Nuestra universidad
Rolando Cordera Campos
Primero lo primero: la UNAM, por lo que es y ha sido, no tiene por qué deslindarse de la obra o dichos de sus profesores e investigadores. Los respeta y apoya, facilita sus comunicaciones y publicaciones, pero siempre aclara que los trabajos y sus frutos son de ellos. De su responsabilidad. La autoría se respeta, el plagio se denuncia.
Esta práctica de respeto y apoyo no impide que la institución decida aclarar confusiones, algunas de ellas mal intencionadas, como ha sido el caso a trabajos recientes de destacados estudiosos y conocedores del derecho a quienes el presidente López Obrador quiso descalificar con infundios e invectivas. Esas investigaciones y otras parecidas pueden o no inspirarse en acontecimientos y coyunturas políticas y retóricas, pero ello no les resta valor ni pertinencia.
Esta y otras prácticas similares forman parte de la esencia de nuestra UNAM y de toda universidad digna de tal nombre. No respetarla lleva indefectiblemente a no reconocer y afectar la libertad de cátedra e investigación que define, orienta y confirma nuestra autonomía y pretensión de ser libres y creativos… en la medida de las posibilidades de cada uno.
Hablamos de verdades sabidas y consagradas, en nuestra casa y en prácticamente todas las universidades de México y el mundo. Tener que aclararlo de nuevo se explica por los recientes juicios arbitrarios y sin sustento del Presidente sobre un trabajo colectivo de unos investigadores del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) y otros estudiosos invitados por ellos.
La ignorancia y mala fe del Presidente sobre la UNAM no tiene precedente. Debería disculparse con los investigadores agredidos, con el instituto y con la UNAM, pero eso es pedir demasiado. Lo que sí debe hacerse es reafirmar el apoyo ciudadano a la universidad y concitar a los universitarios a tomar conciencia de la difícil circunstancia que su y nuestra institución encara. Tal es el servicio involuntario que el presidente López Obrador le ha ofrecido a los universitarios.
La universidad ha resentido la absurda política de supuesta austeridad que, como suele ocurrir con este tipo de ocurrencias, recae sobre los más débiles y vulnerables. Entre ellos, aunque no pocos se sorprendan a la vista de sus presupuestos, están las universidades públicas del país. Como lo ha tenido que experimentar todo el conjunto de empeños y proyectos vinculados con la investigación científica, la innovación y el desarrollo tecnológico.
La carencia ha dañado a muchos jóvenes por la miope política de becas adoptada, con el agravante de que, en su mayoría, los recién graduados simplemente no pueden asistir a las universidades más desarrolladas del mundo no para imitar “extra lógicamente”, como le gustaba decir a don Alfonso Reyes, sino para que nuestros jóvenes destacados tomen contacto cercano con las mejores prácticas de aprendizaje e investigación, que suelen alojarse en esas universidades.
El aprendizaje no admite falsas adhesiones, mucho menos ocurrencias, y suele verse acosado por la mistificación de los procesos de enseñanza y aprendizaje, de por sí siempre difíciles. Estos son los contextos desde los que se abre paso el descubrimiento primero de los grandes continentes de investigación y reflexión.
Aquí no puede haber falsos chovinismos y establecer majaderas distinciones por institución de origen o adscripción. Mucho menos generalizaciones discriminatorias y descalificaciones arbitrarias de quienes se atreven no sólo a difundir sus conocimientos sino a criticar tesis e hipótesis de otros, así como propuestas de los gobiernos y sus gobernantes.
La libertad de cátedra e investigación es nuestra divisa mayor, insoslayable y siempre protegida y respetada. Así se hace y construye civilización y respeto de unos para todos. Y las universidades son y tienen que ser pilares de estas prácticas y estos compromisos. Hay que defenderlas y cuidarlas. Nuestra universidad no es institución enclaustrada, ajena al acontecer nacional, ni voz única. Valoremos nuestra pluralidad académica, política e ideológica, valores esenciales de las comunidades universitarias.