguen agolpándose frente a una sociedad que parece indiferente frente a la normalización de la tragedia.

Profesor y titular de la DGACO, UNAM

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