El mito de la ingenuidad maderista

Luis Octavio Vado Grajales

“Febrero de Caín y de metralla”, escribió Alfonso Reyes, recordando los sucesos de febrero de 1913, y la desgraciada participación que tuvo su padre en esos hechos. Pero la imagen es adecuada, caínes mexicanos mataron a sus hermanos en las calles de la Ciudad de México.

Durante un buen tiempo, la historia oficial y semioficial presentaron a Francisco I. Madero de una forma aparentemente paradójica, aunque profundamente perversa. Madero era, por un lado, el “Apóstol de la Democracia”, que en una gesta histórica había tratado de finiquitar el régimen porfiriano estableciendo un gobierno liberal, democrático y respetuoso de los derechos.

Por otro lado, había sido un hombre ingenuo, creyó que bastaba la bondad de las intenciones para gobernar a un pueblo bronco. El tigre, dijo el Dictador, había sido desatado, y el político norteño había tratado de domarlo con las caricias de la buena voluntad.

De esta forma, se presentaba a Madero como un político poco práctico, desconocedor tanto del arte de gobernar como de la verdadera naturaleza del pueblo al que había conducido en la revuelta. Sus buenas intenciones, que nunca se cuestionaron, no eran suficientes; la paciencia y apertura que mostró con los políticos porfiristas fueron prueba de su inexperiencia así como de su ingenuidad.

Pero esta visión se sustenta en una visión negativa del pueblo mexicano, al presentarlo como bronco, ingobernable y, en el fondo, poco dado a la democracia. Además de mostrarlo, al menos en parte, parricida.

Detrás de la visión que aquí he dibujado, creo adivinar la intención de convencer que la democracia no es propia para gobernarnos. Que esta forma de hacer política se basa no en la buena voluntad, sino en la ingenuidad; y que esto es contrario al espíritu nacional.

Así, el fracaso de la alborada maderista no se debió a la traición de un chacal y varios asesinos, que violaron su juramento de obediencia constitucional; sino a la falta de pericia y la “ingenuidad” de alguien, que a la vez, es mostrado como un mártir o un apóstol.

Evidentemente el mensaje era muy claro: la democracia en México es imposible, y quien quiera establecerla, será un ingenuo que acabará mal.

Me resisto a creer en esa versión. Creo que podemos construir una democracia ajustada a nuestra realidad, no como un ideal sino como una realidad.

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