La deshumanización

Luis Octavio Vado Grajales

Aficionado que soy a los libros de viejo, compré y leí “Los cipreses creen en Dios”, novela de José María Gironella, motivado por una antigua entrevista que este autor le dio a Joaquín Soler Serrano (maravillosas entrevistas que este periodista realizaba para la TVE y que se pueden ver en YouTube)

Ya el volumen que conseguí tenía algo de historia. Impreso en 1963, en ese mismo año alguien lo regaló con amor y cariño en Ginebra, de alguna manera llegó a México y en sus páginas se quedaron un par de calendarios del desaparecido banco Comermex del año 1985. De alguna forma, llegó a mis manos en este 2024.

¿Es un libro relevante? Baste decir que se trata de la novela española más leída en su país en el siglo XX.

¿De qué va? Nos presenta los años inmediatamente previos a la Guerra Civil, no desde los salones de la aristocracia ni en los conciliábulos de los despachos gubernamentales, sino a través de la vida diaria de una familia vasco-madrileña, asentada en Cataluña. Ya el origen de los personajes y el lugar donde transcurre la acción nos va diciendo algo.

¿Qué nos cuenta? Como la vida social se va agriando paso a paso, a través de pequeñas mezquindades de personas comunes, o de grandes actos de quienes lo pueden mucho, por el dinero o la influencia social. Así, llega un momento donde el estallido social se vuelve inevitable, como inevitable también la toma de posición, más allá de si se entiende o no a cabalidad la postura política que se abrasa y que abraza.

¿Y eso qué?, pensará usted. Bastantes series hay en las plataformas como para ponerse a buscar libros viejos en una pila, o para andar descubriendo autores poco conocidos en este lado del charco. Mejor, en todo caso, alguna nueva novela de las estrellas emergentes de la literatura nacional.

Y sí, soy un lector amateur. No tengo una formación literaria como tal, lo más que tomé fue un taller de creación, que solo duró la clase introductoria donde se presentó el profesor y no regresó. Soy, como recomendaba Borges (otro que no tomó clases de literatura, aunque por un extraño giro del destino terminó siendo profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires) un lector meramente hedónico, más ahora que la vista falla y que me obliga a escoger con cuidado en qué me voy a gastar la que me queda.

Pero devoré con gusto las más de setecientas páginas del libro de Gironella. Y lo hice porque, como en toda gran obra artística, hay en “Los cipreses creen en Dios” una verdad profundamente humana, que estremece al descubrirla.

A veces esta verdad es de amor, filial o erótico. En otras, una emoción patria o la develación de la divinidad que hay en toda humilde existencia humana.

En este caso, la verdad que Gironella nos muestra es sobrecogedora: los seres humanos somos capaces de matarnos unos a otros cuando nos dejamos de ver como tales. Cuando en el otro vemos no a una persona, sino meramente a un enemigo. No a un ser con historia, con vivencias, con pasiones, sino un número escrito a lápiz que podemos borrar con nuestra goma.

Privar de la humanidad al otro es el paso previo y necesario para su eliminación. Y eso lo pinta Gironella con aterradora naturalidad, a partir del odio y la incomprensión; para mayor fuerza, nos muestra cómo esto pasa por ser, en apariencia, justificado. Una cadena de agravios sin fin que justifica, en última instancia, la eliminación.

O, para otros, el asalto al cielo desde la tierra, el gran ideal que justifica las medidas draconianas. Los humanos, desde la torre de Babel, hemos tratado de llegar al paraíso sin lograrlo, abriendo en cada ocasión nuevos infiernos.

Gran libro, sin duda, con un duro y permanente mensaje que va más allá del suceso histórico que llevó la pluma a la mano de Gironella; late en esta novela una verdad intemporal que, curiosamente, nos recuerda al Kant que creía que los seres humanos no podíamos ser meros medios para lograr objetivos.

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