Sheinbaum: El miedo ya no espanta

Álvaro Delgado Gómez

Los mexicanos no titubearon para darle a Claudia Sheinbaum una contundente victoria y ella tampoco debe titubear para hacer las reformas que abiertamente ofreció, que para eso también le dieron a la coalición que encabeza Morena una amplísima mayoría en el Congreso.

No: Desde ahora no debe haber zigzagueos ni vacilaciones ante las reformas que urgen, menos gatopardismo. Los mexicanos demostraron en esta elección también que las campañas sucias y de miedo ya no espantan.

Por eso Claudia Sheinbaum obtuvo casi 36 millones de votos (35 millones 924 mil 519 exactos) y casi 60 por ciento de los electores (59.7594 exactos). Tamaño triunfo se lo dieron los mexicanos para cumplir con la agenda de continuidad con cambio que ofreció a un país que había sido engañado siempre y que con Andrés Manuel López Obrador vio que se cumple lo que se ofrece, aun si no es todo.

El contundente mandato popular a la exjefa de gobierno de la capital del país, transversal a todos los estratos sociales —incluidos empresarios, financieros y comerciantes que han entendido que, por el bien de todos, primero los pobres—, le confiere también la confianza para conducir el país con sabiduría, templanza, magnanimidad y mucho oficio político.

Esta enorme responsabilidad de procesar los cambios ofrecidos concierne también a los legisladores, que deben contener sus ansias y protagonismos que pueden convertirse en sabotajes involuntarios o deliberados. El diputado Ignacio Mier se fue por la libre y generó una innecesaria turbulencia.

Por supuesto: Es normal y lógico que surjan resistencias de quienes no quieren que nada cambie, en particular las élites oligárquicas de dentro y de fuera de México, pero es deber de quien ejerce el poder persuadir de que la agenda de cambios es benéfica para todos, incluidos ellos, a partir de una deliberación amplia e incluyente.

Aunque el PAN y el PRI ya son totalmente obsoletos y sobre todo irrelevantes en su poder constitucional en el Congreso, no debe olvidarse que 16 millones de mexicanos apoyaron a Xóchitl Gálvez y otros seis millones de Jorge Álvarez Máynez. Son 32 millones de compatriotas que deben ser escuchados, respetados e incluidos.

En México desde hace mucho no existen las unanimidades, menos las artificiales, se ha consolidado el pluralismo y es la sociedad, con su voto, la que configura mayorías, que en la siguiente  elección puede quitarlas. Por eso es importante cumplir lo que se ofreció.

El resultado del domingo 2 de junio es un mandato civilizatorio: Obtenido con las reglas e instituciones creadas por los partidos que dejaron de ser mayoría desde hace seis años, ahora una nueva mayoría —más grande que la de hace un sexenio— debe hacer las reformas que consoliden un auténtico régimen democrático.

Obtener la mayoría por la voluntad popular jamás será autoritario, sino un poder constitucional legítimo que debe usarse para propósitos igualmente limpios, jamás despóticos ni arbitrarios. En lo único que se debe ser intolerante es ante la corrupción y la impunidad.

La reforma al Poder Judicial, que genera tanta preocupación en el mundo del dinero, debe garantizar que la justicia sea para todos, no sólo para los que puedan comprarla, como ocurre hoy. La reforma es para que sea verdaderamente un poder autónomo, no sometido al Ejecutivo ni a los poderes fácticos, de dentro y de fuera del país. Y sí: La soberanía nacional importa.

Con esa reforma y otras no se engañó a nadie: Se planteó abierta y claramente. Algo totalmente distinto a lo que hicieron Felipe Calderón con la guerra que jamás planteó en su campaña y Enrique Peña Nieto con la privatización del petróleo que nunca mencionó. Del traidor Vicente Fox, ni hablar.

El mandato que los mexicanos le han dado a Claudia Sheinbaum y a la coalición Juntos haremos historia es para que hagan los cambios necesarios para cumplir los objetivos de incorporar al desarrollo a millones de mexicanos excluidos y erradicar la pobreza, empezando con la extrema.

El tremendo mandato popular a Sheinbaum y a Morena es impulsar como nunca la educación y la salud, ser implacables con el crimen —el común y el de cuello blanco—, eficientar la función pública, cuidar el medio ambiente, auspiciar la actividad productiva en todos los sectores, con todos los instrumentos que, como pocas veces, alguien había tenido.

No hay opción: El reto inmenso de la primera mujer presidenta de la República, y de los gobernadores y legisladores, es hacer de México el país del que nos sintamos más orgullosos que ahora. Todavía más, por supuesto.

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