Estudiantes al poder

Gilberto Guevara Niebla

La idea de “democratizar” a las universidades públicas mediante un sistema de votación universal –donde el voto el estudiante tiene igual valor que el de los maestros y trabajadores administrativos—para elegir a las autoridades, es una idea conocida. La propalaron ampliamente los militantes del Partido Comunista y otros grupúsculos de izquierda en los años setenta.

El objetivo principal era empoderar a los estudiantes. Con esa bandera, el PCM logró apoderarse de la rectoría de varias universidades –entre otras Sinaloa, Guerrero, Puebla. En la mayoría de los casos se tuvieron efectos desastrosos.

El caso más emblemático fue la Universidad Autónoma de Sinaloa en donde la democracia universitaria derivó en la creación dentro del claustro de conductas violentas, de barbarie y terror, dirigidos en gran parte por militantes del grupo guerrillero Liga 23 de Septiembre, que se apoderaron del liderazgo estudiantil.

En su delirio, las bandas de la Liga 23 elaboraron la tesis de que “la universidad era una fábrica”, una empresa que servía al capitalismo y, por tanto, había que destruirla físicamente a través de actos de sabotaje que impidieran su funcionamiento.

Los “enfermos” –apelativo peyorativo con el cual se les conoció— impusieron en la Universidad un régimen de violencia en contra de estudiantes y docentes que no comulgaban con su delirio y contra aquellos maestros serios que rechazaban la violencia y exigían una vuelta a la normalidad académica.

El orden y la paz interior de la universidad desaparecieron. Bandas de estudiantes golpeadores –al estilo de los “camisas pardas” de Alemania– recorrían la universidad –como para sabotear las clases e impedir la investigación. Su objetivo era apalear a los alumnos que tenían conocida filiación democrática y estropear todo tipo de trabajo académico. Por todas estallaron altercados y golpizas contra estudiantes y maestros, sin distinción de sexos. El miedo y el sentimiento de vulnerabilidad se apoderó de los universitarios.

Los enfermos llegaron al extremo de asesinar. En una ocasión, capturaron a un policía judicial y lo condujeron al foro de un auditorio donde lo amarraron a una silla ante el regocijo de los espectadores. Se inició entonces la tortura. Con sus puños, con lápices o con navajas de rasurar, en medio de aullidos, los jóvenes enfermos comenzaron a torturar al agente. El espectáculo duró dos horas y sólo terminó cuando el policía expiró.

Su cadáver fue lanzado a la calle como cualquier bolsa de basura. Extrañamente, frente a estos acontecimientos en ningún momento intervino la policía ni se realizó investigación alguna sobre este cruel asesinato. El gobierno de Sinaloa se abstuvo de perseguir a esta banda demencial.

El fenómeno de los enfermos se prolongó durante más de un año con completa impunidad. En ese lapso traumático, como era de esperarse, hubo maestros que se alejaron del trabajo académico y muchos alumnos que simplemente dejaron de estudiar. La vida académica de la UAS, como era de esperarse, tardó muchos años en recuperarse.

La “democracia universitaria” arrojó resultados magros en otras universidades. En la Universidad de Guerrero un maestro e izquierda se puso a la cabeza del movimiento y aplicó una política que podemos calificar de “populista” creando una amplia red de escuelas preparatorias que ampliara las oportunidades de estudio en sectores populares, sin reparar en la calidad de los maestros que se contrataban.

En Puebla, se tejió una historia distinta. Los comunistas colocaron en la rectoría a un académico sobresaliente, el ingeniero Rivera Terrazas, que se propuso desarrollar una política para elevar la calidad académica y engrandecer a la institución. Las huellas de su trabajo son todavía visibles.

Entre los inconvenientes de la “democracia universitaria” se halla el peligro de que la vida académica se “politice” –en el sentido peyorativo del término–, y que se rompa el orden jerárquico tradicional que coloca al maestro como líder del proceso académico. Esta jerarquía surge del hecho objetivo de que el maestro domina conocimientos y destrezas que los alumnos desconocen. No olvidemos que la esencia de la Universidad es producir y transmitir conocimientos. El interés de la nación está puesto en esos dos procesos, de modo que, al designar autoridades, debe privar la excelencia académica sobre cualquier otro principio.

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