Avasallamiento Institucional

Juan Alfonso Mejía

El libro “Eichmann y la banalidad del mal” de Hannah Arendt es un llamado a la conciencia colectiva de un pueblo. El mayor de los pecados está en renunciar a pensar por uno mismo. Luego de que la Mosad israelí logra capturar al oficial responsable de coordinar la ejecución de la “solución final” de la cuestión judía de la Alemania nazi, ella le propone a la revista New Yorker una serie de artículos sobre el juicio. No había vuelto a Jerusalén desde que logró huir de los campos de concentración. El juicio le pareció un horrendo espectáculo de parte del Estado. Su postura la confrontó con su comunidad, sus amigos y hasta familiares. No podían entender por qué defendía a ese “monstruo”. Monstruoso es caer en el juego del resentimiento sobre el cual se pretende fincar las bases de un Estado, la mentira condiciona el desarrollo de la nación por siempre. Y remata, “¡claro que tengo una postura!, la imparcialidad no significa neutralidad. Exige ENTENDER”. Es más peligroso un oficial mediocre que rehúye a pensar por sí mismo, porque debe seguir “ordenes”, que el mismísimo Hitler.

El caso de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) no es un pleito de familia como se ha venido manejando. Es un asunto de poder, está claro. Pero, en medio de ese enfrentamiento, sobresale el régimen de libertades bajo el cual deseamos vivir las y los sinaloenses. Si “avasallan” a la UAS, ¿qué no podrán hacerle a cualquier empresario, ciudadano de a pie, partido político, asociación civil, etc.? En pocas palabras, son las reglas a propósito de nuestra forma de convivencia lo que está en juego, la certeza del Estado de Derecho. No nos andemos por las ramas. Y al parecer, todavía hay algunos que prefieren no darse cuenta.

Avasallar es someter. Tratar a alguien o algo sin consideración ni respeto. No se toma en cuenta su opinión ni sus derechos. Eso ha sucedido en este conflicto entre las actuales autoridades del Estado y la Universidad, en el que las primeras se extralimitan en sus funciones al grado de vulnerar la autonomía. No es el Rector Jesús Madueña ni es el exrector Cuén, es la Universidad. Si hay abusos que se castiguen, bajo los cauces legales. No violentando la ley. La ley es la ley, aunque no les guste, y no tiene una interpretación de “justicia”. A nadie nos conviene que “alguien o algunos” defiendan para sí el derecho de interpretar lo que es “justo”. Ello siempre acaba mal.

El punto de partida es importante. El marco legal de actuación de las Instituciones de Educación Superior fue modificado en abril de 2021. Acorde con el debido proceso, cada Entidad federativa debe armonizar su legislación vigente con los cambios registrados a nivel nacional.

La Ley General de Educación Superior (LGES) aprobada reconoce el principio de autonomía universitaria que el Orden Legal otorga a las Universidades e Instituciones de Educación Superior en el país, así como su régimen jurídico y de autogobierno, libertad de cátedra, de investigación, estructura administrativa y patrimonio. ¿Bajo qué fundamento la LXIV Legislatura considera que puede sobrepasar ese límite a sus funciones? Lo mismo sucedió en Sonora, en Jalisco y en la UNAM, todos recularon. Por cierto, desde el momento en que se trabajaba en la modificación a la Ley General en el Congreso de la Unión, a los legisladores de MORENA se les olvidó agregar “autonomía universitaria”. Un simple detalle a retener.

En los estados arriba mencionados se reculó muy probablemente por las mismas razones que apela hoy en día el Segundo Tribunal Colegiado en Materia Administrativa del Décimo Segundo Distrito, en la que se declara infundada la queja presentada por el Congreso del Estado de Sinaloa. Por el momento, la armonización a la Ley General de Educación Superior al estilo “4T” de Sinaloa “no aplica”. No es el final del proceso, pero es la ley. Nadie puede valerse de su simple interpretación, ¡menos los legisladores!

Más allá de la extralimitación de la parte legislativa, se presenta el asunto politización de la justicia. No deja de llamar la atención que se amedrenta a los líderes políticos y universitarios, con los que hace poco se había firmado una alianza electoral y hasta miembros del gabinete fueron. En ese entonces, ¿se desconocían “todas las irregularidades”? Atención, tomando en cuenta que todos somos inocentes hasta demostrar lo contrario.

Es grave cuando alguien es acusado y no sabe ni las razones de ello. Hasta el 21 de julio pasado, no se había entregado por parte de la Fiscalía ninguna carpeta de investigación a los presuntos culpables. Como bien dicen los juristas, hay principios que rigen el proceso penal, uno de ellos es el de la probidad y otro el de la igualdad. No se está respetando. Toda persona juzgada debe tener acceso de manera oportuna a los hechos de los cuales se le acusa. Lo demás es regresar a la Santa Inquisición. Hoy se lo harán a unos, pero mañana puedes ser tú.

El factor Cuén o el “cuenismo”, como se desee, esta sobre la mesa. Para no pocos grupos, esta puede ser la oportunidad de “liberar”, más bien creo intentan “acabar”, a la Universidad de la fuerza del ex Rector. Hacen suponer que, sin importar como sea, “haiga sido como haiga sido”, es más importante arrebatar la Institución que la forma en que se haga. Craso error. Entendible, pero injustificable. O acaso, ¿sólo se trata de cambiar de amo? ¿No importa si se sigue siendo “perro? El factor Cuén no debe desviar el ataque institucional de fondo. Y la forma en que se hace, lo es todo.

La influencia de Cuén o “el cuenismo” es una realidad en la Universidad, en las facultades o en los directivos. La coalición dominante desde su rectoría da cuenta de ello. Sin embargo, decir que “él manda” y los exrectores son “unos títeres” es no entender o no querer reconocer el trabajo en la Universidad.

Los indicadores son un buen termómetro. El primero de ellos es la continuidad de las y los alumnos en las aulas. Ya se nos olvidó, pero hace años que la UAS no está en la calle, sino en los salones de clases. Segundo, el sistema de preparatorias es el segundo mejor del país con una cobertura de 66% de matrícula en edad de estudiar, tan sólo después de la UNAM. Tercero, en licenciatura se cuenta con 97 programas acreditados por organismos externos, no por el Partido Sinaloense (PAS), y en posgrado son 63 por el Consejo Nacional de Tecnología (CONACyT). Cuarto, el 95% de la planta docente tiene nivel de posgrado.

Los números de la Casa Rosalina sólo han visto mejoría desde 2004, año en que Cuén inicia su mandato en la Rectoría. La Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) reconoce, ahora y en su tiempo a los Rectores Antonio Corrales Burgueño, a Juan Eulogio Guerra Liera y al actual Rector, Jesús Madueña Molina. Algunos de ellos han sido considerados en su momento para dirigir los esfuerzos de la ANUIES a nivel nacional, por sus resultados y prestigio académico.

La correlación de Cuén y el PAS ha sido documentado por mi casa editorial, Noroeste, sin embargo, ¿significa con ello que el PAS arma el escalafón universitario? El escalafón obedece a CONACyT. Son problemas distintos, pero una problemática: tienes o no perfil.

La presencia de múltiples miembros de la UAS en la estructura del PAS no me sorprende. En los tiempos de Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna, el PAN estaba plagado de estudiantes de la UNAM, lo mismo que miembros de la Asociación Católica de Jóvenes de México (ACJM). El gobierno del Estado está repleto de cuadros de la UAS en los tiempos del Rector Rocha Moya. La ascendencia de los liderazgos en el nacimiento institucional está perfectamente estudiada en la Ciencia Política. Es lo que es. Da pie para otro análisis.

Insisto, si hay abusos, que se castiguen. A todos conviene que la justicia no se politice, tanto como a todos arregla un Estado donde los Legisladores respeten la Ley y no se adjudiquen el derecho sobre lo que es “justicia”. En tiempos en que “los canarios de la mina se asfixian por falta de aires de libertad”, necesitamos instituciones sólidas, que ejerzan contrapesos a quienes quieren pintar todo de un sólo color. El poder corrompe. Y el poder absoluto corrompe absolutamente.

Que así sea.

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